Durante el tedeum que pronunció por el aniversario del Día de la Independencia, el arzobispo, Carlos Sánchez, reconoció públicamente a tucumanos que, desde el dolor o desde la entrega diaria, encarnan la esperanza. Estas son algunas de esas historias.
A Mario Acevedo le llegó un video por WhatsApp. En él, se escuchaba al arzobispo mencionar a los docentes de la escuela de Mala Mala como signos de esperanza. El sacerdote agradecía su entrega en condiciones adversas y su decisión de enseñar en un rincón remoto de la provincia. Para Acevedo, que hace más de dos años es el director de esa institución, ese reconocimiento lo emocionó.
Influencer solidario: movilizado por las necesidades urgentes, todos los días tiende una mano a personas en situación de calleLa escuela de Mala Mala es plurigrado, tiene albergue y recibe actualmente a 14 alumnos. Está ubicada a 2.000 metros sobre el nivel del mar, en plena montaña, a unos 75 kilómetros de San Miguel de Tucumán. El acceso no es simple. Se llega caminando 12 kilómetros desde Anfama, o bien a caballo o en helicóptero. “El frío es bastante duro”, resume el docente. El régimen escolar también tiene sus particularidades: los chicos asisten de lunes a sábado durante 15 días consecutivos, y luego hay un receso de una semana. Muchos llegan tras más de seis horas de cabalgata.
“Trabajar en ese contexto es una sensación extraña porque uno no se imagina que en un lugar tan cercano a la capital sea un mundo tan diferente. Es un mundo pastoril de vida dura y trabajo. Es un lugar donde los niños colaboran con la familia y el ganado, algo particular y llamativo”, describe Acevedo.
El reconocimiento del arzobispo los reconfortó: “Es gratificante porque el sacrificio que hacemos con los docentes es grande. Hay una vida que hacemos allá y uno termina muy apegado a la gente que, al final, es también nuestra familia”.
"Jackie" Soria: su lucha contra la discriminación, el reencuentro con la fe y su labor junto a las minorías sexualesAcevedo lleva más de dos décadas en la docencia rural. “Creo que hay muchas historias distintas. Algunos han ido por vocación, otros por oportunidades laborales, pero en términos generales nos terminamos encariñando con la gente. Son sencillos y agradables. Eso permite que se sostenga el sacrificio que uno hace. Nos da satisfacción darles una buena calidad educativa”, afirma.
Una patria desde abajo
Las historias que el arzobispo eligió visibilizar el 9 de Julio no estuvieron ligadas a figuras de poder ni a logros económicos. Apuntaron a personas que, desde el anonimato, reconstruyen vínculos, reparan heridas, educan, cuidan, ofrecen tiempo y presencia. Una patria que no se celebra sólo en los actos, sino que se construye en la calle, en la montaña, en los hospitales, en las cárceles, en los camarines, en las redes y en la fe. Una patria que -como recordó Sánchez- necesita no perder la alegría ni la esperanza.