El deseo de aprender

Cada lunes y miércoles, el aroma de los azahares y las naranjas agrias de las veredas tucumanas parece concentrarse con más fuerza en la pequeña sala del Centro Integral Comunitario (CIC) Barrio Oeste II. Allí, un grupo de vecinas voluntarias transforma lo que antes se desperdiciaba en un verdadero manjar: la mermelada “La Migue”, sus cascaritas chocolatadas y un licor que huele tan rico como sabe.

Mujeres de todas las edades participan de esta elaboración que además de ser artesanal, es solidaria. “En este momento prepararmos las cascaritas chocolatadas. Son buenísimas, con café o con mate”, dicen entre risas Anita, Graciela, Marcela, Claudia y Delia.

Con guantes negros, cofias y delantales blancos, las voluntarias ponen empeño en que cada dulce quede perfecto, porque según cuentan este oficio no tan solo les dio la oportunidad de ocupar su tiempo, sino de aprender un oficio.

Entre ellas también está Julia, que no trabaja sola. Su hija Juanita, de apenas un año, la acompaña atenta, mientras aprende a comer bien y a disfrutar del ritual dulce que realiza su madre. “Mi deseo es emprender con todos los conocimientos y trabajar para ella”, remarca la joven con su pequeña abrazada a una de sus piernas.

Venderán las naranjas agrias de las calles para hacer dulce

Y entre cada cáscara que sumergen en el chocolate recién derretido, afirman: “Aprendimos mucho porque acá nada se tira. Todo se usa. La cáscara para una cosa, la pulpa para otra”.

Incluso ellas recuerdan que la idea de hacer las cascaritas con chocolate surgió porque se desperdiciaba mucha cáscara.

Las mujeres remarcan que “La Migue” es netamente tucumana. “Está hecha con azúcar de nuestra tierra, con algo que es nuestro y no se encuentra en otras provincias. Es un orgullo”, sostienen.

EL PELADOR. Alfredo quita las cáscaras de las naranjas previamente seleccionadas, antes de procesarlas.

Las voluntarias coinciden que lo que se respira adentro de esa cocina, además del olor cítrico a las naranjas, es un sentido de comunidad y de pertenencia, que se une al asombro de descubrir que algo que estaba tirado en la calle se puede convertir en algo tan rico y tan propio.

El origen del proyecto

En el CIC Oeste II, la historia de La Migue no empezó solo con una naranja en la vereda, sino con la idea de mirar distinto lo que hasta entonces no se miraba, se desperdiciaba o incluso, parecía un estorbo.

Bruno Medina, director de Área Social, lo cuenta así: “En este lugar hacemos un trabajo en conjunto con la Secretaría de Medio Ambiente, que se encarga de la cosecha de la naranja agria que se encuentra en las calles. Ellos nos mandan las naranjas y nosotros las recibimos aquí para procesarlas en dos instancias, según el producto que se vaya a elaborar”.

Antes de ingresar a la sala, a un costado, una discreta puerta blanca entran las bolsas con las naranjas, y comienza el trabajo. “Las lavamos, separamos, higienizamos y clasificamos”, subraya el director. Así para la mermelada se usa la pulpa, para las cáscaras confitadas se retira la cáscara completa, y todo lo que no sirve va a la huerta municipal como abono.

NUEVO PRODUCTO. Utilizar las cáscaras implica evitar el desperdicio de alimentos y optimizar recursos culinarios.

El proyecto nació el año pasado, en conjunto con el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), con el objetivo de darle un destino útil y social a los frutos que crecían en las veredas, se pudrían, dañaban autos o simplemente terminaban en la basura. Desde entonces, la iniciativa también destina parte de su producción a comedores y merenderos.

Naranjas agrias que se vuelven un manjar dorado

El equipo es diverso: empleados municipales y vecinas voluntarias comparten tareas. “Nos interesa la trazabilidad, por ejemplo, por lo que siempre preguntamos de qué calle vienen las naranjas, porque influye en el tamaño, la maduración o el sabor, según factores como la orientación al sol. Por ejemplo, este año recibimos muchas de Ciudadela”, agrega el director.

DULCES. Una vez listos se los lleva a comedores.

De cada 70 kilos de fruta, apenas 17 quedan en condiciones de ser procesados, por eso se mide, pesa y documenta cada partida. “Este año la producción se adelantó un mes por las altas temperaturas”, indica Medina quien también dice que aunque el proceso es artesanal, también es riguroso y científico. “Usamos un brixómetro, que mide el nivel de azúcar para garantizar que la mermelada dure en el tiempo. Además, extraemos la pectina de manera natural, separando las semillas, para lograr la consistencia adecuada sin agregar productos externos. Eso hace que sea un producto natural y seguro”, afirma.

Llegada desde España

En Barcelona y en San Miguel de Tucumán, las mismas naranjas amargas que durante años parecieron estorbo en las calles y plazas, hoy son el corazón de dos proyectos comunitarios que las rescatan y transforman en dulces con propósito.

En la capital catalana, en junio de 2024 nació “La Marga”, una mermelada artesanal elaborada con las más de 5 375 kilos de naranjas recogidas por unos 600 voluntarios en los barrios de Sant Andreu, Sant Martí, Ciutat Vella, Gràcia, Les Corts y l’Eixample. La fruta, cosechada con varas y cestas de los 3.000 naranjos urbanos, se procesa en un obrador social y se distribuye a entidades que ayudan a personas vulnerables. Además, la iniciativa promueve talleres para concienciar sobre el despilfarro alimentario y el derecho a una alimentación saludable.

En nuestra capital, con idéntico espíritu surgió “La Migue”. El nombre, elegido por la intendenta de la Capital, Rossana Chahla, bautiza la mermelada y las cascaritas de chocolate que elaboran las vecinas del CIC Barrio Oeste II con las naranjas amargas que crecen en las veredas.

LO QUE DESECHAN. Se quita el albedo y las semillas.

A ambas experiencias las une otra similar historia botánica y cultural.Y el experto en patrimonio histórico de Tucumán, Ricardo Viola, lo explica: “El naranjo agrio, o citrus aurantium, no es autóctono. Es originario del sudeste asiático, según los estudiosos. Siempre se dijo que fue incorporado a nuestras calles por influencia de su uso en España, donde adornaba jardines y plazas. En Tucumán aparece primero en las calles de ronda del norte y sur (Santiago del Estero y General Paz), y se difundió en paseos, plazas y jardines privados. En la Plaza Independencia, según dibujos de Juan Palliere de 1858, aún no había vegetación. Dos años después, el gobernador Marcos Paz lo convirtió en paseo público con asientos y naranjos, y en 1870 ya se apreciaba una doble hilera de estos árboles gracias a fotos de Ángel Paganelli”.

DE TODAS LAS EDADES. En “La Migue”, las mujeres son voluntarias y usan productos tucumanos.

Así, los naranjos que llegaron a esta tierra hace más de 150 años por razones estéticas y culturales hoy tienen el propósito de ser símbolo de aprendizaje, solidaridad y respeto por el ambiente. Tanto en Barcelona con “La Marga”, como en “San Miguel de Tucumán” con La Migue, la misma naranja amarga se convirtió en un dulce motivo de orgullo para las comunidades que la hicieron suya.

Lazos de comunidad

En la cocina del CIC Oeste II no solo se hacen dulces, sino que se teje una comunidad. Allí, cada frasco de “La Migue” encierra muchas manos, paciencia, conocimiento y orgullo. Como las de Alfredo Medina, a quien todos llaman “profe”, porque acompaña y guía a las vecinas en cada etapa.

“Las chicas me dicen ‘profesor’, pero yo solo trato de explicarles para que logremos un producto uniforme. Aquí todos rotamos las tareas para que aprendamos y podamos cubrirnos entre compañeros si falta alguien”, asevera. Y agrega: “Es muy gratificante ver cómo se emocionan al aprender a usar algo que antes se tiraba, y cómo se expanden las ideas y hacemos cosas más creativas. Antes solo hacíamos mermelada, pero ahora también las cáscaras que quedan como bombones con un valor agregado”.

Según Medina, es una alegría doble cuando ellos ven que algunas de las voluntarias hasta piensan en emprender. “Mucha gente pregunta en las redes dónde comprarlo, y aunque no se comercializa desde el municipio, cualquiera de ellas puede hacerlo como un emprendimiento propio”, aclara.

En otra mesa, mientras desemilla naranjas, Pilar Jeréz resume lo que significa para ella participar de la iniciativa: “Lo más satisfactorio es la respuesta de la gente y saber que colaboramos con el medio ambiente y con los comedores”.

EN EL BARRIO OESTE II. Alfredo, Graciela, Marcela, Claudia, Delia, Anita, Julia, Juanita y otras voluntarias.

“Esta iniciativa es importante porque brinda un oficio con materia prima que está en la calle. Aprender siempre es valioso, y más con algo que ayuda al municipio y al ambiente”, reflexiona.

En redes sociales este trabajo ya se viraliza, por lo que hoy no tan solo se acerca el personal de medioambiente a dejar las naranjas en Felix de Olazabal 1550, sino también vecinos que recogen las frutas de las puertas de sus domicilios y quieren sumarse a la tarea.

En la cocina los “profes” enseñan, las voluntarias aprenden, y juntos le dan sentido a algo que es más que una receta. Con la intención, como dice la leyenda que se adhiere a cada frasco, de que “cada cucharada te conecte con la memoria viva de la tierra donde nación la independencia y florecen nuestras raíces”.