Me emocionaron y divirtieron las dos cartas de las lectoras María Medina y Sofía Peyrel (25/07), como reacción y aportes que brindaron sobre una misma imagen, de las muchas que nos viene mostrando LA GACETA, en su sección “Recuerdos Fotográficos” y que hacen no solo a la alucinante y rutilante historia de nuestra provincia de Tucumán, sino además a la construcción de sentido de pertenencia que, generación tras generación, las familias, los barrios y las ciudades, van construyendo y registrando. No importa el tiempo transcurrido y las tecnologías que tengamos a nuestro alcance: nada ni nadie, puede matar el poder de una imagen captada y registrada. Hasta nuestros hijos, nacidos con una pantalla en sus manos y con lo urgente y fugaz en sus mentes, detienen su mirada y fijan su atención cuando un álbum de fotos llega a la mesa. Lo mismo sucede con las de eventos multitudinarios publicadas por algún medio y que llega a las manos de alguien que asistió a alguno de ellos: la memoria lo traslada al lugar; comienza a buscar y a identificar puntos de referencia; se busca y, vaya emoción, si logra encontrarse. Admiro a quienes hacen un arte de su profesión de fotógrafo o fotógrafa (a quienes reivindico y celebro en estas palabras, por cierto), porque no solo demuestran tener un pulso magnífico para estabilizar la máquina en sus manos (aún en situaciones incómodas o peligrosas), sino también la sutil capacidad para detectar el momento justo; focalizar en milésimas de segundos (encontrando el ángulo, el gesto y la luz justos), e inmortalizar un instante único e irrepetible. Porque todos los ojos y las miradas guardan secretos (como tan maravillosamente quedó expresado en la película “El secreto de sus ojos”), algunos buenos y otros malos; alegres y tristes; luminosos y oscuros… pero esa, es otra historia. O varias historias, como quedó reflejado en esa imagen que inspiró a María y a Sofía.

Javier Ernesto Guardia Bosñak

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