El vínculo entre Lewis Hamilton y Ferrari atraviesa su momento más delicado desde que el británico se sumó a la escudería de Maranello. Lo que comenzó con la promesa de una nueva era para ambas partes hoy se ve empañado por una crisis de rendimiento y declaraciones cargadas de frustración que dejan en el aire su continuidad en la Fórmula 1 con el equipo italiano.
En el Gran Premio de Hungría, Hamilton completó una carrera gris: largó 12° y terminó en el mismo lugar, sin sumar puntos y con una imagen apagada. Con ese resultado, se mantiene sexto en el campeonato de pilotos con 109 unidades. Pero más preocupante que su desempeño fue su actitud posterior: cuando le preguntaron si regresaría con más fuerza tras el receso, respondió con un escueto y desalentador "Vamos a ver", reflejando un ánimo visiblemente decaído.
La tensión ya había comenzado el sábado, cuando no logró superar la Q2 en clasificación y lanzó una autocrítica que sorprendió incluso a los más escépticos. “Soy inútil”, repitió ante los micrófonos. “Soy yo, cada vez... absolutamente inútil”, insistió. Luego, ante una consulta sobre posibles soluciones para mejorar el auto, Hamilton ironizó con crudeza: “Ahí está el problema: el otro auto está en la pole, así que probablemente deban cambiar de piloto”.
Sus palabras no hicieron más que reforzar las dudas sobre su futuro inmediato. En Ferrari, mientras tanto, tampoco hubo consuelo del lado de Charles Leclerc. Tras lograr una pole brillante, el domingo fue un desastre para el monegasco: perdió ritmo, competitividad y terminó cuarto, visiblemente molesto por radio y con un mensaje desolador.
El receso de mitad de temporada llega en el momento justo. Para Ferrari y, sobre todo, para Hamilton, será una pausa necesaria para repensar un proyecto que hoy se encuentra muy lejos de cumplir las expectativas.