Desde horas antes del inicio, Buenos Aires respiraba un aire distinto. Tal vez fueran los rugidos del TC en el autódromo, tal vez el presentimiento de lo que estaba por suceder en Vélez. En los alrededores del “José Amalfitani”, la gente caminaba con la mezcla de ansiedad y fe que sólo antecede a los grandes momentos. Se sentía una mística que ya no era casual, porque quedaban ecos de la victoria en Wellington, en 2024, cuando Los Pumas vencieron 38-30 a los All Blacks en su propia tierra. Esa hazaña había demostrado que era posible. Esta vez, la historia ofrecía la revancha en casa.
La previa fue bien Argentina. La marcha de Malvinas abrió la tarde y, enseguida, las trompetas hicieron sonar “Muchachos”, con un público que entonó a coro, el país entero. una vez mas, aferrado a la epica del deporte. Y cuando llegó el himno, ese juramento eterno, el estadio fue una sola voz. Coronados de gloria vivamos.
Tres tucumanos estaban en el XV inicial. Y fue uno de ellos, Tomás Albornoz, quien a los dos minutos abrió el marcador con un penal preciso. Seis minutos más tarde volvió a sumar. Pero el destino le jugó una mala pasada: una lesión en la mano lo obligó a dejar la cancha. Lo reemplazó Santiago Carreras, que terminaría convirtiéndose en figura.
El partido fue una montaña rusa. Los neozelandeses golpearon con tries, pero el equipo de Felipe Contepomi no se resignó. Confiaron en su intensidad, en el tackle que lastima y en la paciencia que desespera al rival. Y en ese marco apareció la jerarquía tucumana: Mateo Carreras quebró la defensa y Juan Martín Gónzalez apoyó el try y devolvió la esperanza. Poco después, Gonzalo García sumó el suyo. Todo se mezclaba: el griterío del público, la sangre de Tucumán y la convicción de un equipo que jugaba con el futuro en sus manos, en esa pelota ovalada.
La tensión era insoportable. Cada penal pateado por Santiago Carreras se vivía como un respiro de alivio. Cada llegada de los All Blacks encogía el corazón de los más de 30.000 presentes. Pero Los Pumas resistieron, se multiplicaron en cada contacto, hasta que a los 73 minutos un penal volvió a estirar la ventaja a 29-20. El final fue un manojo de nervios, hasta que el pitazo liberó la emoción contenida durante décadas: Los Pumas habían vencido a los All Blacks en Argentina.
Mateo Carreras, uno de los héroes de la tarde, no escondió la emoción. “Demostramos que este es el equipo que somos. La semana pasada cometimos errores propios y hablamos mucho de corregirlos. Hoy lo hicimos, y este es el piso para lo que viene en el Championship”, expresó. Pero su voz se quebró cuando habló en clave personal. “Es el primer partido que me ve mi hija con esta camiseta. Durante el himno la tenía enfrente, fue una motivación extra. Después tuve que cambiar rápido la cabeza porque empezaba el partido, pero todo lo que hago es por ella”, dijo. Al final, con la vuelta olímpica, la alzó en brazos como el mejor trofeo.
También hubo gratitud para los suyos. “Estuvieron mi mamá, mi papá, mi hermana. Todos. Y con los otros tucumanos del plantel, lo mejor. ‘Cepillo’ (Albornoz) es fundamental para el equipo y para mí como amigo. Ahora está en la clínica, esperamos que no sea nada”, contó Carreras.
Contepomi, en conferencia, fue claro sobre el secreto de la victoria. “Ganarle a los All Blacks es dificilísimo, son un equipo completo, con destreza y potencia. La clave fue la intensidad, llevarla al límite. Contra ellos hay que atacar, sumar puntos y decidir bien en el contacto. Hoy lo hicimos y salió”, explicó. También llevó alivio sobre Albornoz. “Es una luxación, menos grave de lo que se pensaba. Quizá requiera una cirugía menor”, detalló.
Cuando todo terminó, Vélez fue una fiesta. Nadie quería irse. Las familias se abrazaban, los jugadores lloraban, y la palabra “histórico” se repetía por todos lados. Porque esta fue la cuarta victoria contra los All Blacks en toda la historia, pero la primera en suelo argentino. Y esa diferencia es eterna.
De Sidney en 2020, de Christchurch en 2022 y de Wellington en 2024, la ruta encontró su estación definitiva en Buenos Aires. Ya no habrá que hablar solo de triunfos visitantes porque ahora también se ganó en casa. Y cuando dentro de años se cuente esta jornada, se recordará lo mismo: que ese 23 de agosto de 2025, en el “Amalfitani”, Los Pumas escribieron una página que parecía imposible.
Sean eternos los laureles que supimos conseguir.