Se llevan menos de once meses. Son del mismo signo zodiacal. Para uno de ellos ese signo es una profecía maldita: libra.

Ambos cumplirán años en medio del interregno en el que viviremos hasta el 26 de octubre. Uno, en dos semanas. El otro, cuatro días antes de las elecciones que pueden definir su destino, o el de ambos, o el de todos.

En su infancia, vivían en barrios de clase media en Capital Federal, a 60 cuadras de distancia.

Uno fue a un colegio católico en el que se vinculó poco con sus compañeros, tuvo problemas de conducta y dedicó sus mayores esfuerzos, con cierto éxito, al fútbol.

Al segundo le gustaba el tenis pero más el estudio. En el secundario logró entrar al Nacional Buenos Aires, el semillero dirigencial del que salieron varios presidentes y dos Nobel, premio que el primero aspira ganar.

A fines de los 80, podrían haber sido compañeros de facultad pero Axel eligió la universidad pública y Javier una privada. Eran tiempos de hiperinflación y de la llegada al poder de Carlos Menem. La crisis fue lo que reforzó la vocación de Javier por la economía a pesar de la castradora oposición paterna. El menemismo impulsó a Axel a la política universitaria a través de la creación de un espacio, crítico de las políticas neoliberales, al que llamaron TNT (Tontos pero No Tanto). Tenían visiones opuestas sobre el líder peronista, aunque quien lo detestaba se está convirtiendo en posible cabeza del mismo movimiento; y el que lo admiraba, en su antagonista. Adoptaron ambos un detalle capilar anacrónico y atípico del riojano, replicando -con distinta intensidad- sus patillas.

El factor Keynes

Leyeron varios libros comunes pero con sesgos distintos que se acentuarían en los años que ambos dedicaron a la docencia y a la consolidación de sus idearios económicos.

Fueron muy buenos alumnos. Uno se graduó, con promedio 8,24, y luego se doctoró en la UBA con una tesis sobre John Maynard Keynes, economista al que luego le dedicó dos libros. El otro se graduó, con promedio 9,43, en la Universidad de Belgrano, y cursó dos posgrados (en el Ides y en la Di Tella).

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En el caso de Javier, Keynes también fue una obsesión, aunque en sentido inverso al de Axel. Guillermo Nielsen, economista que trabajaba con Javier en Corporación América, se encontró con el conductor Alejandro Fantino y le dijo que había un economista inteligente que debía llevar a su programa. “Se vuelve loco si le mencionás a Keynes”, le advirtió. El conductor le mostró a Javier un libro del economista inglés, en vivo, cuando su programa registraba habituales dos puntos de rating. El libro actuó como un crucifijo frente a un poseso, desatando una andanada de insultos encadenados con un histrionismo sorprendente que llevó el programa a cinco puntos. Era la medianoche del 27 de julio de 2016, el momento en que, mediáticamente, nació el fenómeno Milei.

A esa altura, Axel Kicillof acumulaba ya un lustro en la vida pública argentina. Había llegado al gobierno de la mano de Cristina Kirchner, en la inauguración de su segundo gobierno, como secretario de Política económica. Dos años después, asumió el cargo de ministro de Economía.

Milei, en cambio, se salteó el “cursus honorum” de la política. De la facultad saltó al asesoramiento en el sector privado, de este a la televisión y de allí a una banca de un bloque de dos miembros en la Cámara de diputados, para dos años más tarde llegar a la cúspide de una carrera meteórica.

En 2019, Kicillof llegó a la gobernación de la provincia de Buenos Aires. En el mismo año de casó con Soledad Quereilhac, profesora de literatura de la UBA, y luego tuvo dos hijos; el mayor se llama León. Milei nunca se casó ni tuvo hijos; sus seguidores lo apodaron “el león”. Tuvo dos novias durante su presidencia: Fátima Flores y Amalia “Yuyito” González.

El “soviético” y el “austríaco”

Los perfiles biográficos de los protagonistas de la vida pública a veces son necesarios para entender el presente y proyectar el futuro de una sociedad. La fisonomía de la política y la economía de la Argentina de hoy no puede deslindarse de la personalidad de Milei. “El plan económico es superávit fiscal más Sturzenegger” implementado con una decisión sin precedentes, “no hay mucho más”, define Juan Carlos de Pablo, el más reciente biógrafo presidencial. El resto -la baja de la inflación, el rebote, el acompañamiento de mercados y organismos, la imagen presidencial, el impacto en salarios y consumo, los conflictos políticos, eventualmente el resultado electoral- puede deducirse de esa premisa.

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¿Qué opina el Presidente de su nuevo rival? Cree que “el soviético” -así suele llamarlo- desaprovechó como ministro un contexto económico favorable con graves muestras de mala praxis. Lo cierto es que la estatización de YPF, de la que fue uno de sus principales arquitectos, genera en el presente una contingencia por 17.000 millones de dólares al Estado argentino. Como gobernador, Milei le critica los altos niveles de gasto público provincial, el endeudamiento, la compulsión impositiva y la incapacidad para gestionar la seguridad.

Kicillof cuestiona el ajuste, la retracción estatal y la agresividad de Milei. Va a la caza de votos en las áreas más perjudicadas por su política económica: jubilaciones, discapacidad, educación, salud, obra pública. En palabras de Kicillof, el peronismo piensa en la industria, el mercado interno y la soberanía económica contra gobiernos antiperonistas que se concentran en la explotación agropecuaria, con derechos laborales restringidos y concentración económica. Califica al Presidente como un dirigente obsesionado con concepciones económicas marginales y anacrónicas.

La sombra de Cristina

Varios analistas coinciden en que Kicillof intentará moderarse discursivamente para atraer segmentos del electorado que le den consistencia a su proyecto político. Es conocido el refrán que dice que quien no es de izquierda, cuando es joven, no tiene corazón, y quien no es derecha, siendo adulto, no tiene cerebro. Extrapolándolo a Kicillof, hay quienes plantean, con la perspectiva del tiempo, un abordaje comprensivo sobre sus inclinaciones un tanto radicales y los errores propios de un joven ministro, apostando a que siendo eventualmente presidente, a mediados de sus 50, debería haber entendido la relevancia del equilibrio fiscal y de un programa atractivo para una inversión indispensable para el desarrollo. Una metamorfosis como la del peruano Alan García o la del chileno Ricardo Lagos. ¿Habrá evolucionado o será un Dorian Gray ideológico, congelado intelectualmente en sus viejas ideas?

Quienes juzgan ingenuo pensar en una transformación de Kicillof, creen además que reciclará el “síndrome Alberto”, incapaz de escapar del influjo cristinista.

¿Milei también intentará moderarse para captar el respaldo de los votantes del centro? Interrogante abierto cuya respuesta depende de un solo actor. Es la gran diferencia entre los dos protagonistas de la escena política del presente. Milei es la deidad de una religión monoteísta. Kicillof es uno de los referentes de un movimiento que tuvo a Cristina como su líder desde 2010 y que hoy alberga una multiplicidad de protagonistas.

Un punto en el infinito

¿Se enfrentarán en una elección presidencial? La estrategia del oficialismo nacional puso involuntariamente los reflectores sobre el ganador simbólico de las elecciones del domingo pasado. El Presidente, que suele destacar irónicamente la trascendencia internacional de algunas de sus acciones con la etiqueta “fenómeno barrial”, decidió nacionalizar unas elecciones municipales. Todavía faltan seis larguísimas semanas para constatar si el 26 de octubre se refrendará una victoria bonaerense que coloque a Kicillof como primus inter pares de los gobernadores peronistas y de los referentes del movimiento con aspiraciones. Y falta para 2027, en métricas temporales argentinas, una eternidad, en la que las elecciones intermedias a veces funcionan como predictor inverso de las presidenciales (De Narváez 2009-CFK 2011; Esteban Bullrich 2017- Alberto 2019).

Los separó la ideología durante casi toda su vida. Los unió, circunstancialmente, la meteorología, el 17 de diciembre de 2023, con el temporal que inundó Bahía Blanca. El Presidente, abrigado con una campera militar, dio una conferencia de prensa junto a Kicillof, vestido íntegramente de negro. “Estamos para brindarles asistencia desde la Nación y hacer un trabajo combinado con el gobernador”, dijo Milei, a un metro de distancia, fijando sus ojos azules en los de idéntico tono de Kicillof, en la escena de mayor proximidad de su delgada historia de encuentros.

En la geometría proyectiva, las líneas paralelas se tocan en el infinito. En política puede ocurrir más cerca. Usualmente con un viaje hacia un centro tejido con progresivas coincidencias o, por el contrario, en la exploración de extremos opuestos que se terminan tocando. Javier Milei y Axel Kicillof son hoy los dos protagonistas de la escena pública. Por ahora, polos opuestos que amenazan con reeditar la Argentina pendular.