“Ella salía del mar”. Apenas cuatro palabras y la escena se instala completa en la imaginación de quien la lee. De quien la escucha. La playa, la mirada, el cuerpo que emerge del agua. Esa imagen, tomada como ejemplo en un taller hace más de una década, condensa la marca de Samanta Schweblin: la precisión extrema, la economía verbal, la tensión que late entre lo dicho y lo que se calla.
Hoy, esa escritora nacida en Buenos Aires en 1978, traducida a más de cuarenta idiomas y celebrada en los principales foros literarios del mundo, aparece en las conversaciones sobre el Premio Nobel de Literatura. Pero para muchos escritores tucumanos, su nombre también remite a aquel fin de semana en el Centro Cultural Virla, donde compartió claves de escritura que aún resuenan en sus mentes, como si el evento hubiese sucedido ayer.
Taller en nuestra tierra
El escritor y docente Blas Rivadeneira recuerda el ciclo de talleres que coordinaba Maximiliano Tomas (periodista y escritor) y que reunió a voces como Schweblin, Juan Terranova y Federico Falco en una experiencia tan intensa como educadora.
“Era un espacio muy enriquecedor -evoca-, en el que participaban también muchos escritores tucumanos que hoy tienen trayectoria. Allí Samanta no se limitó a leer y comentar sino que desplegó reflexiones sobre la escritura, sobre cómo uno escribe no solo en el papel sino en la imaginación del lector. Hablaba de la importancia de lo dicho y lo no dicho, y de lo que ella llama la ‘teoría de las promesas’, donde un texto debe abrir preguntas, cerrar algunas y dejar otras nuevas”, comenta.
Por esos días, Schweblin acababa de publicar “Pájaros en la boca”, su segundo libro de cuentos, tras “El núcleo del disturbio”. Rivadeneira todavía guarda el ejemplar con una dedicatoria humorística, escrita para “incentivar el cholulismo literario”.
Su enseñanza
El poeta y licenciado en letras Ezequiel Nacusse también participó de aquel taller y aún conserva lo aprendido. “De ella me quedó la disciplina del nulla dies sine linea (ningún día sin una línea). La idea de escribir todos los días, aunque sea una página, como hacía César Aira. Y también la potencia de la frase breve, capaz de desplegar un mundo entero en pocas palabras”. Ya que Nacusse lo menciona, es válido decir que Aira (escritor bonaerense de 76 años) también es otro de los argentinos que siempre se nombra cuando se habla del premio Nobel en esta categoría.
Al respecto el poeta recordó que Schweblin contaba que en un festival, mientras todos se quedaban hasta tarde en cócteles y fiestas, a la mañana siguiente veían a Aira ya en el desayuno cerrando un cuaderno. “Él ya había sido escritor cuando todos estábamos amaneciendo”, dijo en ese momento ella.
Nacusse rescata además la precisión quirúrgica de su estilo. “Si uno compara, por ejemplo, dos versiones de un cuento como Un hombre sin suerte -que aparece en Siete casas vacías y que antes había salido en una revista-, se nota cómo cambia apenas dos o tres frases y esa mínima limpieza transforma el texto. Esa precisión es lo que genera tensión: sus cuentos viven en ese borde donde parece que algo terrible está por suceder”, analiza.
Y añade: “En este cuento, uno imagina una situación de violencia muy fuerte, pero al final no ocurre. Esa tensión, lograda, es su marca más distintiva”.
Una obra perturbadora
Schweblin escribe principalmente cuentos y novelas. Entre sus títulos más destacados están “Distancia de rescate” (2015), adaptada por Netflix bajo el nombre “Fever Dream”; “Kentukis” (2018), donde reflexiona sobre la tecnología y la vigilancia; y la premiada colección “Siete casas vacías” (2015), reconocida con el National Book Award a la mejor traducción al inglés. Su libro más reciente, “El buen mal (2024), también recibió elogios” internacionales.
Su universo literario se mueve entre lo fantástico y lo extraño. Hay historias donde lo posible se vuelve inquietante, donde lo cotidiano se tuerce apenas y revela lo amenazante detrás de lo normal. No busca redención ni espectáculo, su objetivo es incomodar, tensar, abrir inquietudes.
De Argentina al mundo
Para Rivadeneira, su posible llegada al Nobel no sorprende. “Su mención tiene que ver no solo con su obra individual, sino con un marco más amplio de escritoras latinoamericanas que hoy están siendo reconocidas por todo el mundo. Samanta es una de las voces más destacadas de ese movimiento”, considera. Entre otros nombres que pisan fuerte en la literatura se encuentran los de Selva Almada y Ariana Harwicz, escritoras con renombre mundial y nominadas juntas en el pasado a premios literarios, como el Premio al Mejor Libro Traducido (BTBA) en 2020
Pero ese reconocimiento internacional se apoya también en el rasgo distintivo de su literatura que parece escrita para ser traducida, sin perder potencia en otro idioma. La precisión de cada frase y la universalidad de sus temas -el miedo, la incomodidad, lo extraño que se cuela en lo cotidiano- hacen que un lector en Berlín, Buenos Aires o Montevideo sienta la misma perturbación al recorrer sus páginas.
Y hoy más de diez años después de aquel taller en Tucumán, los ecos siguen vivos. Una frase breve, un consejo sobre disciplina, una teoría sobre promesas narrativas. En eso también radica la potencia de Schweblin. En dejar marcas duraderas, tanto en la imaginación del lector como en la memoria de quienes alguna vez compartieron con ella una mesa de taller en el norte argentino.