La bondadosa y valiente madre Mercedes del Carmen Pacheco, declarada Sierva de Dios por Juan Pablo II y en proceso de beatificación, había nacido un 10 de octubre del año 1843. Su obra es reconocida y admirada, no sólo por su corazón fundacional que albergó a las infancias, rescatándolas de la orfandad y la marginalidad social, sino porque dio vida a la Congregación Hermanas Misioneras Catequistas de Cristo Rey, que desde Tucumán propició fuentes de trabajo y de contención social y educativo a innumerables ciudades del país y el exterior. Fue y es un orgullo para nuestra provincia que una mujer nacida en el siglo XIX, momento en que las mujeres apenas podían participar de la vida pública, haya podido lograr tanto. A su lado hubo hombres visionarios y nobles que se hicieron eco de su esfuerzo sostenido por propiciar el bien común y la equidad social; entre ellos podemos nombrar al fundador de la Universidad Nacional de Tucumán, Dr. Juan B. Terán, quien a su muerte la calificó de “santa” por la obra que había dejado, como una estela de bien a su paso; del mismo modo el Dr. Alberto León de Soldati, médico sanitarista, diputado provincial y nacional, quien enfrenta la epidemia del cólera en Tucumán, gran benefactor y amigo de Mercedes, acompañó y sostuvo al asilo y las fundaciones en momentos de turbulencias. Un rompecabezas de nombres que nos llenan de orgullo y nos hacen pensar que la Providencia, en distintos momentos de la historia, en hombres y mujeres concretos, roza y bendice los límites de la tierra. Nuestra patria , sin duda, se hace más grande en la figura de Mercedes, con su prédica de “hacer el bien sin hacer ruido”, que adorna las páginas del libro de nuestra sufrida provincia tucumana.
Graciela Jatib
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