El clima se rompió antes del pitazo inicial. La relación entre los jugadores de Atlético y su gente, tantas veces sostenida por el orgullo y el sentido de pertenencia, vivió una de sus noches más tensas en el Monumental. La derrota por 2-1 ante San Lorenzo fue apenas la consecuencia deportiva de una crisis emocional que ya se había hecho visible en la previa. Los silbidos, los billetes lanzados desde las plateas y las discusiones con Leandro Díaz fueron el síntoma de un vínculo desgastado y que parece no tener retorno.

Todo comenzó unas horas antes del partido, cuando se confirmó que el plantel había decidido no concentrar en la previa del encuentro por una deuda con la dirigencia. La noticia cayó como una bomba. “Los premios que se deben son de tres partidos: Talleres, River y Platense. Esos son los montos que aún debemos abonar, pero la semana pasada le pagamos tres premios anteriores”, había dicho el vicepresidente primero Ignacio Golobisky, intentando bajar el tono de la polémica. Pero el malestar ya estaba instalado. La decisión del plantel fue interpretada por los hinchas como una muestra de desinterés, justo cuando el equipo necesitaba dar señales de compromiso.

El enojo se sintió desde temprano. En el momento en que los jugadores salieron a realizar el precalentamiento, una parte de la hinchada los recibió con silbidos y reproches. El mensaje era claro: el conflicto por no podía ser excusa. La tensión, sin embargo, alcanzó su punto máximo cuando el equipo salió al campo de juego. Mientras el estadio entonaba el clásico “La camiseta del ‘Deca’ se tiene que transpirar”, desde varios sectores de la platea comenzaron a volar billetes, lanzados irónicamente hacia el campo.

OSVALDO RIPOLL/LA GACETA.

Las cámaras captaron al técnico Lucas Pusineri recogiendo algunos de esos papeles que caían desde las gradas, un gesto que simbolizó el caos emocional que se vivía en el “José Fierro”.

Entre tanto reproche, una bandera en la tribuna lateral intentó recuperar algo del viejo orgullo “decano”. Con letras negras y celestes sobre fondo blanco, se leía una frase célebre de Luis “Correcaminos” Reartez: “Ponerse la camiseta de Atlético Tucumán es solo comparable con el abrazo de un padre”.

Durante los primeros minutos, la calma pareció volver. Atlético salió decidido, con energía, y el gol de Marcelo Ortiz a los 10 minutos trajo una ráfaga de alivio. Los aplausos y los cánticos se mezclaron con la esperanza de que el equipo pudiera reconciliarse con su gente desde el fútbol. Pero la ilusión duró poco.

El empate fue el golpe anímico que encendió nuevamente la tensión. Al finalizar el primer tiempo, desde las tribunas comenzaron los gritos y los insultos. En medio del tumulto, “Loco” Díaz protagonizó una escena que rápidamente se viralizó: se insultó con un grupo de hinchas, gesticuló furioso y debió ser contenido por sus compañeros. Las cámaras lo registraron todo. La imagen de un capitán discutiendo con su propia gente fue un símbolo de la noche.

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Muchos hinchas exigieron una sanción ejemplar y recordaron el precedente reciente de Boca, cuando la dirigencia decidió apartar a Sergio Romero tras un altercado con fanáticos.

En el segundo tiempo, el malestar se transformó en furia. Con el 2-1 el estadio explotó en insultos. Desde las cuatro tribunas se escuchó el clásico canto de “Jugadores, la camiseta se tiene que transpirar”. No había distinción de sectores: la bronca era generalizada.

Atlético no encontró ni fútbol ni carácter para revertir la historia y los últimos minutos fueron un cúmulo de errores y resignación.

Pero lo peor llegaría después. Tras el pitazo final, Díaz volvió a acercarse a la platea. Pegado al vidrio que separa la tribuna el campo de juego continuó discutiendo con un grupo de simpatizantes. Las imágenes mostraron a un seguridad que, por un momento, pareció dispuesto a abrir la puerta para dejarlo a “Loco” cara a cara con los fanáticos.

La situación no pasó a mayores gracias a que un hincha lo hizo recapacitar, y segundos después intervino un jefe de seguridad para frenar la situación. Fue el reflejo más crudo del descontrol emocional que atravesó el equipo durante esta noche.

OSVALDO RIPOLL/LA GACETA.

La tensión no terminó con el partido. En los pasillos del estadio se registraron empujones y discusiones entre hinchas, lo que obligó a la intervención de efectivos policiales. Afuera, decenas de agentes custodiaba las salidas para evitar mayores incidentes. El clima era de frustración, enojo y desconcierto.

En conferencia de prensa, Pusineri intentó poner paños fríos a la situación de Díaz. “Son jugadores que tienen sangre y se entiende por el momento que vivimos. Es la chance de calmar las cosas y tratar de unir las situaciones. Veníamos ganando en nuestro estadio, pero hubo un clima difícil”, reconoció el entrenador, visiblemente incómodo por la situación vivida.

Dentro del vestuario, la postal fue la del silencio. Cortinas cerradas y cabezas gachas. La derrota, los silbidos y la ruptura con el público dejaron una herida profunda en el grupo.

Atlético no perdió sólo un partido. Perdió algo más complejo: la confianza de su gente. En un club en el que la identidad y la entrega son bandera, el gesto de tirar billetes simbolizó una distancia que va más allá de lo deportivo. La hinchada pidió compromiso, los jugadores respondieron con confusión y el Monumental, testigo de tantas noches gloriosas, se convirtió en escenario de un divorcio doloroso que Pusineri deberá intentar recomponer antes de que sea demasiado tarde.