Lo conocí en abril de 2016, en una charla en la que contó cómo creó Punta Cana. La anécdota me sirve, casi una década más tarde, para extenderle la mano y abrir un diálogo que durará una hora.

La conversación tiene lugar al borde de la pileta de su casa, imponente, por la que pasaron incontables personalidades que dejaron su huella en la historia de los últimos 50 años. Está construida sobre una playa de arena blanca, al lado de la de su amigo y socio Julio Iglesias, una de las primeras celebridades internacionales que creyó en el proyecto.

Relato mil veces contado

Todo empezó con la visión de Rainieri. Vio un mundo donde solo había una selva virgen contenida por las costas del mar Caribe. En 1969, a sus 24 años, convenció al abogado neoyorquino Theodore Kheel de que debían iniciar la construcción de un balneario en el extremo oriental de República Dominicana, a 200 kilómetros de la capital, en medio de una zona inaccesible, sin caminos ni desarrollo humano alguno. Sobrevolaron la zona en una avioneta, desde la que Rainieri relataba, al abogado que reuniría a los primeros inversores, los detalles del paraíso que imaginaba en las 7.000 hectáreas que debían comprar.

Lo primero que hay que resolver es cómo llegar, pensó Rainieri. En 1971 inauguraron el primer hotel -solo diez cabañas- y una precaria pista de aterrizaje. La historia de este emprendedor dominicano es la de un gran narrador de una historia que estaba en su cabeza y que quería transformar en realidad. Se apoyaba en fotos, mapas y en una nada común habilidad para suspender la incredulidad de sus interlocutores. También en una resiliencia ante sucesivos fracasos. El proyecto fue deficitario por una década.

El desembarco de Club Med, en 1979, fue el punto de inflexión, el inicio de la era de la internacionalización. Rainieri -sin un peso dominicano en sus bolsillos- había pedido a una agencia de viajes que le fiara un pasaje a París para hablar con Gilbert Trigano, el director de la cadena hotelera, quien le dijo que avanzaría si lograba trazar una ruta que uniera el incipiente balneario con la capital del país. Con esa promesa, Rainieri convenció al presidente dominicano que construyera un camino precario que unió a Punta Cana con Santo Domingo.

Un chapuzón antes de volar

Un lustro después, con la inauguración de un aeropuerto capaz de recibir vuelos comerciales desde distintos países, comenzó la masificación turística. En el primer año de Punta Cana solo llegaron 2.600 turistas. Diez millones de extranjeros -el doble de lo que recibirá la Argentina en 2025- llegan actualmente solo por ese aeropuerto, cada año, al que se ha convertido en uno de los destinos turísticos más destacados del mundo.

Uno de los rasgos que más sorprenden a quien llega al aeropuerto es que hay viajeros bañándose en una pileta que mira a la pista de aterrizaje. “Convertí al gerente de uno de mis hoteles en el administrador del aeropuerto para que trasladara la experiencia de hospitalidad a los turistas desde que pisan por primera vez Punta Cana”, cuenta Rainieri.

Obsesión transformadora

“Visión, perseverancia y trabajo, no hay mucho más”, simplifica, cuando le preguntan cuál fue la clave. Pero hay un antecedente de azar y know how en su familia. Después de una experiencia fallida en Colombia, su abuelo italiano decidió volver junto a su esposa a su tierra natal. En su viaje de regreso, el barco que los llevaba se detuvo en Puerto Plata, en República Dominicana. Los abuelos de Rainieri se enamoraron del lugar, decidieron quedarse y luego administrar un hotel. Ninguno de sus hijos continuó el negocio pero en su nieto Frank renació la vocación, mientras trabajaba en una empresa de aviones de fumigación. Desde uno de esos aviones divisó el lugar, con aguas de tres colores e infinitas palmeras, que lo hizo soñar.

No pensaba solo en un negocio sino también en el futuro de un país. República Dominicana vivía de sus cultivos de caña, café y tabaco. Pero en esas playas blancas Rainieri vislumbró un potencial turístico que podría cambiar la economía primaria y limitada de la isla. Había visto en Puerto Rico la migración turística desde los destinos cubanos, a partir de la irrupción de la revolución castrista, y concluyó que los dominicanos podían seguir, y sofisticar, el experimento portorriqueño. Hoy el turismo genera 11.000 millones de dólares anuales y da empleo a casi un millón de personas en República Dominicana. Entre el 15 y el 20% del PBI y del empleo total del país.

Una voz en el teléfono

Fue un llamado lo que generó un nuevo empujón al proyecto Punta Cana. Del otro lado de la línea estaba Oscar de la Renta, el célebre diseñador de moda, quien dijo a Rainieri que estaba interesado en conocer el lugar que había creado. Apareció acompañado de Julio Iglesias y lo que empezó con la intención de comprar dos lotes para hacer sus casas de veraneo terminó en el ingreso de ambos a la sociedad que manejaba el emprendimiento. Fue el inicio de una ola de famosos que construyeron sus casas en esas costas -Shakira, Rafael Nadal, Marc Anthony, Vin Diesel- o que se convirtieron en asiduos visitantes -Richard Gere, Rihanna, Mikhail Baryshnikov, Beyoncé y Jennifer López, entre muchos otros-.

Le pregunto si las fiestas de Julio Iglesias solían ser muy ruidosas y turbulentas. “Mi esposa Haydée le puso un límite el primer día. Aquí no”, cuenta Rainieri.

Un joven octogenario

El creador de Punta Cana está vestido con una guayabera y un pantalón blancos, con una lapicera que asoma en uno de sus bolsillos, lista para anotar ideas. La charla se da en el jardín de su casa, en una noche en que ofrece un cóctel a los participantes de la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa que se celebra en uno de sus hoteles. Se me une Werner Zitzmann, director de la Asociación Colombiana de Medios, y luego se agrega media docena de periodistas. Su presencia no lo inhibe. Al contrario, lo estimula. Quiere hablar. “Estoy haciendo un documental sobre mi vida, del que ya tengo grabadas 16 horas”, comenta.

Su hijo Frank jr. está a pocos metros tomando un vaso de ron. Su padre dice estar retirado de la operación diaria en la que, además de su hijo, participan sus hijas Paola y Francesca. “Pero siempre que aparece la posibilidad de un nuevo emprendimiento o alguna duda, me consultan, tanto a mí como a mi esposa Haydée, con quien acumulamos más de cien años de experiencia empresaria, lo que no es poco”, aclara, mitad en broma, mitad en serio.

Más allá de la política

El empresario dominicano no generó una villa turística sino una ciudad en la que viven 150.000 personas, con capacidad para albergar una cifra similar de turistas de manera simultánea. Una de las primeras obras fue una escuela para doce chicos. Las escuelas se multiplicaron, acompañadas de infraestructura eléctrica, plantas de reciclaje, sistemas de comunicación, clínicas médicas y una estricta política medioambiental que se conjugan en un armónico plan urbanístico. “Mis hijos fueron a una de las escuelas públicas que construimos”, cuenta Rainieri.

Dice que no se puede dejar el destino de una ciudad o de un pueblo solo en manos de los políticos. El estado dominicano tuvo una participación marginal en todo el proceso. Rainieri cree que los empresarios no deben concentrarse solo en su negocio principal sino atender las condiciones sociales que rodean a todo emprendimiento. “Cada vez que llevé la idea de Punta Cana a líderes políticos de otros países, el proyecto fracasó”, confiesa.

Muchos de los líderes más influyentes del mundo fueron huéspedes de su casa. El presidente dominicano pasará a verlo en unas horas, en un país en el que hay más concentración de poder en la casa del empresario que en la sede del gobierno. En el mismo jardín en el que conversamos, Henry Kissinger y los Clinton compartieron sus dilemas de cara al mar.

Paso a paso

Cada 31 de diciembre, repite una tradición. Recorre los predios de Punta Cana para saludar a los guardias, los cocineros, los mozos, los recepcionistas de sus hoteles y resorts. Quiere transmitirles que es consciente de la importancia de sus trabajos, de cada engranaje del enorme sistema que ha creado.

¿Cómo se planea en grande? “Con una visión general en el largo plazo pero con foco en cada ladrillo, en la solidez del proyecto de cada año, paso a paso”, responde el hombre que inventó un paraíso en medio de un infierno verde.

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