Por Flavio Moguetta para LA GACETA

“Alberto Laiseca decía que había que leer mucho más de lo que cada uno llegara a escribir. Que mientras estuviéramos conectados con la lectura, lo otro ya iba a venir. Que era algo inevitable. Rodrigo lo expone bien en estas páginas al mostrarnos su ansiedad lectora. Y, también, el camino que se inicia una vez que se decide compartir lo que uno hace”, escribe el autor Leo Oyola desde el prólogo de Las cosas que empecé de grande (La Crujía) del músico y escritor Rodrigo Manigot.

-En Las cosas que empecé de grande encontramos la búsqueda de cómo contar esa historia tan fuerte que descubrimos en Aire del mundo, tu libro anterior y al mismo tiempo la necesidad de encontrar una voz propia.

-Es un largo debate. Están quienes sostienen que no hay que ser honesto, que hay que mentir, buscar una multiplicidad de voces. Y me parece que lo lindo de la literatura es que todos tienen razón y cada uno tiene encontrar lo que quiere escribir y después se determinará quién quiere leer o quién no. Yo tenía un profesor muy interesante, que cuando yo volvía de algunas experiencias de talleres que me habían golpeado un poco y yo decía algo que me habían dicho como un dogma, él me decía “¿por qué? y ¿por qué?”. Me lo encontré varios años después y él repetía cosas totalmente contrarias a las que me había enseñado y yo le dije: “¿por qué?” (risas). Creo que vamos cambiando y lo que hoy decimos quizás e acá a un tiempo no lo sostengamos. Hay que sentir algo fuerte de escribir y tratar de esperar un tiempo, no apurarse, y tratar de ver si eso que escribimos sigue latiendo y nos sigue pareciendo que está bien y después largarlo y bancarla.

-En la búsqueda de esa voz propia aparece un “yo” fuerte para contar esas experiencias alrededor de tu persona.

-Sí, hay que bancar la parada. Hay un montón de literatura que te sorprende, te atrae y que también en un punto tiene que ver con esa escritura. Muchos de los libros que más me gustaron en los últimos tiempos pasan por ahí. Por ejemplo, El vestido blanco de Nathalie Léger, que es la historia de alguien, pero que está muy atravesada por la historia de la escritura con la madre, es un contrapunto; o Primera sangre de Amélie Nothomb, que en realidad es contada desde el punto de vista del padre.

-En Aire del mundo aparece en la escritura la figura del padre y la narración de un hecho doloroso. En Las cosas que empecé de grande se descubre el proceso creativo de aquel libro, de otros libros, la búsqueda de hallar una voz propia y el derrotero por distintos talleres literarios.

-Creo que estaba buscando mi literatura, a la vez que buscaba poder vivir de lo que me gustaba. Una vez que lo encontré, seguí buscando mi lugar en la literatura. Lo fui encontrando con el tiempo y me parece que lo hice con los talleres y con una literatura que estaba media vedada y que de golpe se abrió. La literatura de Alejandro Zambra, Lucía Berlin, Vivian Gornick, Paul Auster. Muchos espacios de talleres dieron impulso a que se escribiera eso. Creo que me destapé como una cañería y escribí, y alguien en mi interior fue armando este tetris. El primero, el segundo y el tercero, están totalmente unidos y lo que estoy escribiendo también. Este libro a diferencia del anterior -El aire del mundo-, que en realidad es el primero y que no me animé a sacar, es un libro que disfruté más escribiendo, no tuvo tanta autoexposición, no fue tan ajuste de cuentas... si bien hay ajuste de cuentas. Me parece que lo disfruté más porque las heridas más fuertes ya estaban más cicatrizadas. El libro es una excusa para darle una forma literaria a tu pasado. Después, lo que había que cerrar, cerró o se está cerrando por afuera del libro. Uno no está haciendo terapia, está haciendo literatura y de paso hay momentos donde se tocan.

-En Las cosas que empecé de grande el lector va descubriendo también a la par de Rodrigo sus distintos descubrimientos o redescubrimientos de autores y libros.

Esa es de las cosas más lindas que me pasó, el ver a pibes que me mandan los libros que están mencionados, que los compraron. Obviamente releí todo porque no me acordaba. Me releí por ejemplo La playa de Pavese o los cuentos más nuevos de Débora Eisenberg.

-Cesare Pavese es un autor del que es imposible salir ileso.

-Uno no sale igual. Pavese me emociona, me vuelve loco. ¿Por qué nos vuelve locos? La prosa, los grandes momentos del lenguaje y sobre todo creo que, y lo estoy descubriendo ahora, que esa literatura expresa la imposibilidad del hombre de mezclarse con el mundo, con otros, con nada. Es hermoso y horrible a la vez. Una agonía en la que estamos solos… Es poético y desesperante. Y a la vez dicho con un lenguaje que parece que estuviera al alcance de la mano, como si fuera fácil de escribir. Si miraste a Pavese es porque en un punto, como miré a los Beatles, ese modo de escritura que parece simple es el que te inspiró. Parece fácil y te llevó toda la vida. Eso me mata del tipo, parece que no pasara nada y pasa todo.

-En ese ajuste de cuentas del protagonista de De las cosas que empecé grande está el recorrido por distintos talleres literarios, y encontramos algunos talleristas que salen mejor parados que otros.

En los talleres literarios creo que el único ajuste de cuentas o el único enojo fue por cierto maltrato que yo sentí con el taller de Guillermo Saccomanno. Un trato muy violento al pedo con los alumnos y lo sufrí. Pero yo también era insoportable y además creo que lo entendí mucho tiempo después. Cuando vas a un taller queriendo que te reconozcan, cobrás. Yo tenía la intuición de que estaba verde y entonces fui a ver cómo estaba… y estaba verde, me lo cobraron… Y además fui al de (Juan) Forn. El otro día hablaba con Matías Segreti, escritor con formación docente, y me parece que el tallerista tendría que tener una preparación porque se juegan muchas cosas vinculares que no están buenas.

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PERFIL

Rodrigo Manigot nació en 1968 en Capital Federal, pero siempre vivió en Castelar, provincia de Buenos Aires. Es compositor, cantante y letrista en Ella es tan Cargosa, banda de sello beatle que cumplió 20 años de carrera, con la que grabó seis discos y obtuvo premios nacionales e internacionales. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UBA y trabajó como guionista de programas periodísticos en televisión. Hoy coordina sus talleres de análisis y escritura de letras de canciones. Es autor de Donde no van las melodías y Aire del mundo.