Lifestyle, por Fernanda Bringas (muy_fer_) Producción general y Sol García Hamilton (solchugh) - Producción periodística

Cada 31 de octubre, el mundo se disfraza y las calles se llenan de calabazas, luces y de niños que repiten “truco o trato” sin saber del todo por qué. Pero detrás de esta fiesta se esconde una historia milenaria, tejida entre leyendas celtas, supersticiones medievales y transformaciones culturales que cruzaron océanos.

Mucho antes de que existieran los disfraces de bruja y las películas de terror, hace más de dos mil años, los antiguos celtas que habitaban Irlanda, Escocia y parte de Inglaterra celebraban el Samhain (se pronuncia “sauin”). Era su noche más importante del año porque significaba el final del verano, el cierre de las cosechas y el comienzo del invierno, la época oscura. En su calendario, el 1 de noviembre marcaba el inicio del año nuevo celta, y la víspera, la noche del 31 de octubre, era un momento de transición, un umbral entre dos mundos.

Los celtas creían que esa noche el velo que separaba el mundo de los vivos del de los muertos se hacía más delgado. Los espíritus podían regresar a la tierra y vagar por los campos, buscando un lugar donde refugiarse del frío. Algunos eran almas queridas que volvían a visitar sus hogares; otros, seres traviesos o malvados que podían traer desgracias. Para protegerse, las familias encendían grandes hogueras en las colinas, ofrecían alimentos a los muertos y se disfrazaban con máscaras hechas de pieles y huesos para confundir a los espíritus.

En las aldeas, las casas se adornaban con símbolos de la cosecha como calabazas, manzanas y espigas de trigo. Los druidas —sacerdotes celtas— encendían una gran fogata sagrada con ramas de roble y repartían sus brasas entre las familias, para que cada hogar pudiera encender su propio fuego y mantener alejado el mal durante el largo invierno.

Con el paso de los siglos, el cristianismo llegó a las tierras celtas. La Iglesia, en un intento por reemplazar las fiestas paganas, estableció el Día de Todos los Santos el 1 de noviembre, y la Víspera de Todos los Santos —en inglés All Hallows’ Eve— se fue transformando, lentamente, en Halloween. Pero el espíritu original del Samhain nunca desapareció, siguió latiendo en las costumbres populares, mezclado con las nuevas tradiciones religiosas.

Por otro lado, en Irlanda se contaba una vieja leyenda sobre un hombre llamado Jack O’Lantern. Según la historia, Jack era un gran bebedor y un embaucador que un día engañó al diablo para que no se llevara su alma. Cuando murió, no fue aceptado ni en el cielo ni en el infierno y estaba condenado a vagar para siempre entre ambos mundos. Jack talló un nabo, colocó dentro una brasa del infierno y lo usó como linterna para iluminar su camino eterno. Con el tiempo, los irlandeses comenzaron a tallar sus propias linternas para ahuyentar a los malos espíritus, y cuando emigraron a América en el siglo XIX, reemplazaron el nabo por la calabaza, más grande y fácil de trabajar. Así nació la famosa tradición estadounidense, símbolo de Halloween, que hoy decoran las puertas de las casas.

Los inmigrantes irlandeses también llevaron consigo su manera de celebrar. En Estados Unidos, las costumbres se mezclaron con otras influencias y con el entusiasmo de una sociedad que adoraba las fiestas. A comienzos del siglo XX, Halloween ya era una celebración popular, sobre todo entre los niños, que iban de casa en casa pidiendo dulces. Esa tradición del “trick or treat” (“truco o trato”) tiene raíces en los rituales celtas, cuando los aldeanos iban puerta por puerta pidiendo comida para las ofrendas a los muertos, o en la Edad Media, cuando los pobres pedían pan a cambio de rezar por las almas del purgatorio.

Con los años, la fiesta se volvió un fenómeno cultural. En los años 50, las películas de terror, las historietas y la televisión estadounidense consolidaron la imagen moderna de Halloween: brujas, fantasmas, esqueletos y calabazas iluminadas. El color naranja de la cosecha y el negro de la noche se convirtieron en los tonos oficiales de la fecha.

Hoy, Halloween es una celebración global. En cada país toma una forma distinta. Por ejemplo, en México coincide con el Día de los Muertos, en Irlanda se siguen encendiendo hogueras, y en Argentina, las fiestas temáticas, los disfraces y los maquillajes artísticos son parte de una tradición reciente pero cada vez más arraigada. Lo que empezó como un ritual para honrar a los ancestros se transformó en una noche para jugar con el miedo, reírse de lo oscuro y celebrar la vida.