El maul avanzó como una muralla “verdinegra”. Empujaron todos, con el corazón y con la historia de un club que sabe lo que es jugar finales. El árbitro levantó el brazo, el impulso no se detuvo, y fue Tobías Aguilar el que apareció al frente del grupo, con la pelota escondida entre los brazos, para apoyar el primer try de Tucumán Rugby frente a Natación y Gimnasia en la final del Regional del NOA. Fue una explosión. Grito, abrazo, alivio y comienzo. En ese instante, el hooker entendió que todo valía la pena: las tardes de entrenamiento, los sacrificios, los libros de la facultad y los recuerdos de su hermano, su primera inspiración.

“Es una alegría inmensa, algo que me va a quedar para toda la vida y no se olvida más”, dice Aguilar. Su try rompió el hielo en una final que tenía aroma a revancha. Tucumán Rugby había perdido la definición anterior ante el mismo rival, y esta vez no quería dejar dudas. “Esto es una revancha. Nunca bajamos los brazos, seguimos creyendo en el proceso desde el primer día”, resume.

La historia de Tobías con el rugby empezó casi por casualidad, aunque hoy parezca destino. “Tengo un hermano más grande, Luciano, que empezó a jugar por sus compañeros del colegio. Y yo, más chico, quería estar con él, acompañarlo. Así que arranqué a los seis años en Tucumán Rugby, y desde ahí no paré nunca más”, relató. Esa escena familiar fue el punto de partida de una vida entera ligada al club de Yerba Buena.

Su hermano Luciano es más que un lazo de sangre: es su modelo a seguir. “Ahora está viviendo en Paraguay, juega en San José, el equipo que salió campeón hace poco. Es mi inspiración, lo veo de chiquito, y sigo todos sus partidos”, cuenta Tobías, que le dedicó el try de la final a la distancia. “Mi hermano lo estaba viendo en vivo. Se lo dedico a él”, dice con una sonrisa que mezcla orgullo y nostalgia.

En su casa, el deporte siempre fue parte del ADN. “Mi viejo jugó en Cardenales, tengo tíos en Corsarios… en general todos practicaron deporte. Pero con mi hermano elegimos Tucumán Rugby porque nos quedaba cerca de casa, y ya se convirtió en una pasión imposible de cambiar”, confiesa. Aunque en las sobremesas familiares todavía le hagan bromas para que se pase a otro club, él ya tiene raíces “verdinegras”.

Más allá de la cancha, Tobías también reparte su tiempo entre los estudios y el trabajo. “Estoy en segundo año de Programación en la UNT. Por suerte puedo acomodar los horarios y cumplir con todo. Trato de echarle las horas necesarias a cada cosa”, explica. No es fácil equilibrar la exigencia del alto nivel con la vida cotidiana, pero lo hace con naturalidad. “Esta semana se vive con ansiedad, pero trato de mantener la calma. Pensar sólo en el partido, nada más”, asegura.

Su trayectoria con Tucumán Rugby fue creciendo de a poco. En 2021 veía las finales desde la tribuna; al año siguiente ya formaba parte del plantel superior. Y en 2023, jugó su primera definición. La derrota dolió, pero también dejó una lección. “El año pasado nos tocó perder contra Lawn Tennis. Pero nunca dejamos de creer. Venimos laburando con este cuerpo técnico hace dos años, desde abajo, con paciencia. Y sabíamos que en algún momento se iba a dar”, reflexiona. Esa convicción fue la que empujó el maul del primer try, y la que sostuvo al grupo hasta el final.

Cuando el partido terminó, Aguilar buscó entre la multitud a su familia. “Mi viejo lo ve desde casa, la pasa mal, sufre mucho estos partidos. Pero está siempre bancando. En la cancha estaban mis tíos, todos los que me acompañan desde siempre”, cuenta. Es el tipo de alegría que se construye en comunidad, la que no se explica sólo con un resultado.

El título tiene un valor especial. No sólo por la revancha, sino por todo lo que representa. “Es felicidad absoluta. Es el fruto de un laburo largo, de dos años, con un grupo que nunca se rindió. Sabíamos que no había casualidades”, dice. Y agrega, con la convicción del que vive su sueño: “El sueño de todo chico que juega en el club es salir campeón con la primera. Hoy lo pude cumplir. Y eso, sinceramente, no se compara con nada”.

El maul que lo llevó al try fue más que una jugada: fue una metáfora. Cada empuje fue una historia, una familia, una promesa cumplida. Aguilar cerró los ojos al apoyar la pelota, y en ese instante, supo que todo lo que imaginó desde los seis años, cuando empezó a jugar con su hermano, se había hecho realidad.