Hace un siglo, George Gershwin compuso “Rhapsody in Blue” y pasó poco tiempo para que se convirtiese en un clásico con su fusión entre los sonidos del jazz y el formato sinfónico para expresar el clima y la vida de Nueva York. Esta pieza abrirá esta noche la sexta edición del Festival Tucumán Jazz, una propuesta del Ente Cultural de Tucumán, con el apoyo del Consejo Federal de Inversiones (CFI) y del Istituto Italiano di Cultura de Córdoba. Desde las 21, en el teatro San Martín (avenida Sarmiento 601) se presentará la Orquesta Estable de la Provincia, bajo la dirección de Yeny Delgado y con la presencia especial del pianista franco-iraní Nima Sarkechik. Los socios de Club LA GACETA tienen 2x1 en entradas.
Que el inicio sea con una obra centenaria no implica que toda la grilla tenga el mismo estilo. Por el contrario, la programación -que durará hasta el domingo, tanto en el San Martín como en la sala Orestes Caviglia y en bares de la capital y el interior, con algunas funciones gratuitas- abarca las distintas tendencias del género, abierto a la fusión e interacción con otros ritmos. En la cartelera participará una veintena de bandas tucumanas y las presencias nacionales de Germán Siman, Néstor Estorello, Oscar Giunta y Javier Girotto.
El repertorio de esta noche se completará con otra composición de Gershwin, la “Obertura Cubana” inspirada en los ritmos caribeños que conoció durante su viaje a La Habana; y un popurrí de temas de Dámaso Pérez Prado, el recordado “Rey del Mambo”, que se caracteriza por incluir el brillo de los metales brillantes para generar una energía contagiosa y popular.
Sarkechik será el solista de “Rhapsody in Blue”. “Tocar a Gershwin hoy sigue siendo un enorme homenaje a la música improvisada y al nacimiento del jazz, porque les tiende una especie de puente mágico a los músicos clásicos: nos permite acercarnos al jazz sin dejar de ser quienes somos, abriendo un lenguaje lleno de libertad, colores, swing y picardía. Lo que más me conmueve de esta obra es la alegría que la atraviesa, luminosa, casi insolente. Incluso el pasaje lento es una declaración de ternura. Y hasta los momentos más ‘inquietos’ están atravesados por una energía chispeante, danzante, casi teatral, como si incluso la tensión terminara sonriendo. Para mí es una felicidad enorme tocar una obra tan genial y tan desbordante de vida”, le dice a LA GACETA.
En los cruces está la vigencia del jazzEl músico distinguió la idea que tuvo el compositor de Nueva York a su actualidad como ciudad, que “está marcada por dinámicas sociales, políticas y humanas que Gershwin no podía prever, aunque su música forme parte de su ADN cultural en Broadway, en la comedia musical y en la cultura popular donde su energía hierve en cada esquina y son elementos inseparables de su identidad”. “Él está en la raíz de un movimiento que sigue vivo, mutando, expandiéndose, pero Nueva York cambió de rostro: hoy es un melting pot fascinante, un lugar de fusión donde conviven culturas, lenguas y pueblos de todo el mundo, con una intensidad y creatividad desbordante en un espacio de ebullición artística permanente, alimentado por corrientes culturales múltiples: el graffiti, el krump, el hip-hop, los artes callejeros… Formas que casi no existían en su tiempo, pero que encarnan esa misma idea de libertad, atrevimiento e inventiva, una matriz cultural donde se refleja el mundo entero”, agrega.
Formación clásica
El pianista tiene una fuerte formación clásica, pero reconoce que “el jazz forma parte de mi paisaje musical desde hace muchos años, sobre todo gracias al Triton en París, un lugar emblemático de la improvisación donde conocí a artistas extraordinarios, aunque mi relación más íntima viene de la música iraní: la tradición persa es un universo donde se improvisa como quien respira, es un arte que te invita a soltar los reflejos, a romper automatismos digitales, a modelar el sonido en el instante, a arriesgarte al gesto inesperado, una verdadera escuela de libertad y flexibilidad interior que me marcó profundamente. Ahí aprendí que improvisar no es un ‘estilo’, sino una disposición, una forma de entrar en la música con todo el ser”.
Entre sus referencias cita a Médéric Collignon, Paul Lay, Thierry Eliez y Chassol, “que ampliaron mi escucha y mi relación con la espontaneidad, pero no soy un jazzista aunque la improvisación me habita”. En ese sentido, admite que le sorprendió la convocatoria a abrir el festival, pero la justifica al considerar a Gershwin “como un puente que une lo clásico con el del jazz en un lenguaje híbrido que hoy sigue haciendo dialogar universos que, en apariencia, están separados”. “La música clásica también está atravesada por el jazz: Ravel, Debussy, Rachmaninov… todos fueron influenciados por esa libertad nueva. Para mí es un honor representar ese encuentro, junto a las raíces iraníes: el de las músicas improvisadas, el de la tradición con la libertad, el de la estructura con el impulso”, detalla.
“Para que el jazz siga vivo, hay que tener los oídos abiertos”No es la primera vez que toca con Delgado en la batuta, y la elogia: “su gesto es claro, preciso, casi luminoso y su sonrisa contagia algo muy directo en toda la orquesta. Tiene esa manera de hacer circular la energía sin forzar nada, integrando a todos en un mismo impulso. Hay en ella una generosidad musical que pone a todos en movimiento”.