Llevar una vida saludable implica tres pilares inseparables: alimentarse bien, dormir adecuadamente y realizar actividad física. Sin embargo, los expertos coinciden en que ejercitarse todos los días al máximo nivel no solo es innecesario, sino contraproducente. El cuerpo necesita descanso, tanto físico como mental, para recuperarse y evitar que el sistema inmunitario se vea sobrecargado por un entrenamiento excesivo.

Es justamente en ese espacio de pausa donde aparece el concepto de descanso activo, un respiro que no consiste en detenerse por completo, sino en descongestionar cuerpo y mente con actividades de baja intensidad. Caminar, andar en bicicleta de manera suave, estirar o incluso jugar con mascotas pueden formar parte de esta estrategia.

En los gimnasios es común ver a personas entrenando todos los días, motivadas por la búsqueda de resultados rápidos. Sin embargo, los especialistas subrayan que entrenar siete días a la semana no es mejor que hacerlo cinco; de hecho, es peor. Dar el máximo sin pausas aumenta el riesgo de lesiones, disminuye el rendimiento y puede derivar en enfermedades leves por la baja de defensas.

Qué se hace durante el descanso activo

De acuerdo con la fisioterapeuta española Inés Jiménez, el descanso activo es una parte fundamental del entrenamiento y no implica reposo total -un recurso que solo debería usarse cuando la salud física o mental lo requiera-. En estos días se recomiendan actividades físicas de baja intensidad que aumenten suavemente la frecuencia cardíaca sin sumar carga excesiva a los músculos.

Entre las opciones más adecuadas se encuentran paseos breves, estiramientos ligeros, ejercicios suaves con bandas de resistencia o una pequeña rutina de planchas. Incluso actividades cotidianas pueden considerarse parte del descanso activo: caminar más, usar menos el auto o subir escaleras en lugar del ascensor.

Los beneficios de bajar la intensidad

El descanso activo favorece un mejor flujo sanguíneo, reduce el lactato en sangre y promueve la liberación de hormonas anabólicas que aceleran la regeneración de tejidos. Esto permite retomar los entrenamientos con más fuerza, energía y mejor rendimiento.

A nivel inmunológico, la pausa ayuda a que el sistema de defensas se recupere. Si no se respeta este proceso y se continúa entrenando al límite, aumentan las posibilidades de contraer enfermedades respiratorias leves, resfríos y alteraciones digestivas vinculadas al estrés. Asimismo, el descanso activo libera la mente del ciclo obsesivo del entrenamiento y reduce marcadores de estrés.

Jiménez advierte que un freno total puede generar el efecto contrario al buscado: “Si paramos rotundamente, nos costará más arrancar. Un día entero en la cama puede generar más dolores de espalda y desacomodar el ritmo de entrenamiento”.

¿Descanso activo o pasivo?

La elección depende del tipo de actividad física.

Entrenamientos aeróbicos (correr, bailar, nadar, zumba): lo ideal son dos días de descanso, uno activo y otro pasivo. El descanso pasivo implica no realizar ninguna actividad física y facilita una recuperación más profunda.

Entrenamiento de fuerza: como genera microrroturas musculares, se recomienda dejar descansar al músculo al menos dos días. Esto no implica inactividad total: si un día se entrena hombro, al siguiente puede trabajarse pierna o glúteos.

Yoga y pilates: si bien son suaves para el sistema cardiovascular y muscular, requieren gran concentración y control postural. Por eso, Jiménez indica que no necesitan descanso pasivo, pero sí “un par de días de descanso activo”.

La clave, sostienen los especialistas, está en comprender que el descanso también es parte del entrenamiento. Incorporarlo de manera planificada no solo cuida la salud, sino que permite avanzar con mayor constancia, energía y bienestar en el camino hacia una vida activa.