La trayectoria profesional de Carmen Aristegui puede verse como una construcción meticulosa, ladrillo a ladrillo, asentada sobre la base del rigor periodístico y una valentía implacable. Desde sus inicios en la radio universitaria, supo que su vocación era desentrañar las complejidades del poder, confrontar la impunidad y darle voz a quienes no la tenían. En un México donde la información a menudo se sesgaba y se maquillaba, ella presentaba los hechos sin adornos, sin concesiones. Confrontaba a los funcionarios con datos concretos, y exponía las contradicciones del sistema.
Pero su labor no estuvo exenta de costos. La maquinaria del poder, acostumbrada al silencio complaciente, reaccionó con ferocidad. Despidos injustificados, campañas de desprestigio, espionaje telefónico, ataques cibernéticos y la lista de agresiones es larga y dolorosa. El caso MVS Radio (febrero de 2011), donde fue despedida tras una investigación sobre el presunto alcoholismo del entonces presidente Felipe Calderón, es un capítulo oscuro en la historia de la libertad de expresión en México.
Aristegui redobló su apuesta. Se reinventó, aprovechó las plataformas digitales, y continuó con el ejercicio de un periodismo incisivo, con mayor alcance y resonancia. Su programa en CNN en Español se convirtió en una referencia obligada para entender la realidad latinoamericana, y su sitio web “Aristegui Noticias” una trinchera de información independiente.
El punto culminante de su reciente participación en el congreso de Fopea y de Colpin fue la presentación del escándalo “Televisa Leaks”, un trabajo de periodismo que expuso ante colegas de varios países.
Todo comenzó cuando un joven mexicano, llamado Germán Gómez, aspiraba a convertirse en cineasta, pero el trabajo le tendió una serie de trampas disfrazadas de oportunidades. Así pasó de filmar promocionales de telenovelas hasta que lo asignaron al “Palomar”. Un nombre casi bucólico para un lugar que, en realidad, era el ático oscuro de Televisa Chapultepec, de México, la mayor productora y distribuidora de entretenimiento e información de habla hispana. “Palomar”, un espacio donde, sobre el bullicio de los melodramas y los noticieros, se tramaban estrategias, se tejían narrativas, se manipulaba la verdad, según un reportaje de “Aristegui Noticias”.
El joven cineasta aprendió los trucos del oficio. Cómo vender ilusiones, cómo disfrazar la realidad, cómo demonizar a un enemigo. Aprendió a construir campañas de desprestigio con la misma facilidad con la que antes montaba un spot publicitario. Pero el idilio con el Palomar tenía fecha de caducidad. Un conflicto salarial, una promesa incumplida, el amargo sabor del desengaño. El joven, ahora curtido en las artes oscuras de la manipulación, decidió presionar a Televisa. Y entonces, llegó la revelación.
Cinco terabytes de información, una bomba de tiempo en formato digital. Cinco terabytes de conversaciones, documentos, guiones, videos, pruebas irrefutables del poder corruptor del Palomar. Un tesoro oscuro que llegó a manos del equipo “Aristegui Noticias”, dispuesto a desentrañar la verdad. El joven cineasta se convirtió en un arrepentido. Había formado parte de la maquinaria de la mentira y decidió contarlo.
Los cinco terabytes revelaron campañas infames, estrategias para encumbrar a un poderoso magistrado o destruir la reputación de un crítico incómodo. Pero una historia, en particular, heló la sangre de los periodistas mexicanos: el “Caso Westhill”. Un magistrado, de apellido Camero, se había convertido en un obstáculo para Televisa. Quizás sus fallos no eran del agrado de la televisora, o su independencia era una amenaza para sus intereses. El motivo exacto era difuso, pero la solución, brutalmente clara, era destruirlo. Y la forma fue a través de su hijo.
En “Palomar” se urdió una campaña macabra para acusar al hijo (menor de edad) del magistrado de violación. Se fabricaron pruebas, se crearon perfiles falsos, se movieron los hilos en las redes sociales. Incluso, los propios empleados de Televisa, convertidos en actores de un drama perverso, escenificaron el papel de los padres de la supuesta víctima de una violación.
Dentro de los cinco terabytes de información que conforman “Televisa Leaks”, el “caso Westhill” emerge como un ejemplo escalofriante del poder corruptor de “El Palomar”, que Aristegui eligió para mostrar en su paso por Buenos Aires. Westhill es una institución de educación superior en México, donde supuestamente había ocurrido la violación de una menor. Una muestra del poder ilimitado para manipular la opinión pública. La verdad saltó con una investigación periodística de Aristegui Noticias y resultó premiada en la 16va Conferencia Latinoamericana de Periodismo de Investigación (Colpin). En este trabajo periodístico se identificaron 26 campañas de desprestigio, orquestadas por el grupo “Palomar”, que habría operado durante ocho años.
-¿Cómo llegaron a la fuente para el caso Televisa Leaks?
-En Palomar hay un grupo de personas entre las cuales se encontraba nuestra fuente, que nos entregó estos cinco terabytes; en algún momento cuando él decidió presionar a la televisora para que le pagara su salida porque lo despidieron. Es una fuente que fue creciendo para nosotros. En un momento dijo: ‘entrego esto porque sé que es importante’ y tenía un propósito original que después se trastocó su propia comprensión y él tuvo una autocrítica muy importante al decir: ‘yo formé parte de eso y lo voy a contar’. Y nos dio estos cinco terabytes que nos obligaron a revisar durante muchos meses con varias herramientas tecnológicas para poder procesar este volumen de información y sustraer los elementos noticiosos que forman parte de esta serie de investigación especial.
-¿Cuál fue la primera reacción al ver el material?
-Pudimos ver de manera muy directa, muy cruda, muy descarnada, la forma en que se puede construir una campaña de desprestigio. O cómo armar una campaña para promover a alguien que se convirtió en presidente de la Corte. Desde la principal televisión del país, desde la clandestinidad, en una televisora pública, porque es una empresa comercial, pero cotiza en la Bolsa de Valores en Estados Unidos.
-¿El caso Westhill es emblemático para Televisa Leaks y por eso decidiste mostrarlo ante los colegas del continente?
- Elegimos este caso, de los muchísimos que pudimos identificar, porque se fabricó para dañar a un magistrado de apellido Camero, que después falleció de cáncer. Este magistrado, por alguna razón, tenía una situación conflictiva, ya sea con quien fue presidente de la Corte y aliado de Televisa, o con la propia televisora. Lo dañaron en donde más puede dolerle a alguien que es su hijo, fabricando una historia en donde se lo acusó de violador. En Palomar fingieron ser los presuntos padre y madre de la supuesta niña violada por el menor de edad. Tenemos todas las pruebas en Televisa Leaks: cómo lo ensayaron, cómo borraron las caras (pixelado), pero también tenemos la parte previa donde se ve la cara, cómo ríen, cómo hacen la grabación y la difunden, pagando una pauta para que ese video se viralizara.
-En este encuentro de Colpin y Fopea, quedó demostrado que en el continente los hechos de corrupción son distintos, pero hay una similitud: por un lado van los contenidos de ‘fake news’, y por otro los contenidos del periodismo riguroso. Y las audiencias también van por caminos separados. ¿Cómo ves el periodismo de investigación ante ese escenario?
-Estamos hablando de la coexistencia en estos espacios poderosísimos de comunicación en las redes sociales, que es en donde la gente ha migrado masivamente. Ahí coexisten todos los contenidos posibles y el gran reto -no solo para los periodistas sino para las sociedades- es justamente diferenciar las cosas. Las audiencias necesitan elevar el nivel de exigencia de lo que consumen. Por eso es tan importante el papel de los periodistas y la identificación de quiénes son periodistas y quiénes generadores de contenido. Por supuesto, hay de todo. Gente que emite información valiosa, aunque no se dedique formalmente al periodismo. Y periodistas que nos dedicamos a tiempo completo a hacer periodismo. Debemos apelar a la capacidad y el criterio de las audiencias de identificar qué es qué, quién es quién, qué hay detrás de cada cosa. Pero es un desafío gigantesco.
-Donald Trump llama a los periodistas ‘enemigos del pueblo’. ¿Cómo analizas los discursos de odio desde el poder político que se replican en otros presidentes?
-Es sistémico. Es un modelo que reditúa a líderes políticos contrarios a las funciones básicas de la democracia, donde el periodismo crítico es un factor importante. La táctica busca socavar los pilares fundamentales de la relación con la audiencia. Hay que matar la confianza, la credibilidad de los medios, para que el mensaje no llegue o, si llega, que no sea creíble. Hay que atacar a los jueces, a los críticos, a los periodistas, a todo contrapeso. Al final de la historia tendríamos que creer que la propia sociedad tiene la altura y el criterio de decir qué tipo de circunstancias son las que vivimos. Punto número uno: no la tenemos fácil. Es una batalla muy desigual, muy asimétrica, ¿no? Porque si tienes estos líderes que son populares, hábiles, con maquinarias clientelares impresionantes, que llegan democráticamente y, a partir de llegar ahí, empiezan a desmontar el sistema, es un desafío gigante para la democracia. Hay gente que sigue -seguimos- creyendo que la sociedad necesita a los periodistas. El periodismo necesita una sociedad que crea en él -y en su función- para persistir.
-La irrupción de la Inteligencia Artificial (IA), ¿puede verse como una herramienta y también como un cambio de paradigma?
-Es un cambio de sistema que ha alterado la posición del ser humano. Hemos perdido el monopolio de muchas cosas, incluyendo el de la creación y el de la destrucción. No hay claridad sobre el rumbo que tomará el planeta con la Inteligencia Artificial, pero está la urgencia de modificar los procesos económicos y de redistribución de riqueza para hacer de este un mundo un poco menos injusto, sin que esto signifique un freno a los avances científicos.
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Perfil
Carmen Aristegui dirige y conduce el noticiero matutino Aristegui en Vivo, desde el portal Aristegui Noticias, y el programa de entrevistas que lleva su nombre, en la cadena CNN en Español. Es autora de los libros Uno de dos, Transición y Marcial Maciel. Recibió el Premio Moors Cabot entregado por la Universidad de Columbia, el Premio Gabo, el Premio Knight y el Premio Nacional de Periodismo. Es presidenta del Premio Alemán de periodismo Walter Reuter y del Premio Javier Valdez Cárdenas de Random House.