Esta semana, una usuaria de X (antes Twitter) posteó: “Ojo con decirle a un hombre hoy día que vives sola, porque te quieren invitar a salir a tu casa y cenar con tu comida”. Lo acompañó con capturas de pantalla de una conversación por WhatsApp que arrancaba con un “¿Guapa, y si hoy hacemos cena y cenamos en tu casa?”. Y a partir de ahí una serie de mensajes que revelaban que, en suma: pretendía ir a su casa, que ella cocinara sin llevar ni un ingrediente y entonces él haría la crítica de sus “habilidades culinarias”. ¿Qué aportaba el candidato? “Mi presencia”. Ella terminó bloqueándolo. Lógico.

El posteo tuvo más de 70 millones de visualizaciones y casi 60.000 “Me gusta”. Por supuesto, inauguró un hilo en el que miles de mujeres compartieron anécdotas similares y etiquetaron este tipo de actitudes como una gran “red flag”: “Invitame a dormir con vos, mirá cómo está el día”; “¿Qué onda, estás sola? Por ahí caigo”; “¿Estás para tomar helado y ver una peli con el aire prendido?”; “¿Me puedo autoinvitar a tu casa?”; “Si voy, ¿me alimentás?”; “¿Qué vas a cocinar? Depende de lo que cocines puedo ir a comer, ojo”; “Estoy para que me invites a pasar un finde en Carlos Paz, cocinamos todo el finde, me quiero escapar de Córdoba urgente”; “¿Estás para que te caiga y cocino algo para los dos?”; “Si andamos dando vueltas nos vamos a mojar porque está pronosticado lluvia… ¿y en tu depto no te pinta?”...

Las capturas dejaban en evidencia a hombres con propuestas bastante mediocres, algunas raras (como la que decía: “Necesito facturar en ARCA pero no tengo PC y es más fácil desde ahí”). Desde luego, se trataba de hombres con los cuales estas mujeres no estaban en una relación. Una usuaria comentó: “Se ahorran la salida a cenar, los tragos y hasta el motel”. ¿El fin de la galantería?

El celular de Casciari

En esta misma línea se inscribe una aguda reflexión que hace el escritor argentino Hernán Casciari en uno de sus relatos. Empieza diciendo que un día, cuando le contaba a su hija “Hansel y Gretel”, al llegar al terrible momento en que los niños se dan cuenta de que unos pájaros se han comido las migas de pan que iban a permitirles regresar a su casa… ella lo interrumpió diciendo: “¡Pero que lo llamen al papá por el WhatsApp!”. Y ahí lo advirtió: su hija no tenía noción de una vida ajena a los teléfonos celulares. “Al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura -toda ella, en general- si el teléfono móvil hubiera existido siempre, como cree mi hija de cuatro años”. Pensó, y con razón, que “un enorme porcentaje de las historias escritas (o cantadas, o representadas) en los 20 siglos que anteceden al actual, han tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Han podido existir gracias a la ausencia de telefonía móvil”. Refiere, con mucho humor e ingenio, los más diversos ejemplos de obras clásicas. Uno de ellos, “Romeo y Julieta”. ¡Qué distinto hubiera sido si ella podía alertar a Romeo que iba a fingir estar muerta! “Y todo el grandísimo problemón dramático de los capítulos siguientes se habría evaporado. Las últimas 40 páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca”. Adiós a una de las más grandes historias románticas de la literatura.

Y se pregunta: “¿no estará acaso ocurriendo lo mismo con la vida real, no estaremos privándonos de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente? ¿Alguno de nosotros, alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer que ama que no suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora?” La respuesta es amarga: “No. Le enviaremos un mensaje de texto lastimoso, un mensaje breve desde el sofá”.

Y termina diciendo una gran verdad: “Nuestras tramas están perdiendo el brillo -las escritas, las vividas, incluso las imaginadas- porque nos hemos convertido en héroes perezosos”.