Estamos en pleno siglo XVI, cuando adelantados y funcionarios españoles cruzaban el Atlántico propulsados por la ambición de riqueza y de conquista. Juan de Osorio, mano derecha de Pedro de Mendoza -fundador de Buenos Aires- es asesinado en una playa brasileña, acusado de traición. Juan Gaboto abandona a tres de sus oficiales en la isla de Santa Catarina para que los devoren los caníbales. Casos como esos no quedaban en la nada; iban a juicio, y como en todo pleito era clave la palabra de los testigos.

Loreley El Jaber trabajó con esos testimonios. La voz de marineros, grumetes, mercenarios, pajes, criados y criadas emerge en “Motines y traición en el Río de la Plata. Un ensayo sobre la voz de la plebe”, libro editado por el sello porteño Tinta y Limón, y que ella presentó en el Centro Cultural Rougés. Los detalles de esta investigación afloraron durante una charla con la docente universitaria, poeta e investigadora del Conicet, para quien cada visita a Tucumán representa, más que un trabajo, un viaje de placer.

- ¿Cómo surge la idea y cómo se concretó el proyecto de este libro?

- Trabajé durante muchos años sobre el Río de la Plata; sus textos, crónicas y discursos. Y la pregunta que quedó dando vueltas después de mi tesis doctoral era: ¿qué sucedía con esas voces un poco olvidadas? Quería saber si tenían algún lugar. Había trabajado con un cronista, un soldado alemán llamado Ulrico Schmidl, y eso me llevó a considerar si existía la posibilidad de explorar esas voces que ofrecieran una perspectiva diferente a las crónicas más heroicas o épicas, ofreciendo un “lado B” de los acontecimientos.

- ¿Con qué te fuiste encontrando?

- Recordaba vagamente haber trabajado con Álvar Núñez Cabeza de Vaca (el “descubridor” de las Cataratas del Iguazú), quien afrontó un juicio al volver del Río de la Plata, acusado de traición al rey. Y me acordaba de que se había apelado a alguna voz plebeya como testimonio. Me puse a investigar ese pleito y, efectivamente, encontré ciertas voces plebeyas testimoniando sobre la supuesta traición de Cabeza de Vaca, aunque él sostenía que los traidores eran otros.

- ¿Cómo siguió la investigación?

- Empecé a notar que había una recurrencia en juicios por traición o juicios por motines que sucedieron en el Río de la Plata o en camino hacia él. Estos sucesos ocurrían muy lejos de la metrópoli y del control de la Corona. Los adelantados o gobernadores, lejos del control, se desbandaban y ejercían un exceso de poder, volviéndose tiránicos. Además, siempre eran paranoicos respecto a la posibilidad de ser traicionados, ya que el motín es un horizonte de sospecha constante.

- Al estar tan lejos de la metrópoli, ¿quiénes se convertían en los testigos en esos pleitos?

- Eran aquellos que componían el conjunto que acompañaba a estos adelantados y gobernadores. Estos sujetos eran marineros, soldados, criados y criadas. Había algunas mujeres, aunque pocas, que aparecían testimoniando. Todos eran, en su mayoría, iletrados. En cuanto a su composición, eran mayoritariamente blancos (en el sentido de que no eran mestizos ni indios). En cuanto a los esclavos, no aparecen en los testimonios convocados por los fiscales en este período del siglo XVI.

- ¿Qué casos te llamaron la atención?

- Hay dos muy interesantes. Uno es el de Sebastián Caboto, cuando decide cambiar el rumbo estipulado en la capitulación tras encontrarse con los náufragos de Juan de Solís, quienes le dijeron que en la zona del Río de la Plata había oro y plata. Tres oficiales se negaron a cambiar ese rumbo, Caboto los consideró amotinadores y los abandonó en una isla (cerca de lo que hoy es Florianópolis) para que fueran comidos por indios caníbales. Esto generó tres pleitos importantes. Uno fue entablado por la madre de uno de esos tres hombres que había muerto tratando de escapar de la isla. Fue un pleito largo, donde una mujer plebeya litigaba contra una figura de poder como Caboto por el asesinato de su hijo.

- ¿Y el otro?

- Es el de Pedro de Mendoza, que estaba enfermo de sífilis y venía viajando postrado en la cama. Antes de llegar al Río de la Plata, oficiales reales lo convencieron de que su mano derecha, Osorio, lo traicionaría. Mendoza entabló un juicio secreto a bordo, sin llamar a Osorio a testificar. Cuando llegaron a Río de Janeiro atacaron a Osorio en la playa, lo mataron por traidor, le colgaron un rótulo y no permitieron que fuera enterrado. Hay un testimonio casi cinematográfico de un marinero que cuenta cómo vio la escena de la muerte, la sangre y el ataque, aunque no pudo leer el rótulo.

- En ese pleito hay un testimonio de una criada que es particularmente revelador...

- Sí, aparece una criada, una de las pocas mujeres. Ella dice algo muy interesante: “si él hubiera sido traidor, yo como su criada lo habría sabido”. Luego explica que no pudo leer el rótulo porque ella, como mujer, no sabe leer. Lo interesante de ese testimonio era que ella asumía un saber que los demás no tenían, y además se atrevía a testificar en contra del adelantado, o al menos en contra de sus acusaciones.

- ¿Cómo se reflejaba esa oralidad en los juicios, sabiendo que había un escribiente intermediario que recogía los testimonios?

- Uno podría pensar que modificó los términos o los conceptos. Sin embargo, al cotejar el “paquete” de todos los pleitos ligados a una figura en particular mi percepción es que no hubo tanta injerencia del letrado. Por ejemplo, se mantienen las repeticiones constantes, algo muy propio de la oralidad, donde la misma frase aparece repetida tres veces en un testimonio breve. Es lo que hacemos al hablar, pero no al escribir. También aparecen algunos improperios. Un testigo dice que no se dejarán guiar por estos putos bufarrones. A pesar de que el escriba podría haber censurado esa anunciación, aparece. Son pequeñas instancias que yo llamo de subjetivación, donde el sujeto se observa a sí mismo como tal, y se atreve a calificar al otro.

- El título del libro destaca la “traición”, un concepto muy trabajado en la literatura. ¿Con qué perspectiva lo abordaste?

- La traición recorre la historia de la literatura de punta a punta. El capítulo de Pedro Mendoza es quizás el más literario del libro. Para pensar la traición volví a leer mucho a Shakespeare, que es quizás el gran autor sobre este tema. Trabajé mucho con “Ricardo III”. En su obra, la traición no es sólo medular, sino constante. Él muestra que la traición depende de la perspectiva: todo el mundo es y no es traidor. Leer a Shakespeare y conectar con gente dedicada a la literatura inglesa me permitió pensar de manera más filosófica o teórica sobre la traición.

- Y en relación con tu devenir poético, ¿hay elementos  que lo conecten con esta investigación?

- Parece que la poesía y la legalidad son dos esferas absolutamente ajenas o distantes. Sin embargo, los poetas o críticos de poesía son quizás quienes más han teorizado sobre qué sucede con la voz. Esas teorías me ayudaron muchísimo a la hora de pensar cómo abordar y conceptualizar esta voz subalterna, no como una entelequia o un susurro, sino cómo se conforma.

- Después de 10 años de trabajo en este proyecto, ¿cuáles fueron las principales conclusiones que te dejó la inmersión en los pleitos del siglo XVI?

- Lo que el trabajo me mostró es que, si uno se adentra en el ámbito legal, la cantidad de pleitos donde aparecen estos sujetos es altísima. No sólo plebeyos, sino esclavas que demandan su libertad o mujeres que entablan demandas contra sus maridos por violencia (lo que hoy sería violencia de género), contando su historia. Pero, sobre todo, quise escribir un libro que fuera accesible a un público más amplio. No quería escribir para el “gueto académico”, eso implicó buscar un tipo de narrativa, una pluma más laxa. Los casos eran muy atractivos, casi ficcionales. Sentía que eran “todas películas”. Quería transmitir esa sensación, y ahí permití que mi veta más narrativa y poética entrara en el texto.

- ¿Por qué es importante rescatar estas voces hoy?

- Porque muestran otro lado de la historia. Además, permiten pensar en una pluralidad mucho mayor. Si esos sujetos eran hablantes, escuchados, y su testimonio podía decidir la suerte de figuras de poder, entonces no eran tan marginales como los pensamos. O, al menos en ciertas circunstancias, podían utilizar esa marginalidad a su favor, lo que algunos llaman las “tretas del débil”. Gran parte de estas voces se acalló a través del siglo XIX, lo que tiene que ver con la constitución de los Estados-nación. La plebe masculina quedó también un poco al margen del margen, por no ser indígena, ni mestiza, ni criolla. Siempre me interesaron los bordes, los márgenes.

- ¿Y en relación con la poesía? ¿Cómo siguen tus proyectos?

- Tengo listo el poemario “Un libro sobre el agua”, pronto a salir. El tema es que “Motines y traición...” le ganó la partida (risas)... Durante la pandemia escribí un poema que comienza con una pregunta: “¿qué se hace cuando el mundo se apaga?” Uno se siente sostenido en la fuerza y la belleza de lo pequeño y de lo mínimo. Para mí esa pregunta ha sido rectora y me la hago ante cada nuevo proyecto que me proponen, porque si el mundo volviera a apagarse, como en la pandemia, ¿dónde me encuentra a mí?

Perfil

La especialista

Loreley El Jaber es ensayista, Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires e investigadora del Conicet. Es profesora adjunta de Literatura Latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Publicó los libros de poesía “La playa” (2010), “La espesura” (2016) y “Nunca hay suficiente mar” (2020).