El calendario litúrgico recuerda cada 16 de diciembre a varios santos y mártires de la Iglesia primitiva. Entre ellos se destaca la figura de San Albina de Cesarea, una joven cristiana que fue ejecutada por su fe durante las persecuciones del Imperio romano y cuya historia sintetiza uno de los períodos más crudos del cristianismo naciente.
Una vida marcada por la fe
San Albina vivió en Cesarea, una de las ciudades más importantes del Oriente romano y un centro clave del cristianismo antiguo. Convertida al cristianismo en una época en la que profesar esa fe significaba desafiar al poder imperial, Albina se distinguió por su adhesión pública y firme a las enseñanzas de Cristo, algo que las autoridades consideraban un acto de desobediencia política y religiosa.
Los registros históricos sobre su vida son escasos, como ocurre con muchos mártires de los primeros siglos, pero la tradición cristiana la recuerda como una mujer joven, decidida y consciente del riesgo que implicaba su fe.
El arresto y la condena
Durante una de las persecuciones ordenadas contra los cristianos —atribuidas por la tradición a los siglos III o IV—, Albina fue detenida por negarse a rendir culto a los dioses paganos y a participar de los rituales imperiales. Interrogada por las autoridades, se mantuvo inquebrantable en su confesión cristiana, rechazando cualquier posibilidad de retractarse para salvar su vida.
Su negativa fue interpretada como un desafío directo al orden romano. Como consecuencia, fue condenada a muerte, convirtiéndose en una más de las tantas víctimas del aparato represivo que buscaba erradicar al cristianismo.
El martirio
Según la tradición hagiográfica, San Albina fue sometida a tormentos previos a su ejecución, una práctica habitual en los procesos contra cristianos para forzar la apostasía. Pese a las amenazas y al sufrimiento físico, se mantuvo firme en su fe y reiteró su negativa a ofrecer sacrificios a los dioses del Imperio.
Finalmente, fue conducida al lugar de suplicio y ejecutada por decapitación, método reservado con frecuencia a quienes persistían en su confesión cristiana hasta el final. Las crónicas destacan la serenidad con la que enfrentó la muerte, entendida por la tradición como signo de su entrega total y de su convicción espiritual.
Su martirio fue interpretado por las primeras comunidades cristianas como un testimonio extremo de fidelidad, en un tiempo en que la fe se pagaba con la vida. La sangre derramada de Albina pasó a formar parte del relato fundacional de la Iglesia perseguida, fortaleciendo a otros creyentes frente al miedo y la represión.
Memoria y legado
La figura de San Albina de Cesarea quedó incorporada al Martirologio Romano y su memoria se mantiene viva cada 16 de diciembre. Aunque no dejó escritos ni obras materiales, su legado se sostiene en el valor simbólico de su martirio: el de una mujer que eligió la fe aun cuando esa decisión implicaba la pérdida de la vida.
En el marco del santoral del día —que también recuerda a otros obispos, papas y mártires—, la historia de San Albina vuelve a poner en primer plano el sacrificio de los primeros cristianos y el precio que muchos de ellos pagaron por sostener sus convicciones en tiempos de intolerancia y persecución.