Diciembre cae pesado sobre la provincia, pero en la plaza Independencia el calor no frena nada. Al contrario, se mezcla con música fuerte, bocinazos, espuma en aerosol y caravanas improvisadas que giran una y otra vez alrededor del principal paseo de la ciudad. Este año, al parecer, algo pasó en el calendario académico; y es que medio Tucumán decidió recibirse al mismo tiempo.
Camionetas decoradas, carteles escritos a mano, familias que aplauden desde las veredas y amigos que cantan sin mirar el reloj. La plaza se vuelve epicentro del cierre de ciclos, el lugar elegido para gritar que el esfuerzo valió la pena.
El clima es tan intenso que hasta genera oportunidades. Vendedores ambulantes aprovechan la marea de festejos y ofrecen espuma “dos por precio especial”. “Nunca se vio tanto junto”, coinciden. Y no exageran; mientras una caravana se pierde por San Martín, otra aparece por calle 24 de Septiembre con música de guaracha a todo volumen.
Entre los recibidos, hay historias que se cruzan. Tatuajes que esperan una nueva fecha y dedicatorias que apuntan al cielo. “A Dios”, responde uno, sin dudar, cuando le preguntan a quién le dedica el título.
Y como si al mediodia tucumano le faltara algo más, aparece él. El hombre del auto descapotable. Personaje urbano, figura conocida del centro, sonrisa permanente y bocina cómplice. No es tío de sangre, aclaran, pero nadie lo discute: “Es el tío de todos los tucumanos”. Se suma a la caravana, canta, saluda, abraza y convierte el festejo en una postal inolvidable.
Nada parece tener demasiado sentido ni orden, pero funciona. Guaracha, risas, espuma y calor. Y con la plaza como testigo de que, al menos por un rato, la ciudad entera celebra los sueños cumplidos.