La suerte de Osama bin Laden, el inspirador de la única red terrorista que golpeó a Estados Unidos en su territorio, es un tema apasionante porque cada afirmación abre nuevos interrogantes. "El hecho (de la muerte) apenas si tiene el crédito de la demostración por la negativa: ?no debe, no puede ser mentira?. Paradójicamente, se supone que el nivel con mayor capacidad de falsear los hechos, la administración pública, no puede arriesgarse en este caso porque está en juego su prestigio", razoné el lunes pasado, en mi blog.
Insistimos, no hay prueba alguna del deceso de Bin Laden. El cuerpo, la prueba irrefutable, fue eliminado con una premura desconcertante. Repasando lo que dice EE.UU. que hizo, se puede enumerar someramente: tortura de prisioneros para obtener información; operación armada en territorio de un país sin contar con su anuencia; muerte de un prisionero desarmado, secuestro y desaparición de un cadáver, etcétera. Un cúmulo de violaciones al derecho internacional y a la moderna concepción de los derechos humanos. Un acto de venganza y no de justicia, porque ésta no intervino.
Si esbozamos a trazos gruesos el cuadro de situación respecto de las consecuencias que puede traer la muerte del más buscado en la última década, muchos pueden desilusionarse, como ocurre cuando se contrasta la realidad con las creencias. Como lo hemos sostenido en otros foros, la organización Al Qaeda (La Base, quiere decir) no es una red, sino una suerte de "franquicia" o marca que se puede utilizar cuando se dan ciertos requisitos en los atentados. Las células funcionan de modo independiente y fijan sus prioridades.
Por otra parte, tras los primeros golpes, Bin Laden dejó de participar; ni siquiera lo hizo en la planificación de los atentados y se retiró poco después del 11-S en medio de objeciones morales de sus partidarios. El analista Abel Samir lo pone en estos términos: (Bin Laden) "no tenía la misma fuerza espiritual con que se había manifestado entre la juventud musulmana". En nuestras palabras, los marines mataron un cadáver. Político, decimos.
Atentados irrelevantes
A primera vista se pueden señalar, como consecuencia probable, actos de venganza en lugares simbólicos en algunas partes del mundo, por cualquier célula asociada. Los ciudadanos estadounidenses no estarán más seguros en el mundo a partir de ahora. Pero, con todo lo doloroso que puede resultar esto en los casos concretos, a nivel político internacional son hechos irrelevantes. En rigor, nunca el terrorismo provocó cambios revolucionarios, la mayoría de las veces, ni siquiera hechos políticos que permitieran un cambio de rumbo. El terrorismo expresa la violencia de los impotentes.
El poder en los Estados Unidos -léase: la banca, el complejo militar industrial, la cúpula religiosa y asociados- le da aire a la peligrosidad del terrorista porque les encaja a los estadounidenses por su cultura individualista, que peralta al individuo por sobre la masa. Pero los que saben y gobiernan están más preocupados, y con razón, por los movimientos de jóvenes no violentos que buscan abrir su futuro en Egipto y en Túnez; en libertad y democracia, pero lejos de cualquier influencia imperial.
Les preocupan porque son movimientos de masas y saben que quienes pueden mudar la realidad son los conjuntos humanos actuando con intencionalidad y coordinación. (Especial para LA GACETA)