Siempre condujo. Con la batuta o en la cocina, la alta cocina, como integrante de un grupo de gourmets. Pero de joven tenía pasión por los fierros: disputó carreras en autos veloces y también fue piloto en algunos vuelos. "Y ahora despunto el vicio volando con mi simulador actualizado, y voy a cualquier parte del mundo". Quien confiesa qué hace cuando no hace música a LA GACETA es el director de la Orquesta Sinfónica Nacional, Pedro Ignacio Calderón. Como ya es costumbre, está una vez más en Tucumán para conducir, como invitado, la Orquesta Estable de la Provincia. Lo hará en el concierto celebratorio de los 100 años del teatro San Martín.
Calderón nació en Paraná pero se reconoce tucumano por adopción. Y no es para menos: hace 54 que dirige y desde los 24, cuando vino contratado a la Sinfónica de la UNT, disfruta de dirigir en la provincia. "Guardo un sentimiento muy afectuoso para aquellos músicos a quienes conocí tanto y que ya no están. Un recuerdo para ellos", resalta el maestro.
- ¿Hay un público sinfónico?
- Normalmente la gente viene a escuchar música sinfónica. Si yo hago la Novena o Carmina Burana con la Sinfónica Nacional son obras muy muy populares que convocan hasta a los no tan fanáticos. Pero hay un público sinfónico propio que nos sigue a todas partes. Hemos dado conciertos al aire libre para 30.000 personas, y acá, en el hipódromo, reunimos 15.000.
- ¿Y en las provincias?- Las orquestas de acá son muy buenas, y aparte están las de Salta, Córdoba, Mendoza y Entre Ríos, que tienen muy buen desempeño y mucho público, de modo que la actividad sinfónica está viva y activa.
- ¿Le gusta tocar en espacios no convencionales?
- Los ámbitos pensados especialmente nos dan la posibilidad de que la orquesta suene y se la escuche en su punto más alto de calidad sonora. Algunas salas son buenas y otras no tanto, pero el ámbito cerrado permite controlar mejor y optimizar el sonido. Al aire libre el concierto está sujeto a amplificación, pero el aspecto favorable y saludable es el contacto con públicos muy numerosos.
- Un período o autores preferidos...
- No es tanto la época musical sino la época mía. En determinados momentos uno está más cerca de ciertos compositores o de estilos. Generalmente la obra que más me interesa es la que estoy estudiando en el momento. Uno siempre tiene que estar aprendiendo, a pesar de la larga carrera, y siempre hacer cosas nuevas; siempre estoy estrenando obras nuevas para mí. Ahora estamos ensayando con la Sinfónica Nacional la Sinfonía N° 7 de Prokofiev.
- Pero debe tener preferencias o habilidades interpretativas...
- Mucha gente me identifica como intérprete de las sinfonías de Mahler. Hice siempre mucho Bruckner, Mahler: hice todas e incluso la más importante, la Octava (llamada de los Mil), que estrené en el 77 en el Colón con la Filarmónica a teatro lleno y con más de 400 músicos entre la orquesta y el coro.
- ¿Qué dirigirá en el aniversario del San Martín?
- Me invitaron a acompañar a Bruno Gelber, que va a tocar el Concierto N° 1 de Tchaikovsky. Y ya que hablamos de aniversarios, voy a hacer la obra que dirigí en mi primer concierto en Tucumán en 1958, cuando debuté: la Séptima de Beethoven. El concierto de Tchaikovsky es la obra para piano y orquesta más difundida del mundo. Cuando se estrenó suscitó mucha resistencia. 'Esta obra no va a durar...', decían en el estreno. Y fíjese cómo se equivocaron. Está muy bien escrita. Tiene todos los ingredientes para interesar al público: hermosos temas melódicos, una estructura brillante; requiere del pianista exhibición de sus virtudes instrumentales y una orquesta que garantice buena sonoridad.
- ¿Qué se puede decir del solista?
- Qué decir de Gelber que no haya sido dicho. Es uno de los grandes en la historia del piano en la Argentina, que ha sido muy nutrida y ha dado muy buenos instrumentistas, como Gelber y Argerich. Y cuando ambos estudiaban en el conservatorio Scaramuzza, con el maestro, yo era compañero de ellos. Martita y Bruno eran niños de siete u ocho años... y yo tendría 14 o 15.