La problemática del dólar sin dudas sigue siendo el tema del momento en la Argentina, abonado por los principales funcionarios del Gobierno nacional, que para bien o para mal no dejan de hablar sobre la cuestión. El estado de ánimo en general es de crispación, en especial de quienes dependen de la divisa norteamericana para sus negocios, para ahorrar, para viajar al exterior, o para cumplir con contratos preestablecidos en esa moneda. Pero los nervios no son exclusivos de los empresarios y de la gente común, que siente que todo está a punto de desmoronarse. Altos funcionarios kirchneristas como el senador nacional y ex jefe de Gabinete Aníbal Fernández flaco favor le hacen a la causa oficialista de convencer a la gente de apostar por el peso nacional, y para colmo exacerban los ya demasiado exaltados ánimos. Tanto, que sus expresiones revivieron los cacerolazos, un fantasma que volteó el endeble gobierno de Fernando de la Rúa, a fines de 2001, y vapuleó en 2008 a la recién asumida gestión de Cristina Fernández. Ahora se proyecta un inusitado desdoblamiento del dólar, con lo que se da entidad al ilegal dólar paralelo. Todo parece pender de un hilo demasiado delgado.
En pocos días, confluyeron muchas situaciones que no favorecen a la imagen que pretende exhibir el Gobierno. Mientras persisten las restricciones a las operaciones que involucren dólares, no hay acciones para detener la marcha de la inflación, el verdadero y real problema de la economía argentina. Además, mientras la economía presenta síntomas de desaceleración y con pronósticos de recesión en el corto y mediano plazo, el Estado -en sus distintos niveles- aumenta la presión fiscal, como ocurrió con el revalúo inmobiliario rural en Buenos Aires, y deja allanado el terreno para que sectores como el campo vuelvan a cobrar protagonismo, que podrían derivar o no en movimientos de protesta como los que tuvieron en jaque al kirchnerismo en 2008, tras la implementación de la fallida resolución 125. El sector agropecuario atraviesa una pésima temporada, tras superar una sequía que sólo en Tucumán diezmó a la mitad las previsiones de cosecha de soja, en un escenario en que resulta desalentador producir maíz y trigo, dadas las restricciones comerciales que viene imponiendo el Gobierno nacional. Probablemente, desde el oficialismo gobernante se descarte una movilización masiva en apoyo al campo como ocurrió en 2008, pero la cuerda se sigue tensando. En Tucumán, por ejemplo, el malestar contra las políticas oficiales parece no encontrar un techo, y seguramente los productores locales apoyarían cualquier movida ruralista nacional, si es que el conflicto de Buenos Aires se expande más allá de las fronteras de esa provincia.
Mientras tanto, a buena parte de la población parece indignarle la forma de vida de los políticos, que no tienen empacho en lucirse en sus imponentes vehículos, con sueldos muy elevados, que se actualizan ellos mismos en porcentajes que superan con creces los valores que sugiere el Gobierno nacional. Políticos que ahorran en dólares, pero piden que la gente crea en el peso, una moneda que no tiene manera de sostener su valor con una inflación anual del 25%. La gente está asustada y los inversores no ponen una moneda de más. Y para sumar problemas, para estos días se anuncian recortes en suministro de gas a la industria, y en Tucumán empezará el peregrinar de todos los años para hacer entender a las autoridades de la Secretaría de Energía que no conviene cortar el fluido a industrias como ingenios y citrícolas, que la única opción que tienen es producir en esta época del año.
Por ahora, la sensación es que prevalece el vínculo que sellaron el Gobierno y el electorado en las últimas elecciones, pero el crédito se agota muy rápido.