Quizás es posible pensar que los libros son los que eligen a su lector y no al revés. Y si se fuerza ese orden sobrenatural se terminás enfrascado en una batalla que va debilitándote página a página. Esta idea la defienden con convicción los personajes de "La sombra del viento", de Carlos Ruiz Zafón.

Es un relato magistral ambientado en la Barcelona de la primera mitad del siglo XX. Sus descripciones te llevan a caminar por calles empedradas, a conocer el aroma que tiene el miedo, a palpar la pobreza que se vive en la Europa de la entreguerra, a imaginar la vista desde las balaustradas de una casona señorial y a respirar los muros húmedos de las pensiones de mala muerte.

Su protagonista, Daniel Sempere, es un joven hijo de un librero que se embarca en la riesgosa aventura de rescatar la turbia historia de Julián Carax, un autor desconocido que logró hinoptizarlo. Esa búsqueda lo pondrá al borde de la muerte, lo hará conocer la pasión y le entregará un amigo de fierro, don Fermín.

La meticulosidad con que cada personaje está construido lleva a pensar que en Zafón habitan varias mentes. Cada uno posee una singularidad que no se agota y que tampoco se confunde. El relato es musical y con un ritmo que te agita, te da respiro y te vuelve a tensar.

Si algo tienen en común la literatura con la música, en la composición de Zafón queda en evidencia que son compatibles. Definitivamente, se trata de un libro que necesita ser leído en silencio y tranquilidad para permitirle a la mente que entre en ebullición y que escuche la melodía de la prosa.

Rescata del olvido palabras que se creían olvidadas. Los diálogos son ágiles y cotidianos. Están cargados de ironías, de inocencias, de crueldades. No agobia con una prosa florida ("Don Basilio (...) suscribía la teoría de que un uso liberal de adverbios y la adjetivación excesiva eran cosa de pervertidos y gentes con deficiencias vitamínicas", dirá otro de sus personajes casi al inicio de "El juego del ángel", el libro que le sigue a "La sombra...").

Al final del relato cuesta abandonar a los personajes, tanto que llegás a sospechar que ese libro te eligió en serio.