Alguna vez el camino de hierro atravesó el pueblo. Pero de esa época solo quedan indicios abstractos o relatos orales de celosos custodios de la memoria lugareña. Sin embargo, la región fue escenario de atrapantes historias bélicas entre indígenas, de misterios típicos de tierra adentro, de romances de excéntricos millonarios y de calamidades insospechadas. También de enigmas y de testimonios de fe.

Solo el edificio de la ex estación del tren y de la otrora residencia de los maquinistas son tangibles. Cuesta creer ahora que la Casa 10 de la Manzana B del barrio San Roque, de Villa de Leales, haya sido el epicentro -hace 84 años- del acto inaugural del ramal C-10 del ex ferrocarril estatal Belgrano. No porque se encuentre deteriorada -al contrario, la mantienen en muy buen estado- sino por la inexistencia de su entorno típicamente ferroviario. Esa abstinencia de indicios de tiempos de trenes, de máquinas a vapor, de cambios manuales y de señales es lo que la caracteriza como vivienda.

Otra fisonomía

Una pared de bloques encierra el predio que ocupa la parada. Tanto en ambos laterales como al fondo y al frente. En este último sector un portón de acceso simultáneo para peatones y automotores quiebra la monotonía del rústico muro del entorno.

"Había otra fisonomía en el pueblo. Era más bullicioso, divertido y auspiciante. Se vivía mejor. Había más ingresos y el ferrocarril generaba ingresos, fuentes de trabajo, progreso y comunicación. En otras palabras, el lugar se caracterizaba por su elevado poder de convocatoria. No solo para los viajeros que dependían del tren, para ir y volver tanto a la ciudad como a Las Termas de Río Hondo, sino también para los comerciantes del lugar y para los innumerables santiagueños que nos invadían con una increíble variedad de artesanías, productos y animales que traían para vender". Lo cuenta puntillosamente Rubén Héctor Brito, propietario de la ex estación y custodio de ese significativo escenario ferrocarrilero.

La ruta y el acceso

Para acceder a esta comuna situada 45 kilómetros al sureste de San Miguel de Tucumán hay que transitar por la ruta provincial 306. La Villa de Leales, en el departamento homónimo, cobija a más de 3.000 habitantes y se encuentra a la vera del trazado provincial.

Otro arco indica el acceso al corazón de la jurisdicción, cuyo nacimiento se remonta al siglo XVIII. Tras recorrer dos cuadras por la avenida Américo Vespucio se desemboca en la plaza principal San Martín. En los alrededores se localizan las principales instituciones. En una de las esquinas está la iglesia, erigida hace 232 años. También a más de 1.300 metros hacia el este, próximo a las orillas del río Salí se sitúa el mítico castillo del castoral, que data de 1890 aproximadamente.

"En este andén se vendían pájaros -reinas mora, canarios, cardenales, loros, catas-, cabritos, cerdos, patay, bolanchao, mesas y sillas que fabricaba un carpintero muy cercano a la estación", destacó Brito (61 años), mientras se apoya en un Fiat blanco estacionado casi al frente de la hoy clausurada boletería, convertida en ventanal de dormitorio.

"Allá al frente -señala- estaban los talleres, el tanque de agua y dos galpones. La playa de maniobras ocupaba la calle de la fachada de la estación y a unos 120 metros de aquí todavía está la residencia de los maquinistas. Hoy es la casa de mi hermano", especificó el dueño de la histórica construcción.

Depredación

Rubén Brito se hizo cargo de la estación. "Hace más de 30 años tuve que instalarme aquí. Hubo muchos depredadores. Se llevaron hasta las chapas y los ladrillos de los galpones ¡Más vale ni hablar de las vías y los durmientes! En los 80 fue levantada la traza del ramal, preferentemente los 66 kilómetros desde aquí a Río Hondo. Este barrio se construyó durante el gobierno de Menem. Él enterró al ferrocarril de pasajeros y privatizó las cargas", remarcó. Brito reside en la estación junto a su familia -esposa y cuatro hijos-.

Así como las imágenes de Cristo y de la Virgen de la Candelaria se salvaron milagrosamente de la inundación que en 1863 arrasó con la iglesia y la villa, la estación ferroviaria de esta comuna también pudo perdurar. Aunque el ramal Pacará-Las Termas hoy sea inviable de reactivar: no queda ningún raíl, tampoco durmientes ni vagones. Así las cosas, como diría el poeta, "a veces es más triste vivir olvidado que morir mil veces y ser recordado".