En un país tan individualista, donde el actual presidencialismo concentrado le parece natural a mucha gente, Cristina Fernández y su estado de ánimo es todo un tema. Hasta la filosa lengua de los actores, que ha reemplazado la hibernación de ideas que no abandona a los políticos ni en el verano, ha sido la fresca novedad de los últimos días. Sin embargo, la lupa puesta sobre el inicio del año hay que enfocarla por un costado mucho más social, ya que este 2013 define, el particular autismo que envuelve a la clase dirigente y certifica que casi nada de lo que viene sucediendo desemboca luego, de manera cierta, en una mejor calidad de vida para todos.
Ni la Presidenta, casi como un ente autónomo sobre el cual giran los demás planetas, ni el kirchnerismo, ni el resto del peronismo, ni los opositores formales a nivel nacional -y algo más o menos similar sucede en las provincias- han sido capaz de generar en los últimos tiempos algo más que operaciones de marketing. Para abonar la teoría de la desatención a la gente, basta con repasar los diarios y hacer una lista de los hechos producidos durante estos pocos días de enero para determinar que hubo una serie de novedades -floreos e histerias generadas por la dirigencia de todo pelaje y color- dedicadas a pensar más en posicionamientos políticos y hasta personales, antes que en situaciones puntuales dedicadas a buscar caminos que ayuden a resolverle los problemas a la sociedad. Está bastante claro que, ya sea porque la economía de todos los días ha desnudado las fallas de base del modelo vigente en varias aristas (inflación creciente, déficit fiscal, atraso cambiario, crisis energética, problemas con el campo, falta de crédito internacional) o por los traspiés de la propia Presidenta, el desgaste de las últimas semanas ha ido in crescendo.
Ante este panorama de aparente debilidad, que busca ser revertido a cómo diere lugar, el olfato de muchos actores de la política percibió que podría haber cambiado la bocha y así como al Gobierno se le animaron los artistas, aparecieron gobernadores y jefes comunales díscolos o por falta de plata o porque se sienten marginados de la nueva estructura, que la Presidenta imagina cada vez más lejos del PJ.
Lo que hoy se observa con mayor claridad en materia de posicionamientos es que José Manuel de la Sota está lanzado, que Daniel Peralta resiste, que Daniel Scioli sigue en sus trece para diferenciarse, aunque sin sacar los pies del plato y que otros mandatarios provinciales miran de reojo, mientras los intendentes bonaerenses se agitan en sus sillas. Hasta los sindicalistas supuestamente K afilan la charrasca. Todos ellos están listos, de ahora en más, para condicionar y no ser condicionados.
En el caso de la CGT oficialista, la cosa está en un momento crucial, ya que sus dirigentes han quedado demasiado expuestos después de romper con Hugo Moyano y no han recibido nada a cambio, salvo dilaciones en el caso de la suba del mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias, la bandera unánime de todos los trozos en los que está dividido el movimiento obrero.
El Gobierno no puede admitirlo, aunque todos sospechan que ese constante patear la pelota para adelante tiene que ver con la falta de dinero, ya que mejorarle el bolsillo a los asalariados le costaría al fisco unos $ 10.000 millones anuales. La CGT que lidera Antonio Caló tiene previsto un encuentro con el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, y allí le plantearán las reglas de juego: primero, arreglo del mínimo y recién después paritarias. Así y sólo así, aceptarán bajar sus pretensiones a 20% o menos, ya que la diferencia no la pondrán las empresas, sino el Gobierno. ¿Qué pasará si no se acepta la fórmula y se exige que firmen por un porcentaje que a ellos los descoloque frente a sus representados y que los someta a la burla de las demás centrales sindicales?
La reunión con Tomada
Los dirigentes más cercanos al Gobierno ya sugieren que van a rechazar todo: "Si éste es el modelo a nosotros no nos interesa, porque hasta ahora no ha habido una respuesta satisfactoria del Gobierno a nuestros reclamos", dijo suavemente Roberto Fernández, el secretario general de la UTA.Aunque se supone que el chisporroteo es parte de las reglas de juego para calentar el ambiente, pero a la vez para ganar tiempo y para meterle presión a Tomada (o para darle a éste margen para que plantee más arriba los problemas), en paralelo hay otros sindicalistas del mismo espacio que integran los gremios que se separaron de la CGT de Moyano y los "gordos" que prometen, que, si no hay novedades, en marzo se vendrá el "bautismo de fuego" de los grupos hoy oficialistas: "Tomaremos medidas de fuerza", dicen.
El gran dato político, el que no se le escapa a nadie, es que la mayoría de los que se están rebelando (o se van a rebelar) son peronistas, mientras que los referentes de la otra oposición siguen mirando el partido desde afuera con paseos por la playa, rejunte de intendentes y oratoria florida: Elisa Carrió se dedica a sus guerras morales con el kirchnerismo, Hermes Binner habla del sexo de los ángeles, Mauricio Macri tiene sus dramas con los subtes y la basura, y Ricardo Alfonsín, fuera de todo contexto, todavía cree que "hay que evitar la restauración noventista". Planes integrales alternativos, ninguno; preocupación concreta por la gente, sólo retórica.
En este contexto, el Gobierno ha buscado atajos para retomar la iniciativa y salir del cerrojo económico, ya sea con fastos (Fragata Libertad), con anuncios aunque de largo aliento (renovación de trenes) y hasta con viajes inesperados de la Presidenta (a Cuba, para interesarse por la salud del presidente Hugo Chávez) y con una gira comercial a países que incluye a dos que los expertos definen como de muy poco apego a favor de los derechos humanos (Emiratos Árabes y Vietnam).
En Mar del Plata, frente a la Fragata, Cristina se ocupó de darle a su discurso un tinte de gesta nacionalista, algo poco serio para quienes piensan que todo se originó en errores flagrantes del propio gobierno. La Presidenta hizo una alocución errática y demasiado concentrada en meterle en la cabeza a la población que todo lo que le ocurre a la Argentina es por culpa de los "poderosos" de adentro y de afuera. Pero, además, mostró la hilacha sobre lo que ella piensa en relación a la sumisión que debe tener la Justicia hacia el Ejecutivo, cuando criticó a las autoridades ghanesas por haber compartido una cena con los marinos en la propia Fragata, mientras que al día siguiente llegó el embargo. En Ghana, eso se llama independencia de poderes; la Presidenta dijo que "ya se sabe, no todos los gobiernos resisten las presiones". Y luego, llegó una patadita a Scioli: "qué bueno que sería caerle bien a todo el mundo, qué lindo sería decir esas frases que le gustan a todos, del amor, la amistad, el cariño. Cómo no nos va a gustar; qué lindo podría ser quedar bien con todos y no tomar ningún riesgo ni asumir ninguna responsabilidad", dijo.
Cuando habló de los trenes por cadena nacional, la cosa fue menos sutil, ya que aludió a los gobernadores que elevan los impuestos, las tarifas o aumentan localmente las naftas. En esa volteada cayeron Scioli, Macri y De la Sota y entonces la Presidenta se permitió nombrar la palabra maldita "inflación" no una, sino cinco veces en su discurso. Total, se estaba permitiendo el lujo de decir que los culpables del flagelo económico eran los demás. Y sobre el cambio de coches en el ferrocarril Sarmiento hay que marcar que nunca la Presidenta dijo que lo que ahora se anunciaba como un fasto era la consecuencia de la tragedia de Once, a la que omitió referirse y que los contratos para construir los trenes de doble piso que podían haber mitigado algo el déficit de la línea nunca se concretaron porque nunca se pagaron. Una vez más, un anuncio había quedado en la nada y ahora habrá que esperar 21 meses para saber si éste se cumple.
En cuanto a la escala cubana que decidió hacer, esta tiene mucho de especulativa ya que Cristina se ha prestado, quizás para poder estar cerca por solidaridad y respeto de quien definió como "un amigo" que "ayudó tanto a la Argentina cuando nadie la ayudaba", a ser parte del juego venezolano para que no se sepa nada más que aquello que el gobierno quiere que se sepa sobre el estado de salud de Chávez.
Tras los últimos acontecimientos en Venezuela, con la asunción consentida por el Tribunal Superior sin juramento y la entronización de Nicolás Maduro como su sucesor, parecía vital para todo el Mercosur conocer realmente qué ocurre en La Habana. Para observadores imparciales, hasta podría darse la paradoja de que sea Chávez el perjudicado por la situación, casi como un rehén de la burocracia bolivariana dispuesta a no perder posiciones. Quizás para no convalidar este supuesto, ni Dilma Roussef, ni Cristina estuvieron presentes en Caracas el día en que la Constitución de Venezuela preveía que se iba a iniciar el cuarto mandato de Chávez. Aquí, se debatió quién tenía que representar a la Argentina y con qué rango y finalmente viajó el canciller Héctor Timerman. Fue todo un mensaje político de ambas presidentas.