ENSAYO

MITOMANÍAS ARGENTINAS

ALEJANDRO GRIMSON

(Siglo Veintiuno - Buenos Aires)

Alejandro Grimson parte de una confesión: nada le preocupa más que la descontextualización. Y no importa que recién lo diga expresamente en la página 44 de su espléndido libro Mitomanías Argentinas, pues es a partir de esa certeza, que goza rango de motor, que el autor encuentra la vía regia de su acreditada lupa. 

Doctor en Antropología e investigador en Comunicación, Grimson se aboca a poner en el tapete unas cuantas premisas que los argentinos damos por descontadas y las repetimos cual si fueran verdades de apuño. Sea porque las escuchamos de boca de nuestros padres, o de nuestros mayores en general, sea porque se consolidaron como verdaderas puntas de lanza del imaginario, tales premisas, entiende Grimson, son en rigor fuente de malentendido y, por añadidura, de una cierta toxicidad. 

Por ejemplo: que Argentina es el peor país del mundo, que estamos a salvo del racismo y de la xenofobia, que la Argentina es un país europeo, y así.

Viaje de ida

Según los hallazgos de Grimson, hábil en el empleo de una herramienta apta para desmalezar el tic de tomar arbitrariamente la parte por el todo, no ha conocido otro país donde sus habitantes despotriquen tanto contra su terruño, sus modos, sus orígenes y su destino. Pero eso no es todo. Tal parece que los argentinos estuviéramos condenados a la frustración y al inconformismo porque jamás nos comparamos con países que están peor. Caído el mito de que estamos "condenados al éxito" (Argentina granero del mundo, crisol de razas, etcétera, etcétera, etcétera), ingresamos en un pozo de melancolía que, desde luego, nos llevará derechito a situarnos frente a espejos que nos devolverán una imagen desmejorada. Un viaje de ida.

Conste, con todo, que Grimson se cuida celosamente de no caer en los mismos hábitos que interpela. Es decir, nada más lejos de abrir juicios de valor categóricos, de moralizar o sugerir que dispone de la receta mágica del pensamiento fecundo. Más bien despliega las mitomanías argentas, las pone en remojo, las expone, y si las desmiente tampoco presume de pureza alguna. Se siente parte del fenómeno que analiza, asume el desafío, juega sus cartas (epistemológicas, ideológicas, subjetivas…) y se contenta, tal como enuncia por ahí, con contribuir al debate.

Es probable, cómo no, que Mitomanías Argentinas promueva una suerte de incomodidad. Son tantas las presuntas verdades que Grimson desconoce, que más de un lector podría sentir vacilar convicciones muy primarias, muy arraigadas, muy íntimas. En consecuencia, rechazar el texto sería un camino igual de comprensible que de expeditivo.

Sin ánimo de dar consejos, que para eso está el Viejo Vizcacha y no el autor de estas líneas, es dable sugerir resistir esa incomodidad, esa especie de invasión a la identidad, para poder disfrutar de un libro que amén de muy bien escrito y llevadero es capaz de acercar agua hacia el molino de una argentinidad más ajustada y, por qué no, más madura.

© LA GACETA

Walter Vargas