En su definición acerca de los museos, la Unesco recuerda que esa institución cultural expresa por lo general una relación con el pasado que tiende a preservar las huellas materiales dejadas por nuestros antepasados; a su vez, es un espacio que propicia el diálogo con el arte, con los creadores. Traducido ello a nuestra experiencia, el museo es el espacio que nos permite conectarnos sin intermediarios con la enigmática sonrisa de la Gioconda, con los girasoles de Van Gogh o con la imponente presencia del David de Miguel Angel, entre otras expresiones del arte de todos los tiempos. Pero es, asimismo, el territorio en el cual podemos "viajar" a la prehistoria y confrontar con un Tiranosaurio Rex; trasladarnos al antiguo Egipto y a su cultura de jeroglíficos, a la belleza de Nefertiti y a la magnificencia de los objetos de la época faraónica.
Si hasta hace unas décadas el museo era un espacio de observación pasiva, este concepto ha cambiado radicalmente en los últimos tiempos. Esa transformación ha sido inspirada en parte por la irrupción de las nuevas tecnologías; pero más lo ha sido porque ya sabemos que educar es un proceso continuo, que no sólo se materializa en la escuela. Es así que el museo adquiere una dimensión educativa que en muchos casos es complementaria del estudio científico.
Nuestra provincia contabiliza casi una veintena de museos, que resguardan un acervo importante en artes, en arqueología, en paleontología y en historia colonial y del siglo XIX. En este último segmento, no debemos olvidar que Tucumán cuenta con la pieza más representativa, la Casa de la Independencia. La semana Internacional de los Museos, creada en 1977 por el Consejo Internacional de Museos, y cuya edición 2013 acaba de concluir, es una oportunidad para medir el impacto que tienen esas instituciones en una comunidad. En ese sentido, nos parece importante remarcar por lo menos dos cuestiones: en primer lugar, observamos que, en general, no se ha consolidado en Tucumán una cultura de asistencia a los museos, aun cuando las sucesivas ediciones de "la noche de los museos" han sido muy exitosas en convocatoria. Ello se puede confirmar en las recorridas por las salas a lo largo del año; salones casi vacíos de gente albergan muchas veces muestras de gran calidad estética.
La segunda observación, en cambio, apunta a elogiar una experiencia que ya está haciendo escuela en el campo museológico de la Argentina: la del Museo Miguel Lillo de Ciencias Naturales (MUL). El MUL nació en la década de los años 30 gracias a la filantropía del sabio Miguel Lillo, que poco antes de morir (1931) decidió donarle a la UNT sus colecciones de botánicas y de zoología. En 2010, tras un largo período cerrado por restauración, el MUL reabrió sus puertas con un enfoque museológico moderno, participativo. La respuesta, a la vista, la dan las salas siempre llenas de público de todas las edades que interacciona con la naturaleza como si estuviera jugando. Esta semana, el MUL mostró otra innovación tecnológica que abona al concepto del museo como herramienta educativa: se trata de un piso interactivo que le permite al visitante interactuar con los fósiles que hay en la región. Cuando se visita el MUL hay espíritu de juego. Sin embargo, el público está aprendiendo. Una lección de creatividad que debería ser escuchada por los responsables de museos que no pueden cautivar al público aunque tengan un valioso acervo para compartir.