Es el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, de grupo social, según la Real Academia Española. "Es la suma de todas las formas de arte, de amor y de pensamiento, que, en el curso de siglos, han permitido al hombre ser menos esclavizado", escribió André Malraux. "Es el muñeco de barro hecho por los artistas de su pueblo, así como la obra de un gran escultor, de un gran pintor, de un gran místico, o de un pensador. Es tanto la poesía realizada por poetas letrados como la poesía contenida es un cancionero popular. Es toda creación humana", dijo Paulo Freire. "Es lo que queda cuando se olvida todo lo que se aprendió", señaló la sueca Selma Lagerlöf. La cultura está íntimamente relacionada la identidad de un pueblo. Se gesta en forma individual y colectiva.
Conscientes de su importancia, muchas sociedades reconocen a sus hacedores de cultura que con su obra ayudan a elevar la calidad espiritual de las personas. Pero otras comunidades casi no los toman en cuenta porque tienen una vaga o nula idea de quiénes son o simplemente porque asocian tal vez la cultura con un mero entretenimiento.
Hace pocos días, falleció a los 91 años Néstor Rodolfo Silva, hombre de Tafí Viejo, uno de nuestros poetas más destacados. Si bien cultivó un perfil bajo, en los últimos lustros permaneció prácticamente olvidado. El 31 de enero de 2010, partió al silencio Tomás Eloy Martínez, notable periodista y el escritor de mayor trascendencia internacional que ha dado Tucumán. Sin embargo, a tres años de su muerte, no hay una avenida, una calle o una plaza que lo recuerde, mucho menos un busto. Curiosamente, en nuestra ciudad, son los próceres, militares y ex presidentes los destinatarios de estatuas o bustos, pero no sucede lo mismo con los intelectuales o científicos. Luego de una perseverante insistencia, un edil capitalino de la UCR logró que algunos de ellos les dieran su nombre a un puñado de los más de 200 pasajes anónimos.
Para dar una idea de lo que en contrapartida sucede en otros lugares, el poeta Manuel J. Castilla, Premio Nacional de Literatura y mentor de memorables zambas con el Cuchi Leguizamón, es evocado en su Salta natal con una estatua. El 27 de julio pasado, en el barrio porteño de Villa Urquiza, se inauguró una estatua de tamaño natural de Luis Alberto Spinetta. En este caso, la iniciativa surgió de los mismos vecinos de uno de los fundadores del rock nacional.
Es inexplicable que Tucumán no cuente con una ley de reconocimiento a sus creadores como sucede desde hace años en otras provincias. Tras algunos intentos legislativos que murieron en los cajones, en 2010, el Concejo Deliberante intentó subsanar esa mora de sus colegas y sancionó una norma por la que se creaba una "Distinción y reconocimiento a la trayectoria artística" con carácter de premio vitalicio. En sus fundamentos, se mencionaban antecedentes de leyes similares en El Chaco, Córdoba, La Rioja, Jujuy y Salta. Podían acceder al premio los artistas mayores de 60 años. En todos los casos deberán acreditar una importante trayectoria. La ordenanza fue promulgada y lleva el número 4.300, pero inexplicablemente nunca llegó a reglamentarse, como si los dineros fuesen a salir del bolsillo del intendente. Es poco probable que estas distinciones vitalicias provoquen la quiebra del erario municipal.
Esta deuda con los artistas tucumanos refleja escaso apego por la cultura de nuestra clase gobernante, que no se percata de que esta constituye el yacimiento espiritual de una comunidad. Los gobiernos pasan pero la cultura queda. No sin razón decía Malraux: "La cultura es lo que, en la muerte, continúa siendo la vida".
Conscientes de su importancia, muchas sociedades reconocen a sus hacedores de cultura que con su obra ayudan a elevar la calidad espiritual de las personas. Pero otras comunidades casi no los toman en cuenta porque tienen una vaga o nula idea de quiénes son o simplemente porque asocian tal vez la cultura con un mero entretenimiento.
Hace pocos días, falleció a los 91 años Néstor Rodolfo Silva, hombre de Tafí Viejo, uno de nuestros poetas más destacados. Si bien cultivó un perfil bajo, en los últimos lustros permaneció prácticamente olvidado. El 31 de enero de 2010, partió al silencio Tomás Eloy Martínez, notable periodista y el escritor de mayor trascendencia internacional que ha dado Tucumán. Sin embargo, a tres años de su muerte, no hay una avenida, una calle o una plaza que lo recuerde, mucho menos un busto. Curiosamente, en nuestra ciudad, son los próceres, militares y ex presidentes los destinatarios de estatuas o bustos, pero no sucede lo mismo con los intelectuales o científicos. Luego de una perseverante insistencia, un edil capitalino de la UCR logró que algunos de ellos les dieran su nombre a un puñado de los más de 200 pasajes anónimos.
Para dar una idea de lo que en contrapartida sucede en otros lugares, el poeta Manuel J. Castilla, Premio Nacional de Literatura y mentor de memorables zambas con el Cuchi Leguizamón, es evocado en su Salta natal con una estatua. El 27 de julio pasado, en el barrio porteño de Villa Urquiza, se inauguró una estatua de tamaño natural de Luis Alberto Spinetta. En este caso, la iniciativa surgió de los mismos vecinos de uno de los fundadores del rock nacional.
Es inexplicable que Tucumán no cuente con una ley de reconocimiento a sus creadores como sucede desde hace años en otras provincias. Tras algunos intentos legislativos que murieron en los cajones, en 2010, el Concejo Deliberante intentó subsanar esa mora de sus colegas y sancionó una norma por la que se creaba una "Distinción y reconocimiento a la trayectoria artística" con carácter de premio vitalicio. En sus fundamentos, se mencionaban antecedentes de leyes similares en El Chaco, Córdoba, La Rioja, Jujuy y Salta. Podían acceder al premio los artistas mayores de 60 años. En todos los casos deberán acreditar una importante trayectoria. La ordenanza fue promulgada y lleva el número 4.300, pero inexplicablemente nunca llegó a reglamentarse, como si los dineros fuesen a salir del bolsillo del intendente. Es poco probable que estas distinciones vitalicias provoquen la quiebra del erario municipal.
Esta deuda con los artistas tucumanos refleja escaso apego por la cultura de nuestra clase gobernante, que no se percata de que esta constituye el yacimiento espiritual de una comunidad. Los gobiernos pasan pero la cultura queda. No sin razón decía Malraux: "La cultura es lo que, en la muerte, continúa siendo la vida".