El alperovichismo ha dejado todo en manos del aparato. Es que, a horas de la veda electoral, ya no hay nada que sus precandidatos puedan hacer para cautivar a los votantes que han optado por darle la espalda. La última carta, y a la que parece haber apostado desde un principio el gobernador, es el uso del clientelismo político.
Al momento de elegir un postulante ausente y resistido en buena parte de la sociedad por su capacidad para ahorrar dinero, Alperovich rifó el destino de esta elección. Porque Juan Manzur fue, a lo largo de esta apática campaña, un postulante part time. Desde los afiches hasta los spots, el oficialismo parece haber ideado todo para que los 10 años de desgaste le caigan juntos antes de las PASO. El Gobierno de la autobautizada "década ganada" es el mismo que a los votantes les guiña el ojo y les dice "vamos a hacerlo". Como en esas parejas al borde de la ruptura, en las que uno le promete al otro hacer todo lo que no hizo antes, sólo para ganar tiempo.
Sin candidato de carne y hueso, desgastado por el ejercicio del poder y acobardado por los escándalos, Alperovich ni siquiera optó por ponerse la campaña al hombro. Lo único que hizo fue poner su cara en medio de las de Manzur y Osvaldo Jaldo para los afiches, pero alcanzan los dedos de una mano para contar los actos y recorridas proselitistas de los que participó el mandamás tucumano. Los únicos contactos con los dirigentes a los que pide que trabajen para él los tuvo a metros de su despacho, en el Salón Blanco, sin siquiera asomarse a la ventana de la realidad. Alperovich, definitivamente, ya no es aquel que "rancheaba" a principios de siglo: hoy prefiere mostrarles videos a sus punteros para animarlos. El resto del tiempo, se recluye. Y eso, sus dirigentes lo admiten, aunque ninguno se atreve a planteárselo.
El hombre que hacía lo que quería, cuando quería y porque quería lo que se le antojaba en esta provincia siempre tuvo más de Bilardo que de Menotti. Y el aparato es el bilardismo puesto al servicio de la política. ¿Qué margen tienen los intendentes, legisladores y concejales que se rehúsen a "aparatear" el domingo? Prácticamente, ninguno. Al amayismo -con ansias de ser el reservorio oficialista para 2015- le encanta hacer correr la teoría de que no trabajará en este comicio, porque un cómodo triunfo del precandidato ausente daría pie al nacimiento del manzurismo. Pero el intendente Domingo Amaya tampoco quiere que José Cano gane, porque de esa manera el radicalismo se volvería a seducir con la Intendencia: la apuesta del canismo está esencialmente circunscripta a los grandes centros urbanos. Los legisladores y concejales díscolos, por su parte, rezongan porque deberán taparse la nariz para movilizar en sus barrios. El razonamiento es sencillo: puntero que no recibe dinero de uno, lo recibirá de otro. Los dirigentes barriales son profesionales de la política, y para ellos cada elección es como jugar la final de un Mundial. A ningún oficialista le gusta que le hagan "sopladita la dama", y frente a ese dilema los encuentra estas PASO: dejar a merced de cualquier cazatalentos su territorio, o hacer que sus jugadores salgan a la cancha.
Paradójicamente, las elecciones del 11 no definirán -en lo formal- absolutamente nada, pero se viven entre los políticos como si dirimieran absolutamente todo. Todos tienen puestas sus expectativas allí: Manzur, para saber si el oficialismo le puede responder en su afán de suceder a Alperovich; Amaya, para poder refregarle a un alicaído gobernador el lunes que, sin él, el peronismo dejará el poder en 2015; y Cano, que levita en una burbuja de efusividad dentro de la que, supone, llegará con chances dentro de dos años.