Juan Carlos Wengierman - Especial para LA GACETA desde Israel
Vivo en la pequeña ciudad de Naharya, de no más de 60.000 habitantes. Es la más importante del norte de Israel, a unos ocho kilómetros de la frontera con el Líbano.
Toda la zona ha sido siempre sometida a intensos atentados de Hezbollah y de los grupos armados del país vecino. Es cierto que en estos días ha habido una demanda fuera de lo común de máscaras antigás, pero la mayoría de la gente ya la tenía desde hace dos años, cuando se pensó en una escalada militar con la República Islámica de Irán. Yo mismo la tengo en mi mesa de luz preparada por si debo utilizarla ante un eventual ataque.
El jueves pasado, sonaron dos fuertes explosiones. Parecía que habían estallado bajo mi ventana, pero no fue así. Una cayó en el parque del kibutz Guesher Hatziv y la otra, cerca del kibutz Shavei Tzion. Rápidamente bajamos al refugio antiaéreo mientras se escuchaba la sirena de alarma. Todos tenemos instrucciones puntuales, en base a ejercicios que se efectúan durante el año sobre cómo debe proceder cada uno en caso de peligro. Pasamos un instante de pánico, con niños llorando en las escaleras. Pronto nos informamos de que los cohetes (del tipo Grad) fueron interceptados por los Iron Dromes, el sistema de cúpulas de acero que se activan en caso de ataques. Supimos que habían sido disparados desde Tiro, en la vecina Siria, por un grupo no identificado o quizás un desprendimiento de Al Qaeda.
El pulso de la calle es de extrema preocupación, pero sin entrar en el miedo paralizante. Hay suficiente cultura de autodefensa y de templanza en una ciudadanía ya acostumbrada a estos trotes. Mientras tanto, la vida continúa y no se observa ningún movimiento fuera de lo común: cada cual se dirige a su trabajo con total tranquilidad y empezó el ciclo lectivo y los colectivos viajan llenos de estudiantes a sus respectivas escuelas.
Una bala sigue a otra
A ciencia cierta, nadie sabe qué pasará hoy, cuando según los reportes internacionales, la coalición encabezada por Estados Unidos atacará Siria. Pareciera que va a ser algo así como "toco y me voy". ¿Actitud disuasiva, preventiva, guerra total? Un gran interrogante. Se sabe que a una bala sigue otra y otra y así hasta el infinito. Siria tiene cerca de 100.000 cohetes dispuestos a entrar en acción y el mayor arsenal químico del mundo "garantizado" por no haber firmado el pacto de Ginebra, lo que les da total impunidad.
Pruebas al canto: más de 100.000 muertos en casi dos años de feroces y exterminadores combates; 6.000 ciudadanos que dejan diariamente su país buscando refugio en los territorios árabes vecinos de Jordania, Turquía e Irak, y donde empiezan a hacinarse en campamentos de refugiados. Las ejecuciones de opositores son sumarísimas. No hay juicios, no hay cárceles. Es una guerra de exterminio total. Los antecedentes, de alguna manera, empiezan con Hafez Al Assad, padre de Bashar Al Assad, que reducía cualquier oposición a una feroz represión.
Lo que nos preguntamos todos es: ¿ésta es la Primavera Árabe? Israel tiene aceitado muy bien su sistema defensivo ante un eventual ataque tanto por parte de Siria como de Irán, en "represalia" por el bombardeo de la flota estadounidense. Pero el Oriente Medio se ha convertido en un "matadero", lamentablemente...