En 1948, el novelista Miguel Ángel Asturias (1899-1974), Premio Nobel de Literatura, llegó a Buenos Aires. En su libro "Viajes, ensayos y fantasías" (1956), cuenta que le asombró no encontrar en las librerías un ejemplar de "El crimen de la guerra", obra del tucumano Juan Bautista Alberdi. "Y no faltó librero que me confiara que estaba prohibida", comenta.
Considera el literato que, allí, Alberdi "predicaba el desarme moral, un poco o un mucho de la prédica de la no violencia de Gandhi". Trataba de desarmar a los espíritus. Como de nada valen pactos y tratados a la hora de la verdad, proclamaba "el desarme surgido de conglomerados de pueblos; de pueblos que rechacen la solución bélica para los problemas del mundo".
El tucumano no atacaba las instituciones armadas. Tampoco olvidaba la obligación de los países de defender sus territorios y su soberanía. Pero colocaba a los ejércitos "en un puesto de custodia de las instituciones republicanas". Condenaba, "como crimen de lesa humanidad", el uso de la fuerza "para conquistar, para imponer ideologías: el uso de las fuerza para dirimir contiendas y para dominar el mundo".
Agregaba Asturias que "para el ilustre tucumano, la guerra es el crimen de los crímenes, y sólo produce libertades mancilladas, glorias vanas y progresos que no conducen a lo más sustancial para elevar el nivel de los pueblos". Sólo es legítima "en defensa de la propia existencia, de los derechos humanos, de la independencia". Y es entonces donde el soldado desempeña su mejor papel: "guardián de la paz, auxiliar del juez, brazo de la ley, héroe de la paz".