Desconfianza, imprevisión, involución, recelo, celo, mezquindad, destrato, destrucción y soledad. Algunas de estas palabras, todas ellas y quizás algunas más sirven para explicar por qué las dos fuerzas políticas que cosecharon mayor cantidad de votos en las elecciones que se celebraron hace exactamente un mes se hallan en un brete del que no logran escapar. El alperovichismo y el canismo construyeron una suerte de crucigrama defectuoso: casilleros que se repiten, otros que faltan y letras que escasean para llenar cada cuadradito.
Los mismos nombres en diferentes listas durante las elecciones que se realizaron de 2007 hasta aquí se transformaron en figuritas repetidas en las listas del peronismo y del radicalismo, con sus respectivos aliados. Así, ambos bandos mostraron estructuras huecas, vacías de construcción de espacios copados por la ideología y la búsqueda de objetivos comunes. Los viejos -en muchos casos para bien- fueron despachados de los partidos, los jóvenes no son tenidos en cuenta y, como en el juego, "los tontos del medio" (los que edificaron algún espacio propio) aguardan que el balón alguna vez quede en sus manos y pasen a ocupar alguna punta. Pero en cada margen siempre hay acomodados que juegan parados sobre los hombros de padrinos políticos gigantes. Por ello ahora algunos comenzaron a otear otros horizontes. Algunos se divirtieron en el bosque con el Tigre mientras el lobo no estaba, como los Orellana, que se convirtieron en voceros y enlaces de varios tapaditos que desde la Legislatura -y desde el llano- buscan un signo positivo (junto a una "a") que al menos los ponga a la misma altura en la desigual puja interna del oficialismo comarcano. Osvaldo Jaldo y Juan Manzur fueron tantas veces candidatos y tantas otras electos-testimoniales que seguramente en algún libro de estadística histórica y política sus nombres ocuparán renglones. Es que Alperovich desconfía, no construyó, receló y se quedó casi en soledad. Su círculo es cada vez más pequeño y los hombres de su confianza caben en un ascensor. Si fuera por él, susurran sus íntimos, mantendría todas las charlas políticas en ese habitáculo mecánico que sube y que baja.
Intenta apoyarse en algunos jóvenes, pero su delfín en la Legislatura -Guillermo Gassenbauer- parece jugar cada vez más al antón pirulero.Cano también desconfía, involucionó, fue mezquino y se quedó casi en soledad. En su caso, no está claro ni siquiera si sus compañeros de lista (de este año, de hace cuatro y de hace seis) son de su confianza o forman parte del "canismo". Se enfrentó a muerte con Luis Sacca, se re-unió con el ex cerisolista para estos comicios; se distanció y se peleó de viejos aliados como Rodolfo Succar, y mantiene una tirante y eterna interna con la vieja guardia del centenario partido. Su propio nombre y el de Silvia Elías de Pérez están apenas algunos pasos atrás de los de Jaldo y Manzur en cantidad de participaciones comiciales. Quizás fue el de Cano el último apellido que a comienzos de milenio apareció con la potencia de un viento de recambio por la casona de calle Catamarca.
1. Quitar o consumir poco a poco por el uso o el roce parte de algo. 2. Pervertir, viciar. 3. Desperdiciar o malgastar. 4. Perder fuerza, vigor o poder. Son las cuatro definiciones que el Diccionario de la Real Academia Española da sobre la palabra "desgastar". Ningún político escapa al desgaste de su figura, a menos que la construcción política de largo plazo, con visión de futuro y sin mezquindades garantice la continuidad de proyectos e ideologías. Y no de nombres efímeros.