La falta de respeto por el otro forma parte de nuestra idiosincrasia. Se suele decir que los derechos de uno acaban donde comienzan los del otro, pero la realidad se encarga de demostrar que son sólo palabras o expresiones de deseo. Las protestas sociales que se salen de cauce e impiden la libre circulación de los ciudadanos, son un reflejo de ello. Ayer, un grupo de tabacaleros cortaron la ruta N° 38 a la altura de La Invernada, departamento La Cocha, en reclamo de les pagaran las partidas del Fondo Nacional del Tabaco.
Los reclamantes cruzaron las máquinas agrícolas sobre la ruta y quemaron cubiertas. Con la medida de fuerza fueron aún más allá: obstaculizaron con un vehículo un camino de tierra que se usa como paso alternativo. Los reclamantes sólo dejaban pasar a vehículos con personas enfermas. Bajo el rayo del sol y con el insoportable calor, los pasajeros de ómnibus -varios con valijas y bolsos- debían atravesar el piquete hacia el otro lado, donde algunas empresas había puesto unidades que los esperaban.
El representante de los manifestantes dijo que los afectados eran 700 productores minifundistas que deben recibir $11,5 millones de la Nación para poder iniciar la cosecha y que ese dinero aún no había sido girado. Con ello justificó la medida que afecta, por cierto, a todos los tucumanos que transitan por esa ruta.
La modalidad de los piquetes como forma de reclamo nació en 1997, cuando grupos de desocupados de las localidades de Cutral-Có (Neuquén) y Tartagal (Salta) cortaron rutas en reclamo de ayuda social, a raíz del cierre de las plantas de YPF. En respuesta, el gobierno de Carlos Menem distribuyó Planes Trabajar de $200, el equivalente a un tercio de la canasta básica familiar de entonces. De esa manera nació el movimiento piquetero que se convirtió en esos años en la expresión de la voz de los sin voz, es decir aquellas personas que acuciadas por el desempleo, el hambre y también la miseria no se sentían representadas por ningún dirigente o habían sido víctimas, en muchos casos, de las promesas incumplidas de políticos, de funcionarios o empresarios. Los cortes de rutas o de calles se transformaron desde entonces en moneda corriente, como único modo que de respuesta a la intransigencia o de la carencia de respuestas.
Casi a diario, la plaza Independencia, es la caja de resonancia de las protestas, y constantemente se genera un caos de tránsito en las adyacencias, pero lo lamentable es que cualquier grupo se siente con derecho a cortar cualquier calle. Sin embargo, casi nunca se ve a alguna autoridad hacerse presente en el lugar del conflicto para escuchar los reclamos y encarar soluciones.
Los cortes de calles y de rutas reflejan la ausencia de diálogo entre los representados y los representantes. Cuando los primeros no son escuchados o la respuesta es el silencio o la indiferencia, se ven obligados a salir a la calle. Pero en lugar de presionar a la clase gobernante que tiene la obligación de ocuparse de resolver sus problemas, lesionan los derechos de los otros ciudadanos que nada tienen que ver en el conflicto, y generan en una buena parte de la comunidad el rechazo a la protesta. Aquel que debe trasladarse al interior o viene desde allí a la capital para trabajar y los piquetes le impiden el libre tránsito, experimenta no sólo una frustración, sino que siente que se avasallan sus derechos constitucionales y a la autoridad tampoco le interesa, porque lo permite.