ENSAYO

LOS NUEVOS REBELDES

LUIS DIEGO FERNÁNDEZ

(Debate - Buenos Aires). 

Así como algunos economistas creen que la dicotomía es entre populismo y liberalismo, y rastrean una alternativa que amplíe el escenario, Luis Diego Fernández avanza un paso más en esa búsqueda: para él la dicotomía a superar es entre populismo (nacionalista y estatista), tan en boga bajo el influjo de Hugo Chávez, Rafael Correa y los Kirchner, de un lado, y capitalismo conservador, lo que sería el Partido Republicano en Estados Unidos, del otro. Y a esa superación la llama libertaria.

Para el autor, el Mayo del 68 francés, y especialmente la contracultura californiana, más que cambios políticos, produjeron profundas modificaciones en los individuos concretos. Y, partiendo de allí, habrían conducido a una revalorización del cuerpo en los términos de goce alimentario, sexual, laboral y social. Todo lo cual se manifiesta en una alimentación hedonista, pero higiénica (antitabaquismo, vegetarianismo, culto por la cata de vinos y comida gourmet). Y en prácticas sexuales libres (auge de la bisexualidad, del poliamor, de la pornografía y del nudismo, a la vez que declinación del modelo del matrimonio tradicional o el bautismo). Y en un rechazo a la relación de dependencia laboral y una preferencia por la actividad free lance, o una deslegitimación de procesos coercitivos como el servicio militar, el status social o los descansos obligatorios en los feriados.

Busca Fernández reunificar los discursos del hippismo y el liberalismo bajo la premisa de desculpabilizar el placer.

Variantes

Para probar que una gran tensión libertaria recorre la sociedad actual, despliega una batería de testimonios. Desfilan personajes como Jill Love, una actriz que se desnudó en medio de las manifestaciones de los indignados españoles; Yamil Santoro, un cacerolero argentino que también usó la vía del nudismo para convocar a la marcha del 8N; o el economista español Oliver Tad, que propicia prácticas laborales por fuera de las empresas tradicionales. También menciona el caso de los hackers y el de los tatuados como formas de libertad extremas. No acierta, a mi modo de ver, al introducir a los surfers como ejemplos de personas libertarias. Y parece asimismo forzado (aun cuando es de lectura apasionante) el capítulo que define al barrio porteño de Palermo como un territorio libertario y hedonista, mezclando promiscuamente la actividad trans del parque que rodea el lago grande con librerías de culto o comida de diseño de Palermo Soho.

Admiraciones fuertes del autor por algunos intelectuales, como el filósofo francés Michel Onfray o el escritor argentino Juan José Sebreli, ambos antiacademicistas y libertarios, emergen a guisa de faro. Sobre el final, el libro va en la búsqueda de extrapolar este crecimiento de conductas sociales hacia la condensación de estas ideas liberales y progresistas (con perdón de la palabra) en un programa político. Pero, si la consigna es ”pedir lo posible”, hay que hacerse cargo de que estas conductas crecientes no gozan aún del favor mayoritario, por lo que un partido político hoy no pasaría de ser testimonial. Quiero decir: quizás pedir lo posible implique concientizar de estos postulados, como estrategia, y apoyar mientras tanto el mayor liberalismo posible, en lo táctico.

En todo caso, el libro es extraordinariamente excitante, escrito con una destreza literaria que no abunda y con el ardor intelectual propio de quien siente que pertenece a dos eras en transición, una que muere y otra que aún no nace. Late en el autor una membrana, un pliegue que lo perfila como una figura crucial de la nueva ensayística argentina.

© LA GACETA

Marcelo Gioffré