FERNANDO SCHUJMAN- ARQUITECTO
La ciudad (nos) espera
¿Qué tiene que ver la democracia con la ciudad? La cuestión nos obliga a reflexionar sobre un tema espinoso y complejo donde es necesario andar con pies de plomo para no meter la pata (en eso los arquitectos somos especialistas...). Quisiera compartir algunas reflexiones mirando sin prejuicios la realidad que nos toca. La democracia es una forma de organización social y política que busca el entendimiento entre las personas, las sociedades y los Estados respetando los derechos y obligaciones universales en función del bien común. La ciudad es una obra de arte colectiva; en ella se refleja el espíritu de los ciudadanos que, con su diario trajín, modelan las formas y costumbres del lugar imprimiéndole un carácter original, que se transforma en patrimonio de la ciudad. La vida en la ciudad exige la observancia de principios democráticos para alcanzar el bien común; la libertad de pensamiento y acción; el respeto a derechos y obligaciones; la participación en la vida pública; la solidaridad y la tolerancia. Todas estas virtudes deben estar presentes al hablar de una ciudad.
Los edificios y el espacio público (calles, plazas y parques) reflejan con su estado la presencia de esos valores en la ciudad. Una caminata corta nos permite dimensionar cuánto esfuerzo nos falta para alcanzar una democracia urbana real. El problema es de todos y su solución, urgente.
La participación en la democracia empieza con la información. Tenemos el derecho y la obligación de saber que: 1) las ciudades son directamente responsables del 55% de la contaminación ambiental; 2) el crecimiento de las ciudades basado en la energía del petróleo y el gas es inviable; 3) el calentamiento global está produciendo cambios climáticos con perspectivas alarmantes a nivel mundial; 4) reconvertir las energías con fuentes naturales (solar, eólica, hidráulica...) resulta impostergable, y 5) es imperativo recuperar el ambiente natural en la ciudad para proteger la biodiversidad y la calidad de vida para el presente y para las nuevas generaciones.
Este es el marco que debería contener a las propuestas urbanas locales para sintonizar con el mundo en las próximas décadas. De vuelta a nuestra realidad encontramos a los protagonistas de este drama, los tucumanos con sus virtudes y defectos, y al escenario, el Gran San Miguel de Tucumán y su riquísima geografía. Desde la platea, el mundo observa el desenlace de la obra. Aplausos o abucheos coronarán nuestra actuación.
FRANCISCO GARCÍA POSSE - ABOGADO
Una obra en construcción
Con mis coetáneos votamos por primera vez a los 28 años. Muchos de nosotros habíamos nacido, además, cuando ya estaba instalado un Gobierno militar (otro más). Esto importa, porque varias generaciones de argentinos crecimos bajo el sino del militarismo y la discontinuidad en el ejercicio de los derechos y de los deberes ciudadanos. Para colmo, como la maldad que perdura tiende a hacerse cada vez peor, el último episodio de interrupción de la vida democrática en nuestra Nación ocurrió con el deliberado propósito de dar paso a la más cruel y despiadada dictadura que hayamos vivido.
Podemos festejar estos últimos 30 años de vida democrática no sólo porque dejamos atrás un tiempo signado por la injusta pérdida de vida, libertades y derechos, sino también porque nos ilusionamos con haber superado el perverso reflejo de estar esperando el siguiente lapso en el que se nos mienta que el orden sólo se obtiene eliminando la libertad y la diversidad.
La democracia jamás debe ser tratada como una obra concluida. La abogacía de Tucumán ha dado sobradas muestras de que está dispuesta a mantener una actitud vigilante para prevenir un nuevo embate autoritario.
Las tentativas de debilitar las instituciones democráticas no son exclusivas de las dictaduras. Estos últimos 30 años lo han corroborado una y otra vez. Por mucho que hayamos sufrido el pasado dictatorial, la experiencia enseña que el poder se resiste a ser controlado y que avanza todo lo que se le permite. Sin embargo, la fórmula para acotarlo sólo puede ser hallada en el propio sistema democrático y en las instituciones de la República.
En épocas diferentes, el Colegio de Abogados de Tucumán ha sido objeto de ataques físicos, simbólicos y subliminales provenientes del poder, o de sectores vinculados a este. En todos los casos ha respondido condenando la violencia y el abuso, exigiendo siempre el respeto por las instituciones del Estado de derecho.
Tras el advenimiento de la democracia, el Colegio ha jugado un papel activo en la defensa de los derechos de litigantes y ciudadanos, fundamentalmente el derecho a una Justicia independiente de toda injerencia del poder político. Ese afán ha convertido al Colegio en una voz crítica y decisiva para el establecimiento de un equilibrio institucional que garantice los principios básicos de la democracia.
En ocasiones, aquel compromiso alcanzó puntos de máxima intensidad, como cuando en 1989 una asamblea extraordinaria de abogados exigió la renuncia de todos los integrantes de la Corte Suprema de Justicia y decretó un paro de las actividades de sus colegiados en protesta por desórdenes y graves alteraciones en el funcionamiento del Poder Judicial.
En 2006, durante la última reforma de la Constitución de Tucumán, el Colegio impulsó las acciones judiciales que permitieron constituir un órgano de selección de jueces que garantice procedimientos objetivos e imparciales, y eliminar la facultad del Poder Legislativo para enmendar la Constitución Provincial sin convocar a una Convención Constituyente. Ni aún en tiempos de vigencia plena de las instituciones democráticas el Colegio estuvo exento de represalias como, por ejemplo, el frustrado intento de quitarle el control de la matrícula de sus integrantes.
No obstante eso, los abogados de Tucumán saben que el mejor anticuerpo con el que la sociedad se protege de los intentos de alterar el funcionamiento de las instituciones es el conocimiento que debe brindarse a los ciudadanos, tanto de sus propios derechos, cuanto de los límites del poder frente a ellos. Solamente así puede construirse una Nación en la que la sociedad y, en especial, las generaciones jóvenes, naturalicen la defensa de los valores democráticos.
TERESA PIOSSEK PREBISCH - LICENCIADA EN HISTORIA
Reconocer la imperfección o la distancia ostensible entre el ideal y la realidad
Es verdad que en Argentina desde 1983 vivimos en democracia pero, para no engañarnos, debemos reconocer que es una democracia imperfecta.
Analizada desde la perspectiva institucional vemos que, desde aquel año al actual, dos presidentes no pudieron concluir en término sus mandatos, mientras que tres han intentado eternizarse en el cargo manipulando las normas constitucionales, tentación de la que se contagian algunos gobernadores. Además, si bien teóricamente hay división de poderes, consta a todos la supremacía que se arroga el Poder Ejecutivo, tanto a nivel nacional como provincial.
La corrupción es como una metástasis que corroe el cuerpo nacional. Va desde el robo hormiga del empleado de bajo rango hasta el impúdico enriquecimiento ilícito del alto funcionario amparado por los fueros.
El narcotráfico ha prosperado alarmantemente en el país, y el delito ha crecido en una relación de causa y efecto. Paralelamente se ha desarrollado una atmósfera de violencia generalizada; se manifiesta desde el lenguaje torpe en el hablar cotidiano y en los medios de difusión, en las “barras bravas”, en los ataques a ciudadanos indefensos, en los saqueos salvajes como los sufridos por la ciudad de Córdoba, hasta en el agravio a quien piensa diferente.
En el aspecto económico, para padecimiento de la población, se sucede año tras año una serie de errores en cuyo núcleo descubrimos una falta de inteligencia en los procedimientos.
Sólo así, en una falta de inteligencia, puede explicarse que la riqueza agropecuaria -el potencial nacional por excelencia- haya menguado por efecto de políticas desacertadas antes que por factores climáticos. Que el país haya perdido altos puestos que ocupaba en el mercado internacional mientras otros que le iban a la zaga han ascendido. Que padezcamos el flagelo de la inflación -una de las más altas del globo-, entorpecedora del progreso general y productora de pobreza.
Que habiendo sido vanguardia en calidad educativa en Latinoamérica, hoy estemos ocupando el lugar 59 entre 65 países, en un mundo en el cual la educación es, más que nunca, la mayor riqueza de las naciones.
Sin embargo, en contraposición a todas estas realidades negativas, hay una positiva: en Argentina existe, en todos los niveles sociales, mucha gente valiosa que se impone por su propia valía. Gente que se gana la vida honradamente, que lucha por prosperar, que supera los obstáculos que se le oponen, que realiza con eficiencia su trabajo, que con su conducta muestra que, realmente, ama a su patria. Son la reserva moral del país y lo más positivo es que, entre ella, se cuentan muchos jóvenes. De esa gente surgirá el estadista que eleve a Argentina al alto nivel en que merece estar.
AURORA “TATÁ” PISARELLO - INGENIERA QUÍMICA Y LIC. EN FILOSOFÍA
Hombres sagrados para los hombres
El filósofo Thomas Hobbes imaginó un estadio salvaje, sin leyes, en el cual los hombres se encontrarían en guerra unos contra otros por la supervivencia. La síntesis de esta imagen es el hombre como lobo del hombre. Para evitar ese escenario hobbesiano, los hombres se reunieron, y decidieron deponer las armas y establecer un contrato de convivencia que sería garantizado por un Estado fuerte al que cederían su armamento.
Esta especulación teórica del filósofo nos muestra que, al subordinarnos a la ley (garantizada por la fuerza de este Estado poderoso que él llama Leviatán), preservaríamos nuestras vidas, nuestra libertad y nuestros bienes. Cuando el ciudadano atenta contra la vida de alguien, el Estado se encarga de castigarlo; cuando el Estado asume ese papel y atenta contra la vida de los ciudadanos, estos no tienen defensa alguna. Esa indefensión es lo que llamamos derechos humanos violados desde y por el Estado.
En nuestro país hubo muchas interrupciones cívico-militares a ese Estado de ley o de derecho, pero la del período 1976-1983 fue la más escalofriante. Todo el poder represivo del Estado se orientó a sus propios ciudadanos; se implementó el terror (un sentimiento diferente al miedo) para imponer un modelo económico que luego reconoceríamos como neoliberalismo. Para ellos era imprescindible disciplinar la sociedad y acallar a sus dirigentes políticos, gremiales y referentes sociales.
Cuando recuperamos la democracia en 1983 el pueblo votó a Raúl Alfonsín, quien propuso, en defensa de la institucionalidad y la ley, castigar a aquellos que la habían infringido. Esta sería la nueva base de convivencia de los argentinos y así se hizo el juicio histórico a las Juntas Militares, que no tiene antecedentes en el mundo. Iniciamos de esa manera un largo camino en búsqueda de la verdad de lo ocurrido para recuperar la memoria y consolidar la justicia.
En ese sentido, los juicios que se llevan adelante en nuestra provincia y en todo el país no tienen un objetivo vindicativo, sino evitar la impunidad con que cuentan quienes no respetaron la vida ni la dignidad humana actuando en nombre de una sociedad occidental y cristiana. No hay sociedad posible sin respeto por la vida. Más allá de cualquier tipo de disidencia, esto es básico para la convivencia en paz entre todos los hombres del mundo.
Los juzgamientos ponen en acción el sueño del presidente Hipólito Yrigoyen cuando expresaba: “los hombres deben ser sagrados para los hombres y los pueblos, sagrados para los pueblos”.
JORGE DANIEL BRAHIM - ING. CIVIL Y DIR. DE “EL PULSO ARGENTINO”
Deudores de un desatino
Nacido para ser invencible, el peronismo, ese “Titanic” de la política argentina, encontró su inesperado iceberg el tórrido 30 de octubre de 1983. No en los previsibles y cruentos cuarteles, sino en las inofensivas urnas de madera que los militares tuvieron incautadas durante casi ocho años. Cuando a las dos de la mañana la televisión confirmó el triunfo de Alfonsín, recién entonces me levanté de la silla en la que permanecía sentado desde el inicio del escrutinio.
La razón del plantón autoimpuesto era la incredulidad por el resultado y la certeza de que los guarismos se revertirían. Esa noche fui testigo privilegiado de dos hechos históricos: la primera derrota del peronismo en elecciones libres y el inicio del mayor período ininterrumpido de democracia.
Llegaban a su fin el régimen más abstruso y feroz que asoló el país, donde la historia cotidiana se escribía con la única gramática por entonces posible: la de la sangre. La salida de esa Argentina espectral no fue mérito de los políticos, ni siquiera -salvo honrosas excepciones- de la lucha ciudadana; lo que de verdad catapultó el retorno de la democracia fue la impericia de los mandos militares que promovieron la Guerra de Malvinas.
Quienes habitamos este espacio colectivo que llamamos democracia no deberíamos olvidar que somos deudores de un desatino y no del heroísmo cívico. Este fue nuestro pecado original pocas veces tenido en cuenta. Tal vez, por ello, nunca bien ponderamos el verdadero significado de la democracia, más concebida como un don recibido que como un objetivo arduamente anhelado.
Ya pasaron 30 años y seguimos sin entender que la democracia es más un sistema virtuoso en permanente construcción que una estructura cristalizada que suele funcionar como cobijo del peculado, la corrupción, la inveterada laxitud legal y la latente (o no tanto) cultura autoritaria que nos caracteriza. Y, lo más importante: nuestra magra gimnasia constitucional tampoco nos hizo advertir que, para que el país funcione, debía reconstruirse la república, que, de tan perdida, la desconocimos y todavía la seguimos desconociendo.
En tanto, el “Titanic”, reflotado por un astillero riojano, surca las aguas picadas de la patria: en los 90 rumbo a estribor (léase, a la derecha); luego dos años a la deriva y, en la última década, a babor (a la izquierda) y con la proa apuntando vaya a saber dónde.
ALFREDO NEME SCHEIJ -MÉDICO Y EX diputado nacional
Como una adolescente
La democracia no ha sido un regalo. Quienes luchamos por ella durante la dictadura sabemos que fue una conquista que implicó la pérdida de vidas. Pero en el transcurso de estas tres décadas la democracia comenzó a ser considerada como algo implícito, que va de suyo. La consecuencia de esto es la falta de valoración del sistema y su malversación. En el presente tenemos una dirigencia que vacía de contenido a la democracia al anteponer su bienestar personal. El enriquecimiento de ciertos políticos es evidente y ocurre a expensas del empobrecimiento de grandes sectores de la comunidad.
Aunque la democracia argentina tiene 30 años, todavía exhibe la irreflexión de la adolescencia. Advierto asimismo el desarrollo de un proceso de autoritarismo donde se castiga y excluye al que cuestiona al poder. Se ha vuelto corriente que el grupo político dominante se valga de herramientas de sumisión y temor para doblegar al resto. La mayoría no puede ignorar a las minorías: no es democrático imponer el número y prescindir del deber de articular consensos. Para que haya una democracia fuerte hay que lograr una ciudadanía fuerte, que controle al Estado y a la política. En estos 30 años ha habido una acción sistemática para destruir la ciudadanía con el fin de sacar provecho de debilidades como la ignorancia y la necesidad.
Estamos en retroceso. Necesitamos más partidos políticos decididos a privilegiar el debate por encima de la adicción al líder. Necesitamos volver a la discusión como mecanismo generador de decisiones válidas y legítimas. Necesitamos que mayorías y minorías políticas ofrezcan soluciones para un Estado que no está en condiciones de resolver la agenda de problemas actuales. Necesitamos dar calidad a la democracia y dejar de lado la creencia de que basta con tenerla en las formas para que sea verdaderamente nuestra.
MARTÍN MÉNDEZ URIBURU - MÉDICO Y EMPRESARIO
Ir hacia la república
Hace 30 años los argentinos y, en especial, los jóvenes de esa época, estábamos seducidos por un líder que nos hablaba de la democracia y de sus bondades como forma de gobierno; nos pedía que lo acompañásemos en la intención de hacer respetar la Constitución y de tener una democracia representativa, republicana y federal. Entonces sucedió lo que un año antes era impensable: ese líder ganó.
Hoy creo que nadie piensa en otra forma de elegir a los representantes que no sea por el sufragio. Esto, pese a la rebelión de los carapintadas, la toma del Regimiento de la Tablada, los saqueos de 2001 y la caída de la Convertibilidad. Realmente el sistema de elección por el voto popular está consolidado.
Pero debemos iniciar de nuevo la marcha hacia el próximo objetivo: la república. Quizás esta meta sea más difícil que la anterior porque habrá que enfrentar otros intereses.
Hablar de república es hablar de periodicidad en los cargos públicos y no de reelecciones (menos de “re-re”); de publicidad de los actos de Gobierno -y que el llamado a licitación sea la norma y la presentación de “recibos truchos” sea penada por la Justicia-; de separación y control entre los distintos poderes del Estado -y que la asamblea legislativa y constituyente no sea patrimonio de ninguno de ellos-; de respeto e igualdad ante la ley -y que terminen los privilegios para algunos-; de idoneidad para acceder a los cargos públicos y de otros valores republicanos por los que políticos y funcionarios han de responder.
De esa forma llegaremos al “último tranco”: un país federal donde las autonomías y autarquías provinciales sean una realidad; donde los impuestos sean cobrados por las municipalidades y provincias, y, desde allí, remitidos al poder federal y no a la inversa, como sucede hoy, donde gobernadores e intendentes se han convertidos en “mendigos”.
Estos cambios nos permitirán comenzar a construir el país que queremos: el del respeto por el otro y sus verdades. Un país que permita la convivencia armónica y promueva el debate de ideas como método de elaboración de decisiones que lleven el progreso a todos los habitantes.
OSCAR CASTILLO - EMPRESARIO
A trabajar como buenos argentinos
Me pidieron que opinara sobre qué significaba para mí el aniversario de 30 años de Gobierno en democracia. Antes que nada, debo aclarar que soy un modesto empresario y, por lo tanto, daré mi opinión a grandes rasgos sobre este tema de tanta importancia para el desarrollo en todo sentido de nuestro país.
No quiero dejar de lado la inmensa alegría que sentí al comienzo de esta nueva etapa, cuando empezamos a vivir el proceso democrático en 1983. Esa alegría estaba unida a una indescriptible esperanza de que era una oportunidad única para consolidar, entre todos, a la patria como un país políticamente maduro, ético, equitativo y libre, y económicamente confiable y equilibrado.
En forma lamentable, con el paso del tiempo me di cuenta de que gran parte de mis esperanzas quedaban en el camino.
En el transcurso de los años, muchas veces con tristeza, observé que la libertad se transformaba en libertinaje; que el mal uso de esta se degradaba en saqueos (como el que ayer sufrimos en una sucursal en Lomas de Tafí), piquetes abusivos, ocupaciones ilegales y tantas cosas más. Entre ellas, no puedo dejar de mencionar el déficit energético, imperdonable descuido que condiciona nuestro futuro económico y que atenta contra nuestra democracia. Esto, unido al mal manejo de la economía, deriva en una permanente y corrosiva inflación.
Por lo tanto, a esta altura de mi vida tomo absoluta conciencia de que para que no nos matemos unos a otros y para que un régimen democrático no se transforme en populismo y rinda su fruto, es necesario el esfuerzo tesonero y continuo. Sólo así podremos lograr este objetivo fundamental para nuestra patria. ¡A trabajar, entonces, como buenos argentinos!
Silvia Leonor Agüero - LICENCIADA EN ARTES
La construcción prosigue
La experiencia de tres décadas ininterrumpidas de democracia en un país asolado por las dictaduras como Argentina nos exige responsabilidad y grandes dosis de creatividad para encontrar los medios que profundicen la defensa de los valores democráticos y la búsqueda de consensos. Es necesario fortalecer el rol del Estado como la máxima expresión de libertad e igualdad.
Ninguna persona nacida en estos años podría jamás imaginar las implicancias que tiene sobre un ser humano, una sociedad o un país, una falta de libertad como la que experimentó la Nación en los años de su dictadura más feroz.
El 10 de diciembre de 1983 supuso un hito para la institucionalidad democrática. La Argentina inició un largo proceso de construcción en el que todavía se encuentra inmersa.
A lo largo de estos 30 años muchos conflictos sociales amenazaron y pusieron en riesgo nuestra ansiada democracia. Diversos factores como la concentración del poder económico con sus consecuentes crisis y la herencia de una impagable deuda externa, la disgregación de los sectores políticos, el debilitamiento de las ideologías, la llegada de los neos, el influjo de la globalización, la repercusión ideológica del fin de la historia, fueron calando hondo en el sentir de la comunidad. El “todo vale” posmoderno, la sociedad mediática y el poder extraordinario de los medios de comunicación sobre la conciencia humana y las crisis de representación entre otras causas, transformaron a la Argentina en el marco de un nuevo orden internacional. Todo esto fue generando un estado de escapismo, de perplejidades e incertidumbres, poniendo en cuestión la eficacia del sistema democrático como práctica para conducir a la libertad, la igualdad y la justicia.
Sin embargo, la democracia resistió todos esos embates, naturalizando nuestra sociedad el Estado de derecho.
Es indiscutible que entre sus mayores logros la democracia ha permitido la ampliación de los derechos civiles y hay consenso en la sociedad sobre el rechazo a la violencia como método de imposición de ideas. Aprendimos que con la democracia se puede comer, educar y curar sólo por que esta garantiza la posibilidad de reclamar los derechos conculcados a todos los ciudadanos.
Sabemos que no hay sociedades sin conflictos y que las democracias se construyen día a día entre los distintos sectores apelando al diálogo, por lo que creo que estos 30 años merecen ser festejados con la convicción de seguir trabajando, desde el lugar que cada uno ocupe, para resguardar y consolidar el proyecto inconcluso de la democracia argentina.