Hay ruinas que están destinadas a estar siempre en ruinas, pero hay una caricia permanente que las defiende con dignidad del paso del tiempo. Y aunque son achacosas, forman parte de la historia de un pueblo y muchos se preocupan para convertirlas en un polo de atracción turística. Otras ruinas están arruinadas por falta de interés en su preservación y mantenimiento. Lo paradójico es que son declaradas monumentos históricos nacionales, pero en muchos casos, se trata sólo de una designación honorífica. Ese título poseen desde 1994 las Ruinas de San José de Lules, ubicadas sobre la ruta 301, a 18 kilómetros de San Miguel de Tucumán, pero han recibido hasta ahora escasa o nula atención de las autoridades provinciales y nacionales.
En estos días, ha surgido la iniciativa de prestarles más atención y de darles el valor que les corresponde. El delegado tucumano de la Comisión Nacional de Museos comentó el interés por revalorizar las misiones jesuíticas de Lules, que fueron una de las más importantes del país. “Queremos que tengan la misma jerarquía que las misiones jesuíticas de Misiones y de Córdoba. Por eso se realizó un proyecto de puesta en valor para que esté en condiciones de recibir al turista. La inversión total será de $350.080”, dijo. En agosto pasado, se elevó un proyecto a la Nación elaborado por la Municipalidad de Lules y el Ente Provincial de Turismo que propone, entre otras cosas, señalización, e iluminación del solar histórico, así como la construcción de merenderos y de un estacionamiento y la mejora de los accesos. Se iniciaría luego una campaña para recuperar los objetos que pertenecieron a los jesuitas. El 70% de los recursos para la realización el proyecto será solventado por la Nación y el resto por el municipio luleño.
El sitio permanece actualmente en un estado penoso: no hay agua en los baños; las paredes están apuntaladas, la tumba del ex gobernador Alejandro Heredia, que se halla allí enterrado, está llena de basura. “Hace falta que se pinte la iglesia y que se arreglen los problemas de humedad. Por ejemplo, hay una canaleta rota y cada vez que llueve fuerte el agua se filtra. A la última obra grande se la hizo en 2001. Pintaron el templo y se apuntalaron las paredes del convento”, dijo en abril pasado la eficiente guía que en varias ocasiones le pidió ayuda al entonces cardenal Jorge Bergoglio, por su condición de jesuita. Se quejó en esa oportunidad por la falta de difusión.
Los jesuitas llegaron desde Brasil en el siglo XVII para evangelizar a los indígenas y fundar escuelas. Establecieron una misión en el Colegio de San José, donde había una herrería, un aserradero, carpintería y curtiembre; allí se realizaron los primeros cultivos importantes de caña de azúcar. En 1767 fue expulsada la Compañía de Jesús de América. Pocos años después, la Orden de los Dominicos pidió los dominios de los jesuitas y se establecieron allí. Perduran aún parte de las antiguas paredes, un tabernáculo, una cruz de hierro forjado, un viejo trapiche y elementos arqueológicos hallados en la zona.
Más de 400 años de historia respiran en ese sitio histórico, que hasta ahora los tucumanos no hemos sabido valorar convenientemente. No deja de ser una buena noticia el deseo de restaurar estas ruinas jesuítico-dominicas que deberían ser una de las joyas de los tucumanos. Si la Nación no se ocupa del asunto, la Provincia debería tomar cartas en el asunto y no dejar que nuestro patrimonio histórico quede en una zona gris, donde se destruye lentamente. En buena hora si el anuncio se concreta finalmente.