Si la FIFA parece por momentos arrepentida de su decisión de haberle dado fácilmente a Brasil la sede del Mundial de fútbol que comenzará el 12 de junio, ahora, el que comienza a expresar preocupación similar es el Comité Olímpico Internacional (COI): quedan dos años y medio para los Juegos de Río, que comenzarán el 5 de agosto de 2016, “y, a partir de ahora -afirma el COI-, cada segundo cuenta”.
Como la mirada está puesta en el Mundial cada vez más cercano, pasó casi desapercibida la visita de tres días que una comisión del COI realizó la última semana a Río. La comisión destacó avances, pero avisó que todavía quedan importantes decisiones por resolver y que el 27 de marzo habrá una reunión decisiva en Brasilia para evitar más retrasos. “La necesidad de la urgencia es compartida por todos”, dice el comunicado oficial.
El COI, me cuentan colegas desde Brasil, disimuló atrasos y cambios (incertidumbre sobre dónde será construido el centro de prensa, fallas del laboratorio antidoping de Río y errores en el presupuesto final de los Juegos), pero su comunicado del último viernes es un claro aviso de una preocupación que aumentará apenas finalice la euforia del Mundial. El COI, inquieto porque algunas obras de importancia ni siquiera comenzaron, no quiere llegar con la soga al cuello, como le está sucediendo a la FIFA, con estadios que estarán terminados apenas días antes de que comience el Mundial.
Al COI no le preocupan las protestas políticas o de daños ambientales. Sólo le interesa que los Juegos sean un éxito. Lo reflejó el discurso elogioso que la marroquí Nawal El Moutawakel, presidenta de la comisión del COI, pronunció en Río, con especial énfasis elogioso al éxito de los Juegos Olímpicos de Invierno que Vladimir Putin acaba de celebrar en la ciudad rusa de Sochi. “Cumplió con creces -dijo la dirigente- con todas las metas, con autoridad y responsabilidad y con el compromiso de su presidente de la Nación”. Algo está claro: la audacia de haberle dado a un mismo país Mundial y Juegos Olímpicos con apenas dos años de distancia entre una y otra competencia no será repetida seguramente por la FIFA y el COI.
“Entramos en una fase crucial, no hay un minuto que perder”, admitió Carlos Arthur Nuzman, presidente del Comité Organizador Río 2016. La visita, en rigor, encontró a Nuzman, presidente del Comité Olímpico Brasileño (COB) en un momento difícil. Su deporte (voley), el que practicó como jugador y que además fue su trampolín para llegar al puesto más alto de la dirigencia del deporte de Brasil, acaba de explotar en un escándalo de corrupción que sorprendió a los propios miembros del COI. “En realidad -me dice en Buenos Aires Mario Goijman, ex presidente de la Federación Argentina de Vóleibol- no se de qué se sorprenden, si se trata de la misma mafia que sigue en el poder, mientras yo lloro mi impotencia”.
La Federación Internacional de Vóleibol (FIVB) expulsó y dejó en la ruina económica a Goijman cuando el argentino sacó los pies del plato y denunció negociados ante los tribunales suizos. El argentino siempre dijo que la corrupción no era sólo del mexicano Rubén Acosta, quien debió renunciar en 2008 como presidente de la FIVB tras comprobarse que tenía en su cuenta bancaria 33 millones de dólares del dinero del voley. “Ellos -me dice Goijman, por la dirigencia de Brasil ahora también acusada de corrupción- protegieron a Acosta y ahora copian un estilo sucio y nefasto”.
Goijman se refiere ante todo a Ary Graca, que dejó sólo interinamente la presidencia de la Confederación de Vóleibol de Brasil (CVB) para asumir en 2012 como nuevo presidente de la FIVB y que le dio siempre la espalda al argentino en sus denuncias contra Acosta, casi una década atrás.
Graca votó en su momento por la expulsión de Goijman, pese a que la Confederación Sudamericana (cuyos dirigentes también fueron sancionados) habían apoyado las denuncias del argentino. “Nunca tuvimos tantos documentos que comprueben el escándalo”, me dice desde Brasil el colega Lucio de Castro, que denunció en ESPN comisiones de 4,2 millones de dólares que la CVB pagó a empresas pertenecientes a dirigentes amigos para renovar contratos de patrocinios del Banco de Brasil, el más grande de Latinoamérica. Los contratos, se sabe ahora, fueron efectuados de forma directa, sin intermediarios. ¿Quién se quedó con ese dinero?
El escándalo, además de comprometer a las actuales autoridades del voley de Brasil, afecta también a las anteriores, comenzando por el propio Graca, hoy titular del voley mundial. Una de las compañías que recibió la “comisión” en 2011, cuando Graca era el presidente de la CVB, fue creada apenas tres días antes del pago y su titular es un hombre al que Graca llevó ahora a la FIVB.
Graca debió comunicar estos días su renuncia definitiva a la presidencia de la CBV tras el escándalo, aunque se esforzó en aclarar que todo era legal y que su renuncia no tiene que ver con la situación. ¿Deberá hacer lo mismo ahora con la FIBV?
El escándalo, me dicen en Brasil, está obligando a revisar viejos contratos de la CBV, de los tiempos en los que la entidad tenía como presidente… a Nuzman, justamente el hombre que hoy comanda la organización de los Juegos de Río 2016. Se exhiben contratos tan extraños como los que, en su momento, provocaron la renuncia con huída a Miami incluida de Ricardo Teixeira, que era el todopoderoso presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF). A Teixeira lo siguió su ex suegro, el todavía más poderoso y eterno Joao Havelange, quien debió renunciar a su condición de miembro decano del Comité Olímpico Internacional cuando se supo que él también había cobrado coimas de la empresa de marketing ISL.
La prensa publica desde hace meses protestas por los gastos millonarios que demandarán las obras de Mundial y de los Juegos Olímpicos. Pero acaso lo que causa más indignación es saber que los patrones del deporte se llevan muchos de esos dineros a sus propios bolsillos.