El oficialismo se tomó un autorretrato que servirá para ilustrar la pelea por la sucesión de aquí hasta agosto de 2015. La imagen familiar muestra al gobernador, José Alperovich, al intendente de la capital, Domingo Amaya, y a los otros tres aspirantes al Poder Ejecutivo (Juan Manzur, Beatriz Rojkés y Osvaldo Jaldo) sonriendo para los flashes de ocasión, en una selfie (autofoto) que sintetiza el período de transición.
No es de esperar que haya balaceras mortales entre amayistas y alperovichistas en los próximos meses. Sencillamente, porque el fuego ya no es tan lineal dentro del oficialismo. La Municipalidad no es la única preocupación que tiene hoy el mandatario. La guerra por obtener la bendición de Alperovich también desangra por dentro a la Casa de Gobierno. Rojkés, Manzur y Jaldo mantienen una batalla silenciosa, pero no por ello menos intensa.
Lo que el congreso nacional del Partido Justicialista consiguió el viernes es congelar el fogueo interno hasta 2015, y ese enfriamiento nacional se derramó hacia los distritos provinciales. Aunque exista en lo formal, no hay unidad dentro del peronismo. Lo que se estipuló, en realidad, es un cerrojo para frenar la fuga dirigencial, principalmente hacia el massismo. Por eso prácticamente los principales referentes oficialistas provinciales quedaron en igualdad de condiciones, más allá de las susceptibilidades y especulaciones que generen los cargos que consiguió cada uno.
De ahora en adelante, Alperovich deberá fijarse en cada paso que dé Amaya, pero también en los movimientos que ejecuten los miembros de su espacio que aspiran a reemplazarlo. La semana que pasó mostró ese laberíntico escenario. El intendente, pedido por el nuevo presidente del PJ, el jujeño Eduardo Fellner, se subió a la estructura nacional del partido. En esos días, la atención del gobernador estuvo puesta en neutralizar el impacto de ese ascenso del jefe municipal. Y tras una semana de cabildeos en Buenos Aires, lo consiguió: mantuvo a su esposa en la vicepresidencia tercera, y ubicó a Manzur y Jaldo en el mismo peldaño, como para evitar que las heridas intestinas se abrieran antes de tiempo.
No hay nada resuelto en la cabeza de Alperovich, sí su preferencia casi como un acto reflejo por su vicegobernador ausente. Manzur no puede ser reelecto por tercera vez en ese cargo, y corre con la desventaja de que sólo puede ser colocado como primero. Rojkés se ha ganado el lugar en el lote en base a su insistencia, pero no a partir de un guiño expreso de su marido. Jaldo necesita sí o sí de una bendición del mandatario para largarse; a pesar de que es el único de los precandidatos que construyó una enredadera política en todas las intendencias y las comunas, es paradójicamente el más atado, porque todo lo que hizo está sujeto, en definitiva, a la voluntad del titular del PE.
Amaya es consciente de que, salvo en un caso de extrema necesidad, nunca será elegido por Alperovich. Esa es su apuesta mayor, pero se prepara -al menos discursivamente- para romper con el oficialismo local y lanzar su aventura gubernamental. Su inclusión en la segunda fila del PJ nacional echa por tierra cualquiera de las teorías que lo vinculó electoralmente hacia 2015 con el massismo o el radicalismo. El intendente, a juzgar por lo que sostiene hoy, no irá a internas partidarias con el alperovichismo, pero tampoco lo enfrentará junto con la oposición. Constituirá una oposición paraoficialista, que aún perdiendo la Gobernación le deje un saldo importante de legisladores y concejales y lo ubique como el referente del peronismo tucumano por los próximos años. Asegura que no será segundo en la fórmula “del fin de un ciclo” y cree que un escenario tripartito con el alperovichismo, el amayismo y el radicalismo en los comicios aterra mucho más a la Casa de Gobierno que a él.