Al cabo de un tiempo, uno termina por entrar en su órbita. Es necesario concentrarse para subir a esa montaña rusa que implica conversar con Enrique Pinti, uno de los próceres del humor y de las tablas argentinas. No se calla nada, ningún tema lo incomoda. Tampoco pone condicionamientos. En medio de una tormenta de creatividad con su asistente, el veterano del music hall y del humor político toma el teléfono, se acomoda en un sillón y comienza a disparar, con la cabeza puesta en las tres funciones de “Vale todo”, que dará este fin de semana en Tucumán, en el teatro Mercedes Sosa.
El divague está controlado. Por más que Pinti se remonte a los inicios de su carrera, a las experiencias laborales con casi todos los artistas argentinos, a su relación con los actores de hoy y a sus viajes de relax por el mundo, el monologuista serial no pierde el hilo de la charla. Hay que frenarlo, sí; por más que la garganta le raspe, no se detiene ni a tomar un vaso de agua. Y con los conceptos que ofrece, no queda más remedio que rescatar solamente algunos.
Cura o gángster
En “Vale todo” (“Anything goes”), el clásico de Broadway compuesto por Cole Porter y estrenado en 1934, Pinti representa a un gángster disfrazado de sacerdote, Moonface Martin, quien huye de la Justicia a bordo del transatlántico donde se desarrolla toda la obra. Los dos personajes en uno que representa en el musical, despiertan la curiosidad: en su vida íntima, ¿él será más parecido a un mafioso o a un cura? “Definitivamente a un cura -contesta, sin dudar un minuto-. No puedo ser un mafioso no porque sea bueno, sino porque soy un cagón. No me sale. Soy más bien un predicador”.
Murió el humor político
Humor político no es caricatura. No es tomar la imagen de un personaje de la política y encontrarle todos los defectos posibles hasta convertirlo en caricatura. El manual de Pinti es claro, y por eso puede deslizar que hoy, el humor político, está muerto.
“Veo algo muy epidérmico, superficial. Hoy la gracia está puesta en la máscara, en la destreza del mimo que logra la imagen de un político. Lo que hace Jorge Lanata (en “Periodismo para todos”) y Marcelo Tinelli (en el segmento “Gran cuñado”) es imitación, caricatura. Hablan de los políticos, no de sus acciones, muchas veces con detalles burdos, grotescos; es algo demasiado bajo. La sátira política es algo más elevado: tiene que despertar la reflexión, el debate y eso no está pasando”, define el actor, quien asume como el gran despegue de su carrera la obra “Salsa criolla”, un espectáculo histórico-musical que va desde el descubrimiento de América hasta la actualidad de la Argentina.
¿La resurrección?
Aunque Pinti debutó en teatro en 1957, el reconocimiento le llegó con esta obra en el 85. Estuvo nada menos que 10 años en cartel y ahora escribe una reedición para 2015. ¿Será la resurrección del humor político?
¿A qué se debe la agonía del humor político? ¿Qué ha pasado durante todos estos años para que le hayan practicado la eutanasia a este género siempre requerido y aplaudido? Pinti, como para casi todo lo que se le pregunte, tiene su respuesta.
Mito oficial
“Es que no hay espacio. En la guerra Gobierno contra medios nadie termina mojándose, no resulta fácil comprometerse -dice-. El humorista político no puede ser complaciente con unos ni con otros y hoy existe el mito, fomentado incluso por la misma Presidenta (Cristina Fernández de Kirchner), de que sí o sí hay que definirse para uno u otro lado. La opinión sensata y equilibrada queda teñida del espantoso adjetivo ‘tibio’. Pero no es así, el humor en general ha sido siempre opositor”.
¿Verborrágico yo?
Es casi un insulto para Pinti decirle verborrágico. Aunque pueda escupir una incalculable cantidad de palabras por minuto, él no es un verborrágico. De hecho, no soporta a la gente de excesiva palabrería.
“Puedo distinguir claramente entre una persona conversadora de una verborrágica. Verborragia es exceso, es hemorragia, palabrerío que no llega a ningún lado. Yo tengo rapidez mental y sigo un hilo”, se describe. Es todo cierto. Para seguirle la charla hay que ponerse en su sintonía, pisar el acelerador, abrir los sentidos para no perderse en las ramas de sus historias. Él nunca se pierde. E insiste: nunca habla de más.
Contactado o detectado
No usa celular, ni computadora, ni Facebook ni mucho menos Twitter. Para escribir sus columnas dominicales en La Nación Revista acude a un asistente que transcriba sus ideas cristalizadas en un papel con su puño y letra. Lo mismo pasa con los guiones, los monólogos y los 11 libros que ha editado desde 1990 hasta la actualidad. Jamás tuvo un teléfono móvil, asegura, ni siquiera cuando era una novedad que un miembro del jet set no podía dejar de probar.
“El que quiere hablar conmigo me llama al teléfono fijo. No puedo concebir ese horror de ir por la calle, en un taxi o como sea hablando por teléfono. Jamás tuve un celular; quiero ser contactado, sí, pero no detectado”, sostiene. La extensa entrevista con LA GACETA fue según sus normas: teléfono fijo y la comodidad del hogar. En esas cuatro paredes guarda unos 800 títulos de películas clásicas que mira una y otra vez en su videocasetera, en formato VHS. Sí, tal cosa existe todavía.
Decía Pinti que no se considera un verborrágico y que no siente la necesidad de hablar constantemente, por más que cueste creerlo. Pero su público quiere escucharlo, principalmente “las señoras que están entre los 50 y la muerte”, como dice él, lo quieren escuchar. “Me pasa mucho que estoy en la calle o en la cola del cine, solo, y la gente se acerca para preguntarme qué película voy a ver. Eso no es nada. Me paran en la calle para preguntarme cómo está el país, qué opino, como si yo debiera detenerme y hacer un análisis político a las apuradas en la calle. Esas cosas me dejan mudo”, ejemplifica. Y, de nuevo, tiene una explicación: “es la televisión la que ha hecho a la gente muy invasiva, han perdido la discreción. Eso se ve sobre todo en Buenos Aires; en el interior, la gente es más prudente...”
La lógica del escándalo
Pinti se acerca a sus 60 años de carrera y a los tres cuartos de siglo de edad. En el Mercedes Sosa, los que van a comprar localidades preguntan “por el espectáculo de Pinti”, a pesar de que “Vale todo” tiene un elenco taquillero que comparte con Florencia Peña y con el galán Diego Ramos.
Conserva la vigencia, y es la prueba de que el escándalo farandulero no es condición sine qua non para vender entradas. “Se puede escapar de esa lógica, no es fundamental para la visibilidad de un artista. Voy a todos los reportajes, a todos los programas a los que me invitan y siempre he recibido el mayor de los respetos de periodistas y colegas. Podemos haber polemizado, discutido, pero nunca se llegó al escándalo. El mejor antídoto es no tener Twitter, un espacio anónimo donde circulan insultos a granel”, advierte.
Así como hay éxito más allá del escándalo, sostiene que hay vida después del “Bailando por un sueño”, desde donde lo convocaron dos o tres veces para ser jurado, lo que a él no le interesa porque “no sé jugar el juego de las peleas”. “Me gusta la televisión y disfruto mucho del ciclo ‘Tu cara me suena’, porque gira únicamente en torno al talento, a la cualidad vocal o de comediante de quien participa”, aclara.
Lo ha dicho muchas veces y lo repite: “nunca me enamoré, gracias a Dios”. “¿El amor está sobrevaluado?”, le preguntó LA GACETA. “Lo que está sobrevaluado es el amor de pareja, el romance. Porque el amor también puede dirigirse al trabajo, al público, al prójimo”, se despide.
ACTÚA HOY
• A las 22, en el teatro Mercedes Sosa (San Martín 483). También habrá funciones mañana y el domingo.