Si el regalo sorpresa de Kolasinac allanó el camino de la Selección a los 2’ de juego, fue la propia Argentina la que involuntariamente empezó a tirarse piedras en el mismo sendero durante el resto del partido con Bosnia. Como que haber empezado arriba a la Selección no le cambió la cabeza. Ni la liberó. Porque, incluso, dominando en la marquesina el 5-3-2 de Alejandro Sabella hacía agua. Sus líneas estaban muy largas y hasta los cinco defensores penaban cuando les lanzaban a sus espaldas pelotazos rápidos.
Bosnia inquietó con un globo recto que por poco no punteó Dzeko. Bien por Romero saliendo a tapar con el cuerpo. Argentina, que era la que debía brillar, seguía siendo un grupo apático sin ideas claras y con un Lionel Messi demasiado lejos de su zona de movimiento acostumbrada. Messi, parado detrás de la mitad de la cancha, tenía que mandar el centro, correr a cabecearlo y hasta convertirlo, más o menos. Para colmo, en ese lapso el crack pasó tan desapercibido...
El recurso nacional fue, entonces, la media distancia. Fallida, por cierto. Dos remates desde posición interesante viajaron a las nubes, como Lulic que también viajó pero a la tierra de la furia. Cabeceó muy bien un córner que Romero, el que estaba en la mira por su inactividad, tapó notablemente abajo. Al descanso...
Sabella buscó renovar bríos. Cambio de esquema. Pasó al 4-3-3 con Fernando Gago y Gonzalo Higuaín en cancha. A partir de ahí se vio otro aire, al punto de que “Pipita” sirvió a Messi para que haga lo suyo. En su hábitat preferido, la “Pulga” arrastró marcas y convirtió el bello 2-0, a los 64’. ¿Partido liquidado? Ni ahí. Las piernas se fundieron. Sabella volvió a cambiar de dibujo (4-4-2), llegó otra distracción y el descuento de Ibisevic, con poco más de 5’ para el final.
La Selección ganó, sí, pero quedó envuelta en un manto de incertidumbre: su “pachorra”, en otra serie, lo condenaría.