La misión asignada en el debut mundialista no era muy simpática que digamos: recorrer las calles tucumanas mientras el partido más esperado cada cuatro años se jugaba. Pero hubo que tragar duro, subirse al auto, prender la radio y buscar gente que no esté pendiente del evento que tiene al mundo en vilo. Dificilísimo -como había pensado- no; difícil nada más.
Una Iglesia fue la primera parada. La fe en los de Alejandro Sabella le ganó a esa que depende de un solo jugador, al mismo que usted señor lector le debe estar rogando una ayuda para que mejore el nivel de Argentina. La señora que cuida los autos en la Iglesia de calle Chacabuco puede corroborar lo que los ojos veían. “Se nota que hay menos gente. El domingo pasado ya tenía más plata a esta hora”, explicó la dama, ansiosa por acercarse a la panadería de la esquina para ver el partido.
Con un paso veloz, apurado llegaba un señor. El motivo de su urgencia, mientras transcurría la charla, se fue tiñendo con distintas razones. “Están mi señora y mi hija y no hay nadie en la calle. Hay mucha inseguridad y por un partido no voy a dejar que les pase algo”, explicó Carlos Casas. “Además es el Día del Padre y la misa también es por mi papá”, sumó a sus razones.
Carlos quería explicar todo rápido y se notaba cierta ansiedad en su voz. “La verdad: están jugando ¡mal!”, se despachó. Si bien no les dio demasiado tiempo para jugar bien porque habían transcurridos unos 25 minutos, los dos primeros motivos ya eran suficientes para justificar su presencia.
Por la vereda, un rato antes que Carlos, pasaban una mamá y su nene. A simple vista, el pequeño generaba la pregunta: ¿no debería estar viendo el partido con los amigos? “Sí, ahora vamos. Pasa que venimos del Hospital de Niños porque se golpeó”, explicó Roxana Juárez.
A Ignacio le pegaron con una piedra en el pómulo izquierdo y, después del susto que quedará de recuerdo con una pequeña cicatriz cerca del ojo, se fue a ver la victoria con sus amigos, los autores de la travesura.
Un par de plazas fueron otro termómetro de la situación. Por ejemplo, en la San Martín, Andrea y Luz levantaban el “campamento” en el que habían estado desde las 18. “Estuvimos jugando a las cartas y ya nos sentimos muy solas”, explicó Andrea. Las amigas reconocen que no les importa nada el fútbol, así que les da lo mismo el dato del triunfo argentino que se les proporcionó.
Mientras ellas se van, Daniel ya va girando, a buen ritmo de trote, varias veces. “Hay demasiada atención en cosas que no tienen importancia”, opinó el runner. El hombre alto con colita advierte que si Argentina es campeona, es posible que haya un brote inflacionario aprovechando que la atención estará en otra cosa.
En el parque Avellaneda, la soledad a la que se hizo referencia en la Plaza San Martín tiene otro significado. “Hay una sensación de no peligro, cuando no hay gente”, dijo Julieta, la única dama del grupo que completan Federico, Agustín y Rodrigo. “Cuando está lleno empezás a flashear con quién tiene ganas de robar”, detalla en la pileta del parque devenida en un miniteatro.
Desde la altura de la pileta del parque, la avenida Mate de Luna se ve desolada. Parece que la pelota paró el mundo, pero no. Hay gente que demuestra que no paraliza. Simplemente hace que todo ande menos rápido por más que se trate de un Mundial.