Dejemos de lado a las hinchadas argentina y brasileña, líderes en el oficio del aliento. ¿Cuál podrá seguirles el ritmo y la intensidad con la que convierten una tribuna en la caldera del diablo? Las apuestas seguramente estarán erradas, porque la respuesta tiene los colores de Argelia. Fueron alrededor de 4.000 los argelinos que se apropiaron de un segmento del Mineirao y, al ritmo del bombo, marcaron el compás del espectáculo. Compartir la caminata al estadio junto a ellos fue una celebración, que incluyó palmadas, saludos y miradas amenazantes cuando no se acompañaba el canto. Verlos derrotados fue toda una tristeza.
Belo Horizonte quedó prácticamente vacía de colombianos. Es el turno de Argentina. Ayer se inició la invasión a la ciudad y en las próximas horas se transformará en aluvión. Esperan no menos de 40.000 fanáticos el sábado y el cálculo puede quedarse corto. Mientras la albiceleste campea por la capital de Minas Gerais, las casas de cambio van acopiando efectivo para que no se repita la insólita situación del lunes. Muchos argentinos se quedaron con dólares y/o pesos en la mano porque ¡faltaban reales!
Más allá de estos vaivenes, la tarde del martes le dejó al cronista de LA GACETA una de las experiencias más felices y enriquecedoras que le brindó la profesión. Una familia mineira abrió la puerta de su casa para mirar, juntos, la transmisión por TV del partido Brasil-México. No existieron impostaciones ni puestas en escena, fue el ritual que los une cada vez que la “verdeamarelha” sale a la cancha, sólo que esta vez con el registro de un testigo.
La sorpresa, después de las bromas, los reproches por los goles errados, la buena comida y la buena bebida, fue el regalo de una camiseta brasileña firmada por todos los integrantes de la familia. Y la invitación para regresar, por supuesto, esta vez con un “churrasco vuelta y vuelta” de por medio. A Felipe Dos Santos Sousa, gestor del encuentro, todo el agradecimiento que cabe en el interior de la Copa del Mundo.