El gris del día se asemeja al gris del alma. Es que Ranchillos es sinónimo de nostalgia en esta mañana de julio. El vetusto reloj ubicado en la parte central, debajo del techo del andén de la estación, sólo es una esfera blanca con números romanos. Sin agujas ni vidrio protector, hoy es un huérfano de utilidad, de latidos y de existencia.
El reloj nació junto con el edificio, en 1888. Pero fue deteriorándose con la ilusión de quienes ya dejaron de creer, que a pesar de que el tendido de la linea que llega a hasta Retiro (ex Mitre Buenos Aires) aún brinda servicios de pasajeros, ya no recuperará el esplendor de sus años dorados. Saben que la estirpe ferroviaria ranchilleña no volverá a ser como en los tiempos de gloria del Estrella del Norte, la formación más popular del otrora Ferrocarril Central Argentino, después transformado en Bartolomé Mitre. Tampoco se deleitarán con El Aconquija, El Expreso Buenos Aires-Tucumán, El Mixto o El Cordobés. Trenes de lujo y confort, los primeros; de comodidad, rapidez y bajos precios los dos últimos. No obstante dignificaron y enorgullecieron el transporte de pasajeros sobre trocha ancha hasta el fatídico 1993 del presidente Carlos Menem, cuando se decidió levantarlos.
Perturbación
“El tren provoca las mismas coincidencias perturbadoras que las ciudades del mundo infinito”, pregona Emilio Ledezma, a los 78 años. El hombre, jubilado ferroviario y ex jefe de estación de Ranchillos, reside a pocos metros de una de las paradas del ferrocarril que se inauguró oficialmente en esta provincia el 6 de febrero de 1891. Según Ledezma los viajeros siempre hablan, cuentan sus vidas y hasta puede surgir el amor cuando viajan en tren. “Pero la cercanía de los extraños de alguna manera oculta un secreto”, reflexiona.
“El tren es confortable, amigable, aventurero y seductor. Uno se vuelve hasta poeta cuando habla de ellos”, agrega, entre jocoso y melancólico.
“El Mixto paraba en todas las estaciones de la linea. Demoraba un día en llegar a Buenos Aires. Era el tren más popular de un ferrocarril que se caracterizaba por el lujo, el confort y la calidad de sus servicios”, describe sin ocultar su entusiasmo, Juan Carlos Pereyra, de 65 años, otrora ex jugador de San Antonio de Ranchillos, y ex ferroviario.
El rectángulo del predio ferroviario es como un oasis talado de árboles. Aunque estos abundan en los contornos del perímetro delimitado por las avenidas Solano Peña, al oeste -donde en otras épocas la estructura del ingenio San Antonio difícilmente pasaría inadvertida- y San Martín, hacia el este. Hoy sólo dos raíles se mantienen en uso, pero sin aseo en la playa de maniobras. Parte de la tercera vía sólo se observa una vez atravesado los pasos a niveles de Durso hacia el norte, y de los Domínguez, hacia el sur como los definieron los lugareños- , porque hasta el día de hoy aún carecen de nombre. El resto de la vía fue levantado, depredado o desaparecido. Y de las otras no dejaron vestigios.
Realidad y anécdota
El depósito se mantiene en pie con las letras grandes y nítidas de la palabra Ranchillos, pintada sobre las paredes frontales, en la parte superior simétricas al vértice del techo de dos aguas. De las señales sólo dejaron las columnas que la sostenía y de los cambios de vía cuatro palancas sin el cable de cobre que las conectaba a los rieles.
“Sobre estos largos andenes se reunía una multitud cada vez que paraban El Cordobés y El Mixto. Acá la gente vendía caña de azúcar. Era el producto vedette de esta parada”, evoca Raymundo Valdés, de 76 años, titular del Centro de Jubilados El “Progreso“ que usufructúa el edifico de viajeros. Los bancos de la sala de espera se encuentran en la parte opuesta, hacia la San Martín y una de las boleterías se convirtió en consultorio.