Nano ha hecho una promesa: si Argentina gana la final del Mundial Brasil 2014, el domingo, tendrá que ir al cementerio y dejar sobre la tumba de su mejor amigo esa camiseta que él mismo diseñó. Atrás está el 22 y dice “Pocho”. Adelante es celeste y blanca, y tiene impresa la frase “Cheto, siempre te recordaré”. Ramiro escribió en la remera “albiceleste” el nombre de su hermano Juan. Pintó esas letras bien cerca de su corazón.
Nano y Ramiro están ahí, juntos, sentados frente al televisor en uno de los sillones que tiene en el comedor Las Moritas, el único centro estatal de internación para adictos en la provincia. Suspiran, cantan el Himno Nacional, tiemblan, se enojan, lloran, salen a caminar, prenden un pucho, rezan, miran al cielo, entran de nuevo, alientan a la Selección, se emocionan con un buen pase.
En total, esta tarde, hay 34 jóvenes internados que le hacen el “aguante” a la Argentina en esta semifinal contra Holanda. El Mundial se vive con tanta intensidad que los terapeutas decidieron sacarle el jugo. En cada previa a los partidos, los jóvenes -la mayoría tiene 19 años- ponen a volar su imaginación.
Además de crear sus propias remeras para alentar a la Selección, los adictos en recuperación diseñaron un fixture -que van completando día a día-, organizaron partidos y otros talleres especiales para dialogar sobre fútbol. La redonda se convirtió en un puente ideal para hablar de sus tristezas, de sus proyectos, de sus ganas de recuperarse y de sus sueños.
El dolor
Casi todos perdieron a alguien que querían mucho. “Y siempre por culpa de la droga”, acusa Andrés. Es flaco y alto. Fanático del “Fideo” Di María. En su camiseta se lee “Poca agua”. Así le decían a su amigo del alma. Lo mataron hace nueve meses en un intento de robo. Fue después de ese hecho que este joven de 16 años, que se crió en la Banda del Río Salí, decidió pedir ayuda. Porque sabía, en el fondo, que su vida también corría peligro. A su corta edad, ya había pasado varias veces por el Instituto Roca.
Con sus gestos de “chico ganador”, Nano, a sus 21 años, aparenta haber vivido mucho más de lo que cualquier chico de su edad podría experimentar. Tiene dos tatuajes en su brazo derecho, que evocan a su mamá, María.
Nano estuvo en el infierno y ahora sonríe. Cuenta que comenzó a consumir hace seis años, por diversión. Ahora, lleva 11 días de abstinencia. Sueña con ser chef. Y ama el fútbol. El Mundial lo ayuda a no pensar en la droga, confiesa. “Estoy saliendo, pero no es fácil”, apunta. A los 14 años tomaba alcohol con sus amigos de Tafí Viejo. En la calle empezó con marihuana y después llegó a probar hasta pasta base. “Eso fue lo peor”, dice. Aunque después aclara: “lo más feo es que tuve que salir a robar para poder consumir. No podía vivir sin drogarme. La droga rompe la confianza de la familia hacia uno... podés llegar a traicionar a un amigo y a sentir que te morís. No me daba cuenta, pero después hice un click cuando mi amigo se quitó la vida. Me dije entonces: ‘no quiero terminar así’”.
Gambetear la adicción
Jony sabe que un gol puede cambiar una vida. Llegó a jugar en la Primera de La Florida. Luchó, y sigue luchando día a día, para gambetearle a su adicción a las drogas. Hace seis meses aterrizó en Las Moritas, después de haber tocado fondo. Cuando puso un pie en la institución pesaba 58 kilos; ahora, la balanza marca 83. “Estaba consumido. Sólo trabajaba para poderme comprar más drogas. Ni siquiera quería estar con mi hijita”, cuenta el joven, de 24 años.
Se declara fanático de Gonzalo Higuaín. Lo alienta durante todo el partido. Le pide goles. Esta vez, no tendrá suerte.
Está por comenzar la tanda de penales y “El Petiso”, de 23 años, ya no tiene más uñas para comerse. Pero le tiene fe a este equipo de Alejandro Sabella. “Porque no bajan nunca los brazos y hacen mucho sacrificio. Mirá todo lo que hizo por estar donde está hoy (Lionel) Messi. Por eso es mi favorito”, apunta el joven que creció en Villa Urquiza y es hincha fanático de Atlético.
En una hoja avejentada dibuja pequeños palitos. Los palitos representan los días que lleva sin consumir paco. Son cinco meses en total, enumera. Hace una pausa para recordar la pesadilla en la cual se sumergió por las sustancias. “Llegué muy mal, arruinado. Dormía en la calle, no tenía trabajo. Fui muy lejos por la droga, ya no sabía lo qué hacía, ni me daba cuenta que robaba”, detalla. Y anuncia, con una gran sonrisa, que el próximo viernes 18 le darán el alta.
Empieza a patear los penales Argentina. Cuatro pelotazos en la red y nos metemos en la final de la Copa. En Las Moritas, los internos gritan de felicidad. Y salen a hacer un picadito. No importa quién gane. Lo importante es vencer a un rival muy complicado: la droga. En este partido, casi todos ya anotaron su gol por la vida: se alejaron de las calles, decidieron enfrentar su adicción, recuperarse y volver a la escuela con el sueño de tener un futuro mejor.