Por Gerardo Puig, DYN
El llanto de felicidad de Mascherano por el pase a la final, fue el llanto de los miles de hinchas argentinos que gritaron hasta la disfonía bajo la lluvia paulista. Mientras todos salieron corriendo para abrazarse con Sergio Romero y “Maxi” Rodríguez tras consumarse la clasificación, el “Jefe” se arrodilló y rompió en un llanto conmovedor, como el de los simpatizantes que se abrazaban entre sí luego de la agonía de los penales. Su desahogo fue el de miles en este estadio y seguramente el de millones en sus casas. Y Messi, que esta vez no lució como en otros encuentros, tendrá finalmente esa posibilidad que siempre soñó para ser campeón, en el que acaso sea el escenario más emblemático del fútbol mundial.
Las calles de Copacabana volverán vestirse de celeste y blanco. Los miles que disfrutaron y sufrieron en dosis similares, harán lo que puedan por estar el domingo en Río de Janeiro. El final fue el que todos soñaron. Ellos, los jugadores, y los hinchas, que fueron capaces de dormir amontonados en el sambódromo de esta ciudad o viajar días enteros para al menos alentar desde afuera del estadio.
El sueño de todos se plasmó en la canción que muchas veces se cantó, pero siempre se frustró. Con el hilo de voz que les quedaba desde las tribunas se ilusionaron con que “volveremos a ser campeones como en el ‘86”. Y los jugadores cantaron y saltaron. También sueñan.