Por Héctor Sánchez, Télam
¿El sueño terminó? La nostálgica frase con rémora beatlemaníaca golpea con fuerza en las últimas horas el mundo Boca, de la mano del portazo compartido entre la dirigencia y el último ídolo, Juan Román Riquelme.
Esta crónica de deslealtades mostró en el semestre pasado cómo se libran las batallas modernas entre dirigentes de un club poderoso que no le encuentran la vuelta al asunto de competir y ganar en el exigente fútbol argentino, y un jugador distinto, con un talento digno de todos los elogios, y un divismo de los que hacen época.
Daniel Angelici decidió dar una pelea de incierto resultado, pues es evidente que intenta marcar el terreno y cumplir con uno de sus inconfesados propósitos de siempre: sacarse de encima a Riquelme. Ya lo intentó antes, cuando en su papel de tesorero en la gestión de Jorge Ameal, se opuso a la renovación del contrato del jugador e hizo público los números que debían quedar a resguardo del club. Lo acompañan en la búsqueda de ese objetivo un grupo de dirigentes identificados con Mauricio Macri, el ex presidente del club.
Se suman, entusiastas, voces desde diversos medios que no pueden disimular su ligazón con el proyecto político del Pro, y -aunque se contradigan con sus gustos futboleros- si el patrón dice que hay que pegarle a Román, pues le pegarán. Y duro. Y ayuda poco Riquelme, que a contramano de su otoñal vigencia, en donde su capacidad y fineza futbolera están fuera de toda discusión, regaló espacios y tiempo para que esos puñales lastimen y envenenen, porque una vez más lo golpean por su presunto desapego a los entrenamientos, tal cual lo sugiere Angelici.
Y los puñales no lastiman sólo al 10, sino también a millones de hinchas de Boca que lo veneran y lo han aclamado hasta el delirio. Pero hay una ingratitud recíproca con la cual Riquelme colabora: los dirigentes de la actual gestión nunca lo quisieron y ahora tienen la oportunidad de elevar la apuesta y probar a ver qué pasa con Boca sin su máximo referente futbolero de los últimos 15 años.
Allí es donde el ídolo, en lugar de recostarse en el apoyo popular indiscutido con que lo cobijó siempre la multitud “xeneize”, se tienta con una salida individual que lo estaría alejando de sus sueños de siempre: seguir ganando cosas importantes, retirarse con la camiseta de Boca y tener su partido de despedida con la fiesta que se merece.
A los ingratos, Riquelme les está dejando en el campo orégano. En lugar de pelear el espacio y exponerlos después en sus miserias, se confunde en el mismo lodo con un grupo de dirigentes que demuestran tanta incapacidad como deslealtad con quienes aportaron en cancha para los grandes triunfos deportivos de los últimos 17 años. En esa crónica anunciada de desaciertos, lamentablemente, Román está aportando el suyo.