Alperovich derrotó en las urnas al afamado ex fiscal Anticorrupción, desbarató a la vieja guardia peronista, se plantó en Tribunales, convirtió en una escribanía a la Legislatura, dejó en los márgenes de la política al bussismo, se infiltró en los colegios profesionales, puso un pie en la UNT, se amigó con la mayoría de los gremios estatales, desdibujó (hasta el año pasado) al radicalismo y destruyó opositores diversos. En definitiva, salió airoso -o empatado- de la mayoría de las contiendas políticas que libró contra partidos, dirigentes o instituciones. Hizo todo eso, pero no logró doblegar a la Asociación Bancaria de Carlos Cisneros.
La reincorporación de la treintena de los trabajadores fieles a Cisneros en la Caja Popular de Ahorros fue la bandera blanca que agitó la Casa de Gobierno para aceptar la derrota en la guerra que había comenzado con el eterno dirigente bancario. Los reincorporados habían sido despedidos de la institución víctimas de la batalla político-privada entre el gobernador y el sindicalista. La pelea surgió dos años atrás, luego de que Alperovich anunciara que tomaría dinero de la Caja Popular para financiar al Estado. Se trataba de un préstamo de hasta $ 200 millones. Apenas días después, Cisneros reapareció en la escena comarcana luego de años de perfil bajo respecto de la gestión alperovichista. En aquel momento, adujo que no permitiría que el gobernador se quedara con la institución financiera y denunció un intento de privatización. Así comenzó la guerra que, en realidad, viejos conocedores de la política tucumana atribuyen a una añeja disputa entre Alperovich y Cisneros, que había sido encapsulada por una tregua. Evidentemente, hace dos años ese acuerdo se rompió.
Los bancarios comenzaron a hacerle la vida imposible al gobernador y al entonces interventor de la Caja, Eduardo El Eter, a quien incluso denunciaron en Tribunales. Las protestas dentro y fuera de la entidad se repetían y fue entonces cuando el mandatario decidió apostar fuerte: sentó en el sillón del directorio a un peso pesado, con perfil de duro y camorrero para que frenara a Cisneros. Así llegó Armando Cortalezzi. El mismo día que asumió, el 22 de octubre de 2012, llegó con custodia propia y con órdenes de despidos. La primera batalla se había lanzado.
En los 21 meses que transcurrieron desde ese momento hasta ahora sucedió de todo: protestas casi diarias en la Caja y en el microcentro, Cortalezzi sitiado en un bar céntrico por los bancarios, seguidores de Cisneros despedidos de la institución, feroces golpizas y enfrentamientos en pleno corazón de la ciudad, panfleteadas eternas en contra de uno y otro sector, escraches en las viviendas de funcionarios, siete paros bancarios nacionales, nacionalización del conflicto, imágenes de dirigentes golpeados por doquier, empleados de la Caja Popular presionados y atemorizados, y llamados telefónicos de funcionarios nacionales a los locales exigiendo que se le ponga fin al conflicto.
Así fue como el alperovichismo culminó perdedor. No supo manejar la situación y nunca logró controlar a los bancarios. Fracasó cuando intentó jugar con sus mismas cartas marcadas que utilizaban los gremialistas. Tampoco pudo triunfar desde lo judicial. Victimizó a los sindicalistas y permitió que se impusiera la violencia. Y hasta perdió el partido en la arena estrictamente política: la Nación terminó pidiendo por los bancarios y no defendiendo a un Gobierno provincial kirchnerista. Aunque quiera hacer como si nada hubiese pasado, Alperovich fracasó. La derrota le dolió aún más por el enemigo al que enfrentaba, por todo lo que significó el conflicto y porque quedó en evidencia que no está preparado para enfrentar ataques que mezclan lo legal, lo sindical, lo político y la violencia.