El 13 de octubre de 1862, desde su despacho de San Juan, el gobernador Domingo Faustino Sarmiento escribía a su dilecto amigo tucumano, el periodista José Posse. Le contaba que había recibido retardadas las cartas que le envió, “que venían por manos de arrieros”. Daba gracias por la fotografía que le mandaba Posse y, subrayaba, “te agradezco el envío de café, que es siempre bienvenido”.
Le hacía confidencias sobre su salud y sobre la política. “Estoy enfermo, curándome. Una vieja afección a la garganta viene ahora a cebarse sobre un cuerpo viejo también, carcomido además por afecciones morales al estado crónico”. En cuanto a la política, estaba tan “deshabituado”, decía, que “casi no sé por dónde va el cuento, si no es que los botarates porteñistas en Buenos Aires pierden terreno y la opinión se levanta a favor del Gobierno Nacional”.
Había recibido cartas de Amadeo Jacques y de Uladislao Frías, “pero es difícil que la correspondencia se mantenga con las desigualdades de mi humor”. En cuanto a su gobierno en San Juan, aseguraba que “aquí la apatía, la mezquindad y la pobreza real, se constituyen partidos de resistencia. Les hago empedrar las calles, tener cementerio, escuelas, etcétera, y chillan. Felizmente empieza a obrarse una reacción”.
Se proponía dictar buenas leyes y “arreglos indispensables en aguas, planos, mapa, censo, ley de elecciones y dejar el gobierno cuando todo esté montado. Mi palanca son las minas. Si ellas producen los resultados que prometen, todo lo que hago será una realidad. Si no, convendrá despoblar esta provincia. No tiene medios de vivir ni objeto para que viva”.