No había año que no le sucediera lo mismo. Sentía deseos de declararse en rebeldía. Cuando millones de pedidos comenzaban a llegar, la angustia se le trepaba al alma. Casi todos pedían, muy pocos se ofrecían a dar. Desde las ventanas, no se veía un panorama muy acogedor. Para ser francos, no todo era negativo; había muchas perlas. No se trataba de ser escéptico, sino de insuflar esperanza donde esta se había extraviado.
Acostumbrado a las sorpresas desagradables, entreabrió la hoja de una de las ventanas del Jardín para pispear en qué andaba esa gente. Le llamó la atención un imponente edificio de vidrios inteligentes. Le preguntó a uno de sus mejores consejeros de qué se trataba y notó que el fastidio invadía el rostro. Le contó que el 22 de noviembre de 2007, la ley 7.955 dispuso la construcción de la nueva sede legislativa, cuando ya oficiaba de vicegobernador Juan Manzur. Se preveía que costaría $21 millones. En enero de 2008, la obra ya costaba $25 millones y en junio de ese año, previendo que harían falta más dineros del pueblo, autorizaron al vice a través de la ley 8.037 a gambetear la licitación pública y el monto trepó a los $93,8 millones. El edificio se inauguró formalmente el 28 de febrero de 2012 a un precio de $130 millones. Los lujosos asientos habían sido adquiridos en Barcelona, tal vez pensando en el engorde.
Le llamó la atención un coro de manos y sonrisas en alto de más de 40 representantes del pueblo en una sesión y se puso contento. “Estos sí que trabajan por el bien común”, pensó. El amigo le respondió que obedecían ciegamente al gobernador. Nadie conocía a ciencia cierta cuánto ganaba cada legislador, a cuánto ascendían sus gastos reservados y sobre el presupuesto de 2015 la oposición estimaba que sería de más de $900 millones. Todo lo hacían a escondidas, ninguno se animaba a blanquear ese agujero negro, tampoco su jefe. Con alguna frecuencia, valiéndose de ser mayoría, sancionaban leyes en forma repentina y arbitraria, dando la sensación de que se buscaba favorecer intereses personales o particulares. “Parecen una gran familia”, comentó sopesándose la barba. Le respondió que en realidad sí lo eran porque en los tres Poderes (Legislativo, Ejecutivo y Judicial), en municipalidades y comunas, se había dado trabajo a los familiares. Multiplicaban los panes, pero entre los parientes. El nepotismo era parte de la Marca Tucumán.
El reclamo de los ancianos de la plaza le nubló la vista. “La jubilación es un reconocimiento a una vida de trabajo”, dijo en noviembre pasado el gobernador, que hizo corazón sordo a una orden judicial que hace años le ordenó pagar el 82% móvil a los jubilados y pensionados transferidos a la Nación. Sin titubear les había concedido a los jueces ese beneficio, mientras los viejos se seguían muriendo sin poder percibir lo que le adeudan.
Salió del ensimismamiento cuando fijó la mirada en un afiche de una joven con mirada triste. Le contó que Paulina Lebbos había sido asesinada en 2006. Se borraron huellas, se ocultaron pruebas, se cajoneó el expediente durante siete años, se premió con la jubilación al fiscal a cargo del caso. Lo curioso es que a los pocos días de que hallaran el cuerpo de la estudiante de Ciencias de la Comunicación, el gobernador había anunciado que ya se sabía quién era el autor del crimen. Sin embargo, sobrevino luego un llamativo y prolongado silencio. El olor a pus le provocó arcadas.
El amigo le dijo que se venía un año electoral, que una buena parte de los dirigentes buscaba atornillarse al poder. Cada vez tenía menos ganas. Justamente, eran estos los que más pedían y no precisamente baratijas. Por un instante, sintió el deseo de quedarse en casa. Hacer una huelga de silencio por tiempo indeterminado, pero no le pareció justo castigar a todos, en particular a los changuitos, por un puñado de pícaros que manejaba los dineros del pueblo como si fueran los propios. Y aunque faltaba una semana para que comenzara 2015 y tenía todo el equipaje preparado, decidió agregar unas bolsitas con pizcas de humildad, decencia, aire fresco, sensibilidad social, espíritu de bien común, con la esperanza de que los tucumanos despertaran de su letargo. Papá Noel montó en el trineo y se vino a Tucumán.